Desde El Llano rulfiano | En busca de la Comala de  «Pedro Páramo»

José de Jesús Guzmán Mora, cronista de San Gabriel, Jalisco, en su Columna Desde el Llano rulfiano, escribe acerca de la similitud que existe entre los lugares y personajes de su pueblo con la obra de «Pedro Páramo» de Juan Rulfo.

Por José de Jesús Guzmán Mora, Cronista de San Gabriel, Jalisco

“Allá hallarás mi querencia. El lugar que yo quise. Donde los sueños me enflaquecieron. Mi pueblo, levantado sobre la llanura. Lleno de árboles y de hojas, como una alcancía donde hemos guardado nuestros recuerdos. Sentirás que allí uno quisiera vivir para la eternidad”. (1)

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Autlán de Navarro, Jalisco, 24 de abril de 2022, (Letra Fría). Mucho se ha especulado, por analistas y catedráticos, si la Comala que menciona el escritor Juan Rulfo en su novela “Pedro Páramo” es la Comala de Colima. Hay quienes aseguran que es Tuxcacuesco, Jalisco y no la Comala colimense. Yo por mi parte creo que no es ni una ni la otra comunidad. 

He aquí las evidencias. 

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APYSA

Desde que cursé mis estudios en la Escuela Normal de Zapotlán el Grande en la época de los años setenta, comencé a leer las dos más reconocidas obras de Juan Rulfo; no fue sencillo entenderlas, pues no basta adentrarse en sus obras solo una vez, hay que leerlo y releerlo. 

Sin embargo, para mí no fue difícil comprender que lo que estaba leyendo me era familiar: los nombres de los personajes y los apellidos tan comunes en San Gabriel, los lugares que para mí eran muy conocidos, así como las costumbres, el lenguaje usado por los protagonistas, los olores, el ambiente, los colores, el tiempo y el destiempo de la obra.

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Cuipala

Después de que fui nombrado Cronista Municipal de San Gabriel en 1994, me dediqué no solo a leer “Pedro Páramo” (1955) y “El Llano en llamas” (1953), sino a analizarlas con más detenimiento. Mucho me sirvieron las publicaciones del periódico local La Voz del Llano cuyo director era don Virginio Villalvazo Blas, quien en sus notas periodísticas difundía la obra rulfiana y se dedicaba a investigar, entre muchas otras cosas, cuál era la Comala de Rulfo; incluso había una sección que titulaba “En busca de Comala”. 

Por su parte, el Ing. Juan Villalvazo Naranjo; uno de sus colaboradores, incluía entre las páginas de dicho periódico una columna que tituló: “Aquéllos días de Rulfo en San Gabriel”; este apartado contenía entrevistas a personajes que  habían  conocido  a  la  familia  de Rulfo cuando vivió, entre 1919 y 1927, su infancia en tierras gabrielenses, hasta que emigró a Guadalajara, y que coincidió con la muerte de su madre en noviembre de éste último año. 

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A raíz de la muerte de Juan Rulfo en enero de 1986, los colaboradores de La Voz del Llano, instituyeron en mayo, un día especial, para recordar al escritor y difundir su obra. Desde 2002 ese homenaje se ha convertido en el “Festival Cultural San Gabriel” organizado por el Gobierno Municipal en turno.

Los editores del periódico local seleccionaron, para hacer un homenaje, el día más cercano a la fecha de nacimiento de tan discutido personaje literario, natalicio que ocurrió en Apulco, municipio de Tuxcacuesco, Jalisco, el 16 de mayo de 1917 y no en Sayula como mucha gente lo asegura.

La razón de realizar un homenaje fue que a Juan Rulfo se le ha considerado gabrielense, tanto por sus declaraciones, como por haberse inspirado en esta tierra. En algún momento de su vida dijo:

“El paisaje que corresponde a lo que yo escribo es la tierra de mi infancia. Este es el paisaje que recuerdo. Es la atmósfera de ese pueblo en que viví, lo que me ha dado el ambiente. Ubicado en ese lugar, me siento familiarizado con personajes que no existieron, o que quizás sí”. (2)

Juan Rulfo estudió parte de su educación primaria en San Gabriel, culminándola en Guadalajara, en el internado “Luis Silva”. Entrevistada la señorita María de Jesús Guzmán Hernández (La Voz del Llano, enero de 1988), dijo: 

