Por: Oscar Cárdenas
Autlán, Jalisco; 04 de junio de 2019. (Letra Fría) ¿Has escuchado el término “captura de carbono”? Es una frase que se ha venido utilizando recientemente, sobre todo por la cuestión del cambio climático global y el efecto “invernadero” por el que atraviesa nuestro planeta. Pero vamos por partes.
El carbono es un elemento químico que se encuentra de manera natural en nuestro planeta. Su símbolo químico es la letra C y tiene un número atómico de 6, es decir, un átomo de carbono tiene seis protones en su núcleo y seis electrones circulando alrededor de éste (Figura 1). El carbono es uno de los elementos químicos más abundantes en nuestro planeta, y podemos decir que la vida en la Tierra está basada sobre este elemento, ya que se encuentra presente en todas las formas de vida conocidas.
El carbono es uno de los quince elementos más importantes en la corteza terrestre y lo podemos encontrar en diferentes formas conocidas como alotropías; las formas más conocidas son el grafito, con una estructura más bien blanda y que permite realizar trazos sobre superficies como el papel (como el grafito de los lápices); los diamantes, cuya estructura es una de las más duras que conocemos, y como carbón mineral, utilizado generalmente para producir energía en las plantas termoeléctricas.
Sin embargo, al carbono también lo podemos encontrar en la atmosfera y disuelto en todos los cuerpos de agua de nuestro planeta, comúnmente asociado al oxígeno (cuyo símbolo químico es O) formando moléculas de bióxido de carbono, es decir, moléculas que tienen dos átomos de oxígeno unidos a un átomo de carbono, de ahí la nomenclatura CO2.
Como el carbono es parte de todas las formas de vida de nuestro planeta, también lo podemos encontrar en los combustibles fósiles como el petróleo, el carbón y el gas natural, generados por la descomposición de los organismos que habitaron nuestro planeta hace cientos y miles de millones de años.
El carbono es un elemento constante en nuestro planeta y se encuentra siguiendo una ruta definida en un ciclo continuo conocido como el “ciclo biogeoquímico del carbono” (Figura 2). En este ciclo, las plantas absorben carbono del ambiente a través de la respiración (o fotosíntesis) y lo usan para construir sus cuerpos, un proceso denominado “fijación de carbono”. Cuando los herbívoros consumen las plantas, liberan parte del carbono a la atmosfera a través de la respiración o los desechos que eliminan. Cuando plantas y animales mueren, parte del carbono es liberado a la atmosfera, mientras que el resto se reincorpora a la corteza terrestre.
El carbono, junto con el oxígeno formando bióxido de carbono también se disuelve en los cuerpos de agua, y los remanentes de los cuerpos de plantas y animales pueden llegar a convertirse en combustibles fósiles si las condiciones y el tiempo lo permiten. Es decir, el carbono regresa a sus “reservorios” naturales cada cierto tiempo como parte del ciclo biogeoquímico, manteniéndose un balance atmosférico constante a lo largo del tiempo.
Sin embargo, a partir de la Revolución Industrial (que inició a mediados de 1700) y con el crecimiento poblacional y las demandas de energía tan altas por países fuertemente consumistas, comenzamos a liberar más carbono a la atmosfera de lo que se libera de manera natural. Esto debido al incremento en el uso de combustibles fósiles (petróleo y carbón), y a la deforestación y la quema de superficies boscosas. Es decir, estamos transfiriendo el carbono almacenado en sus reservorios naturales (también conocidos como “fuentes”), a la atmosfera y a los cuerpos de agua, con las consiguientes consecuencias.
Por un lado, tenemos un aumento de las moléculas de bióxido de carbono en la atmosfera, que actúan como una cubierta sobre la Tierra que atrapan la energía calorífica impidiendo que salga de nuestro planeta, favoreciendo así el calentamiento global y por ende el aumento de la temperatura promedio en la superficie terrestre y marítima, modificando así los patrones climáticos. Por otro lado, a mayores concentraciones de carbono disuelto en el agua, mayor formación de ácidos carbónicos y otros compuestos que generalmente atacan a los corales, produciendo el blanqueamiento y muerte de estos.
Para evitar esta problemática ambiental, sería necesario, entonces, reducir la liberación de carbono a la atmosfera a través de la disminución en el consumo de combustibles fósiles y otras formas de carbono, así como la reducción en las superficies deforestadas y/o sujetas a quemas e incendios.
Y no menos importante sería la generación de “sumideros” de carbono, es decir, crear espacios que puedan capturar carbono, como los bosques y las áreas verdes en las ciudades. Es decir, debemos salir a la caza del carbono, reforestando áreas previamente deforestadas, estableciendo suficientes áreas verdes en zonas urbanas y planteando estrategias para convertir espacios desprovistos de vegetación en “espacios verdes”, como las “azoteas y muros verdes”.
¡Nos leemos en la próxima!
AC