Por: Néstor Daniel Santos Figueroa.
Guadalajara, Jalisco. 27 de junio de 2018. (Letra Fría).- El mal funcionamiento de la democracia –incluso su falta de consolidación– se podría fundamentar en la desconfianza hacia las instituciones políticas. Por ejemplo, los rubros tributario, legal y participativo, se ven favorecidos en aquellas democracias donde los ciudadanos confían más en sus instituciones. Esto quiere decir que, en estos casos, existe una mayor probabilidad del pago de impuestos de manera voluntaria; en el respeto y apego a las normas; y en el ejercicio de la voz política. De esta manera, el ciudadano que confía dará por hecho que el gobierno empleará su dinero y aplicará las normas con buenas intenciones, por lo que tenderá a participar y a organizarse con mayor facilidad y así tendrá más apego al sistema establecido.
Los partidos políticos, como las demás instituciones públicas, existen en las democracias para llevar a cabo ciertas funciones en pro del bien común, una de ellas, representación y articulación de intereses sociales. Cuando éstas no son atendidas y, por el contrario, se cae en una dinámica de abuso de poder, omisión de métodos democráticos, y desatención de las necesidades ciudadanas para sólo atender las de un grupo, se actualiza al menos uno de los postulados de la partidocracia: el ejercicio del gobierno por los partidos privilegiando intereses particulares, lo que es llamado “partidismo” en el sentido estricto de la palabra. En este supuesto, los ciudadanos tenderán a retirarle la confianza a los partidos pues no llevan a cabo lo que esperan de ellos.
En México, los partidos políticos tienen los niveles más bajos de confianza en comparación con otras como las Fuerzas Armadas, el Congreso, e incluso la Policía. Y no lo van a recuperar, al menos no de inmediato. El ascenso de las candidaturas ciudadanas y el éxito de algunas, el caso de Pedro Kumamoto se debe en gran medida a esto y es el primer paso hacia la gran reforma política que el país necesita.
Creo firmemente que el simple cambio de partido en el poder no representa el cambio que México exige. En mi visión, tal vez demasiado utópica, los gobiernos municipales deben ser democracias participativas, con todos los funcionarios electos directamente por los ciudadanos mediante candidaturas personales y no puestos ahí como pago de favores o como premio por estar en la calle agitando banderitas o pegando calcomanías. El congreso debe estar conformado por representantes de partidos políticos, sociedad civil y ciudadanos independientes. Sólo las gubernaturas y presidencia de la república estarían abanderadas por partidos, que representarían a dos o tres grandes visiones generales, ya saneados después de un proceso de depuración que empezaría por la reducción de prerrogativas, no se puede decidir pertenecer a un partido sólo porque garantiza la supervivencia.
(nos vemos el próximo miércoles, los invito a participar en la elección, que todo sea para bien y que gane México…)
AJEM