“Recuerdo la niñez de Juan Rulfo allá por los años de 1924a 1927 cuando ambos estudiábamos en el Colegio de las Madres Josefinas, nuestros compañeros de escuela eran su hermano Severiano, Alfonso Gómez, Mariquita Rojas, Tomasita y Crucita Arias; mi maestra de primer grado era la Madre Mendiola, auxiliada por Juanita García”. (3)

Juan Rulfo alguna vez manifestó haber vivido en un pueblo que había perdido todo, hasta el nombre. Y es que en diciembre de 1934 el Congreso de Jalisco le cambió el nombre a San Gabriel por el de Ciudad Venustiano Carranza, sin que la ciudadanía fuese consultada. En una entrevista que concedió a Juan Villalvazo Naranjo la señorita María Guadalupe Preciado Castañeda (La Voz del Llano, mayo de 1988),después de varios recuerdos por su infancia expresó:

“… De los Pérez Rulfo, me acuerdo muy bien. Todos ellos eran mucho más chicos que yo, los recuerdo al igual que a muchos muchachos en edad escolar. Mariquita, la mamá de ellos, murió muy joven dejando huerfanitos a sus hijos a muy temprana edad”. 

“Mientras que los muchachos más grandes eran muy abiertos y comunicativos, Juan era muy atufado, reservado, poco comunicativo; a Evita, me acuerdo que casi siempre la vestían de largo y de negro; los muchachos vestían de pantaloncitos cortos y saquitos, ellos nunca vistieron de calzón. La señora María Vizcaíno era una señora demasiado decente, bonita, alta, delgada, y blanca. Humilde y sencilla en su manera de vestir; yo la recuerdo ya de viuda, siempre de negro y acompañada a cualquier parte de su fiel sirvienta, a cargo de quien estuvieron por un tiempo los huerfanitos”.

“María, como era hija de ricos, asistió al renombrado Colegio de Ejutla; la señora era demasiado correcta, pulcra y muy respetable en todos los sentidos. Era muy recogida, hogareña y piadosa. Era, en resumen, una excelente mujer”. 

“Don Carlos, papá de María, fue el único, que yo supe, que en aquel tiempo fue a Roma; en esa época tenían que acompañarse de bastantes caballos y mozos, para ir cambiando de remudas, hasta llegar a Veracruz; de ahí se embarcaban para ir a Roma. Don Carlos regaló todo el mármol, para el altar mayor de San Gabriel, además de que apoyó la construcción del templo de Apulco…”.  (4)

Sirvan las líneas anteriores para reforzar que Juan Rulfo vivió su infancia en San Gabriel y que durante su estancia, y sus esporádicas visitas a este pueblo, se fueron arraigando en su mente todo lo concerniente a la historia, la cultura, los nombres y apellidos de sus habitantes, su manera de hablar, su conducta, su carácter; en una palabra, su idiosincrasia.

Parte importante en estas cuestiones fue la sirvienta de la casa, doña Justa Cisneros, que fue quien verdaderamente le contó al pequeño Juan, todos los acontecimientos de la familia y del pueblo.

En el año de 1998, y con bastantes elementos analizados de las obras de Rulfo, se realizó por primera vez “El Recorrido de los Murmullos”, a cargo de quienes editaban La Voz del Llano. Dicho recorrido consiste en mostrar a los turistas y visitantes los lugares que cita textualmente la obra del escritor, sitios que se han identificado plenamente en San Gabriel, Jalisco.

Esta ruta comienza en la Presidencia Municipal, en una de las paredes laterales se encuentra un mural dedicado al cincuentenario de la publicación de la novela “Pedro Páramo”. 

De ahí nos trasladamos a la Plaza de Armas, desde donde se ve la entrada norte del pueblo y se les muestra que ahí inicia, paralelo a la carretera, el viejo camino a Jiquilpan, Jalisco.

Conviene aclarar que el antiguo camino a Jiquilpan, se abrió en el año de 1887, sembrándolo de árboles y poniéndole cercados de piedra a ambos lados, los costos fueron pagados por el rico hacendado y comerciante don Apolonio Pinzón.

Juan Rulfo así lo escribió en el cuento “En la madrugada”:

“San Gabriel sale de la niebla húmedo de rocío. Las nubes de la noche durmieron sobre el pueblo buscando el calor de la gente. Ahora está por salir el sol y la niebla se levanta despacio, enrollando su sábana, dejando hebras blancas encima de los tejados”. 

