El uso de la Inteligencia Artificial en el campo educativo es un debate que no ha cesado; a veces, como la lluvia en Macondo, ofrece algunas treguas que solo pueden interpretarse como un aviso de recrudecimiento. El intercambio de ideas no tiene ningún defecto; por el contrario, ha sido provechoso encontrar nuevas aristas, descubrir nuevos alcances, vislumbrar nuevos riesgos y tomar decisiones con libertad.
Hoy me propongo compartir aquí una analogía con la que he participado en estos debates. Se me ocurrió precisamente cuando un amigo insistió en usar esa expresión: “campo educativo”, en referencia a aquella vieja relación entre cultivar la tierra y cultivar la mente, donde la demanda de frutos que garanticen la vitalidad está condicionada a un trabajo serio de preparación.
Aunque ya suelen ser piezas de museo, quedan vivas personas que saben usar el yugo, las coyundas y el timón. Las tres son piezas que, entre otras, componían esa tecnología agrícola llamada yunta, que arrastraba el arado con energía bovina: enormes toros a los que un procedimiento quirúrgico les despojaba los testículos para ganar en nobleza y cambiar de nombre: eran bueyes.
Para saber arar, entre otras cosas, había que saber cuidar a los bueyes, desde alimentarlos hasta amaestrarlos en el fino arte de arrastrar el arado sin quejarse. Se reconocían sus enfermedades, se aprendía a cuidar sus heridas, y algunos otros procedimientos que hoy están en manos exclusivas de los veterinarios.
Un buen día llegaron los tractores, que potenciaron la posibilidad de cultivar terrenos más grandes. Los agricultores debieron hacerse de habilidades que hasta ese momento ni sabíamos que necesitábamos: conducir un vehículo, mecánica básica, calcular el rendimiento del combustible y combinar semillas con agroquímicos.
El surgimiento de una nueva tecnología transformó la actividad, la hizo más productiva y abrió la puerta a otros problemas: maldito el momento en que la agroindustria ha talado tantos bosques y envenenado a tantos ríos y tantas personas. Pero nadie en su sano juicio diría que el tractor trabaja solo; tampoco que no existen riesgos en la existencia de tractores o, peor aún, se necesita ser muy ingenuo para pensar que los tractores se pueden desaparecer.
Trasladado al campo educativo, la IA es un tractor que vuelve inútiles algunos conocimientos y habilidades muy valorados hasta hace poco, pero que demanda aprender otros nuevos, que no solo es pertinente, sino indispensable que las escuelas enseñen: ingeniería de prompts y curaduría de contenidos para legitimar la veracidad de la información son dos habilidades que ni sabíamos que necesitábamos, hasta ahora.
Porque nadie en su sano juicio diría que la IA trabaja sola. Tampoco que no existen riesgos en su uso o, peor aún, se necesita ser muy ingenuo para pensar que la puedan excluir de la experiencia de aprender. No basta con resistirse o maravillarse: es urgente comprender para enseñar. Nos toca a las comunidades escolares aprender a conducir este nuevo “tractor” con inteligencia pedagógica, sentido ético y una mirada crítica que, más que añorar el pasado, sea capaz de sembrar el futuro.
