Por segundo año consecutivo tuve el privilegio de integrar la Junta Patriótica de Autlán; es un grupo de funcionarios y ciudadanos, como es mi caso, a quienes el gobierno municipal invita a organizar la conmemoración de la lucha de Independencia.
Es una actividad que he valorado y disfrutado plenamente, donde hago convivir, tanto como puedo, los compromisos de la rutina con la responsabilidad de participar; a veces la agenda aprieta, pero el equipo sostuvo el impulso; en 2025 creo que nos fue muy bien.
Participar de forma directa en estas actividades me motiva a reflexionar sobre el momento que vive nuestra patria: las guerras se han atomizado, los españoles no son directamente enemigos, el sistema de jerarquías sociales se ha transformado y persisten relaciones laborales desiguales que guardan similitudes con la esclavitud. Es decir, quedan luchas por librar, pero estoy seguro de que el camino ya no es de Hidalgo.
Incluso el valor del nacionalismo tan presente en los festejos patrios tiene lecturas extremas que no abonan a la libertad: el nacionalismo radical que convierte en “extraños enemigos” a los migrantes que profanan con la planta del pie el suelo, o asumir que el sentido de nación debe diluirse, borrar las fronteras y recibir cualquier cosa que venga de fuera.
Entonces, al participar procuro, en la medida de mis posibilidades, abonar a la narrativa y a las acciones que construyan un sentido de identidad nacional como una práctica de ciudadanía activa: opinar, organizar, participar, arrastrar sillas, cuidando lo que nos es común sin convertir las diferencias en amenazas.
Las reflexiones que nacen de los procesos de globalización nos llevan a evitar la disolución de lo local, pero sí a entrar en un diálogo con expresiones interculturales que abren la puerta a otro tipo de intercambios.
Lo de evitar la disolución de rasgos locales me resultó relevante este año. La Dirección de Turismo produjo una versión autlense del juego de la lotería. Se elaboraron 54 cartas en las que se sustituyeron a las clásicas: El Gallo, El Diablito y La Chalupa, por personajes célebres como María Mares, edificios emblemáticos como el templo del Divino Salvador e incluso expresiones lingüísticas, como la carta del “Uta”; participé varias veces al cantarla, aprovechando para explicar las referencias y para promover elementos de identidad propia a partir de los cuales, bien que podemos abrir las ventanas sin destruir la casa.
El nacionalismo y el civismo tienen rostro de participación y de democracia; el reto es transitar del folclor a la acción transformadora: que los vínculos culturales también representen, por ejemplo, intercambios económicos; que el cuidado de lo que nos es común incluya con más fuerza el cuidado del planeta y los recursos naturales; que el cuidado de la salud no sea exclusivo de las competencias festivas, sino que se promueva en la mayor cantidad posible de deportes. En todo lo demás, que siga viviendo México, que viva cuidando lo común y abriendo ventanas sin tirar la casa.