“… Una golondrina cruzó las calles y luego sonó el primer toque del alba. Las luces se apagaron. Entonces una mancha como de tierra envolvió al pueblo, que siguió roncando un poco más adormecido en el calor del amanecer”.

“Por el camino de Jiquilpan, bordeado de camichines, el viejo Esteban viene montado en el lomo de una vaca, arreando el ganado de la ordeña. Se ha subido allí para que no le brinquen a la cara los chapulines. Se espanta los zancudos con su sombrero y de vez en cuando intenta chiflar, con su boca sin dientes, a las vacas, para que no se queden rezagadas”. 

“Ellas caminan rumiando, salpicándose con el rocío de la hierba”. 

“La mañana está aclarando. Oye las campanadas del alba en San Gabriel y se baja de la vaca, arrodillándose en el suelo y haciendo la señal de la cruz con los brazos extendidos. Una lechuza grazna en el hueco de los árboles y entonces brinca de nuevo al lomo de la vaca, se quita la camisa para que con el aire se le vaya el susto, y sigue su camino…”.

“…No se sabe si las golondrinas vienen de Jiquilpan o salen de San Gabriel; sólo se sabe que van y vienen zigzagueando, mojándose el pecho en el lodo de los charcos sin perder el vuelo; algunas llevan algo en el pico, recogen el lodo con las plumas timoneras y se alejan, saliéndose del camino, perdiéndose en el sombrío horizonte…”. (5)

Solo basta avanzar unos pasos y se está frente a la casa donde vivió el pequeño Juan, el domicilio es la Calle Hidalgo No. 8. (6)

Allí se recuerda el pasaje del asesinato de su padre, ocurrido en 1923, Rulfo lo escribe a su modo en “Pedro Páramo” de la siguiente forma:

“La carrera que llevaba Fulgor -lo conoció por sus pasos- hacia la puerta grande se detuvo un momento como si tuviera intenciones de volver a llamar. Después siguió corriendo. Rumor de voces, arrastrar de pisadas, despaciosas como si cargaran con algo pesado.

Ruidos vagos. Vino a su memoria la muerte de su padre, también en un amanecer como éste; aunque en aquél entonces la puerta estaba abierta y traslucía el color gris de un cielo hecho ceniza, triste, como fue entonces. Y a una mujer conteniendo el llanto, recostada contra la puerta.

Una madre de la que ya se había olvidado y olvidado muchas veces diciéndole: 

-! Han matado a tu padre! – con aquella voz quebrada, deshecha, sólo unida por el hilo del sollozo. Nunca quiso revivir ese recuerdo porque le traía otros, como si rompiera un costal repleto y luego quisiera contener el grano. 

La muerte de su padre que arrastró otras muertes y en cada una de ellas había siempre la imagen de la cara despedazada; roto un ojo, mirando vengativo el otro. Y otro y otro más, hasta que la había borrado del recuerdo cuando ya no hubo nadie que se la recordara.

– ¡Descánselo aquí! No, así no. Hay que meterlo con la cabeza para atrás. ¡Tú! ¿Qué esperas? 

Todo en voz baja. 

– ¿Y él? 

-Él duerme. No lo despierten. No hagan ruido”. (7)

Se camina a pie la siguiente cuadra y se llega a la que fue la “Casa de Huéspedes”, antiguamente propiedad de la familia Ramírez y Palacios; hoy ese lugar está convertido en la “Casa de las Artesanías”, es la casa que está junto al “Puente Montenegro”. Leemos el pasaje tomado de “Pedro Páramo”.

“¡Buenas noches! – me dijo. La seguí con la mirada. Le grité. ¿Dónde vive doña Eduviges? Y ella señaló con el dedo: -Allá. La casa que está junto al puente.

Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no había niños jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces.

De voces, sí. Y aquí, donde el aire era escaso, se oían mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de lo que me había dicho mi madre: “Allá me oirás mejor. Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la muerte ha tenido alguna voz”. Mi madre…. la viva.

Hubiera querido decirle: “Te equivocaste de domicilio. Me diste una dirección mal dada. Me mandaste al “¿dónde es esto y dónde es aquello?”. A un pueblo solitario. Buscando a alguien que no existe”. Llegué a la casa del puente orientándome por el sonar del río. Toqué la puerta; pero en falso. Mi mano se sacudió en el aire como si el aire la hubiera abierto. Una mujer estaba allí. Me dijo: -Pase usted. -Y entré.

Me había quedado en Comala. El arriero, que se siguió de filo, me informó todavía antes de despedirse:

-Yo voy más allá, donde se ve la trabazón de los cerros. Allá tengo mi casa. Si usted quiere venir, será bienvenido. Ahora que si quiere quedarse aquí, ahi se lo haiga; aunque no estaría por demás que echara una ojeada al pueblo, tal vez encuentre algún vecino viviente. Y me quedé. A eso venía.

-¿Dónde podré encontrar alojamiento? -le pregunté ya casi a gritos.
-Busque a doña Eduviges, si es que todavía vive. Dígale que va de mi parte.
-¿Y cómo se llama usted?

-Abundio -me contestó. Pero ya no alcancé a oír el apellido.

-Soy Eduviges Dyada. Pase usted.

Parecía que me hubiera estado esperando. Tenía todo dispuesto, según me dijo, haciendo que la siguiera por una larga serie de cuartos oscuros, al parecer desolados. Pero no; porque, en cuanto me acostumbré a la oscuridad y al delgado hilo de luz que nos seguía, vi crecer sombras a ambos lados y sentí que íbamos caminando a través de un angosto pasillo abierto entre bultos.

-¿Qué es lo que hay aquí? -pregunté.

-Tiliches -me dijo ella-. Tengo la casa toda entilichada. La escogieron para guardar sus muebles los que se fueron, y nadie ha regresado por ellos. Pero el cuarto que le he reservado está al fondo. Lo tengo siempre descombrado por si alguien viene. ¿De modo que usted es hijo de ella?

-¿De quién? -respondí.
-De Doloritas.
-Sí, pero ¿cómo lo sabe?
-Ella me avisó que usted vendría. Y hoy precisamente. Que llegaría hoy.
-¿Quién? ¿Mi madre? -Sí. Ella.
Yo no supe qué pensar. Ni ella me dejó en qué pensar”.
(8)

Unos metros más delante y estamos frente al antiguo “Puente Montenegro” o Puente de Piedra.

Hasta el año 2005 este puente tenía, en la margen derecha, un galápago de piedra y ladrillo que servía, desde 1885, para contener las turbulentas aguas del Río Salsipuedes; en vez de del galápago de ladrillo, se colocó en 2005 un barandal de hierro forjado que lo sustituyó. La inundación del 2 de junio de 2019, provocó una nueva remodelación al puente, y se sustituyó el barandal inmediato anterior por uno de bajas dimensiones en el año 2020.

Este puente y su antiguo galápago de ladrillo, sirvieron de inspiración a Rulfo para escribir sobre la “… expiación del Padre Rentería”. Así lo escribió en “Pedro Páramo”.

“El Padre Rentería se acordaría muchos años después de la noche en que la dureza de su cama lo tuvo despierto y después lo obligó a salir. Fue la noche en que murió Miguel Páramo. 

Recorrió las calles solitarias de Comala, espantando con sus pasos a los perros que husmeaban en las basuras. Llegó hasta el río y allí se entretuvo mirando en los remansos el reflejo de las estrellas que se estaban cayendo del cielo. Duró varias horas luchando con sus pensamientos, tirándolos al agua negra del río.

«El asunto comenzó -pensó- cuando Pedro Páramo, de cosa baja que era, se alzó a mayor. Fue creciendo como una mala yerba. Lo malo de esto es que todo lo obtuvo de mí: ‘Me acuso Padre que ayer dormí con Pedro Páramo’. ‘Me acuso Padre que tuve un hijo de Pedro Páramo’. ‘De que le presté mi hija a Pedro Páramo’. »

“Siempre esperé que él viniera a acusarse de algo; pero nunca lo hizo. Y después estiró los brazos de su maldad con ese hijo que tuvo. Al que él reconoció, sólo Dios sabe por qué. Lo que sí sé es que yo puse en sus manos ese instrumento». Tenía muy presente el día que se lo había llevado, apenas nacido.

Le había dicho:

-Don Pedro, la mamá murió al alumbrarlo. 

Dijo que era de usted. Aquí lo tiene.
Y él ni lo dudó, solamente le dijo:


-¿Por qué no se queda con él, Padre? Hágalo cura.
-Con la sangre que lleva dentro no quiero tener esa responsabilidad.
-¿De verdad cree usted que tengo mala sangre?
-Realmente sí, don Pedro.

-Le probaré que no es cierto. Déjemelo aquí. 

Sobra quien se encargue de cuidarlo.
-En eso pensé, precisamente. Al menos con usted no le faltará el sustento.

El muchachito se retorcía, pequeño como era, como una víbora.  

-¡Damiana! Encárgate de esa cosa. Es mi hijo.

Después había abierto la botella:
-Por la difunta y por usted beberé este trago.
-¿Y por él?
-Por él también, ¿por qué no? Llenó otra copa más y los dos bebieron por el porvenir de aquella criatura.

Así fue. Comenzaron a pasar las carretas rumbo a La Media Luna. Él se agachó, escondiéndose en el galápago que bordeaba el río.«¿De quién te escondes?», se preguntó a sí mismo.

-¡Adiós, Padre! -oyó que le decían. Se alzó de la tierra y contestó:

-¡Adiós! Que el Señor te bendiga.

Estaban apagándose las luces del pueblo. El río llenó su agua de colores luminosos.

-Padre, ¿ya dieron el alba? -preguntó otro de los carreteros.
-Debe ser mucho después del alba -respondió él. 

Y caminó en sentido contrario al de ellos, con intenciones de no detenerse”. (9).

Ahora caminemos por la Calle “Evaristo F. Guzmán” pasando el puente, y después de una cuadra, doblamos hacia el poniente, encontraremos la antigua Calle Real, hoy conocida como Calle “Juárez”; a pocos metros se yergue majestuosa La Capilla de la Sangre de Cristo; este edificio religioso fue construido entre 1890 y 1893 por el rico comerciante don Rafael Aguilar Casas, en agradecimiento por un milagro recibido, este recinto fue bendecido en 1894 por el señor Obispo de Colima don Atenógenes Silva. Se menciona en “Pedro Páramo” cuando refiere la muerte de Susana Sanjuán:

“Al alba, la gente fue despertada por el repique de las campanas. Era la mañana del 8 de diciembre. Una mañana gris. No fría, pero gris. El repique comenzó con la campana mayor. La siguieron las demás. Algunos creyeron que llamaban para la misa grande y empezaron a abrirse las puertas; las menos, sólo aquellas donde vivía gente desmañanada, que esperaba despierta a que el toque del alba les avisara que ya había terminado la noche. Pero el repique duró más de lo debido. 

Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino también lasde la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche. Y de día y de noche las campanas siguieron tocando, todas por igual, cada vez con más fuerza, hasta que aquello se convirtió en un lamento rumoroso de sonidos”. (10)

Continuemos el recorrido. El día 29 de junio, la iglesia católica celebra el Santoral de “San Pedro y San Pablo”, en esa fecha los gabrielenses hacen un día de paseo a La Loma llevando comidas y bebidas típicas de la localidad. De ahí se puede admirar el caserío del pueblo. Hasta hace poco se acostumbraba llevar tacos elaborados con tortilla de maíz y una salsa picante de polvo de camarón seco con queso y cebolla, también llevaban tacos de frijoles o taquitos al vapor, se acompañaban éstos con pulque o ponche de granada. 

La gente se divertía cantando, contando chistes o jugando al pollo enterrado; este juego consiste en llevar un pollo de mediana edad, los comensales hacían un hoyo en la tierra para enterrar al animalito cuidando que solo asomara la cabeza; enseguida y por turnos, se cubrían con un pañuelo los ojos del jugador y provisto de un garrote, trataban de darle uno o varios golpes en la cabeza, quien lograra hacerlo, se convertía en el dueño del pollo, ya muerto; el ganador tenía como compromiso, llevar un pollo vivo para el siguiente año y así continuar la tradición. Hoy esa práctica ha desaparecido.  

También sucede que, durante marzo y abril; es decir, la época en que sopla el viento del sur, los niños acostumbran ir a La Loma a volar sus papalotes, casi siempre acompañados de sus familiares y amigos. Juan Rulfo se refiere a “Las Lomas Verdes de San Gabriel”, en su novela, de este modo:

“El agua que goteaba de las tejas hacía un agujero en la arena del patio.  Sonaba: plas, plas y luego otra vez plas en mitad de una hoja de laurel que daba vueltas y rebotes metida en la hendidura de los ladrillos. Ya se había ido la tormenta. 

Ahora, de vez en cuando, la brisa sacudía las ramas del granado haciéndolas chorrear una lluvia espesa, estampando la tierra con gotas brillantes que luego se empañaban. 

Las gallinas, engarruñadas como si durmieran, sacudían de pronto sus alas y salían al patio, picoteando de prisa, atrapando las lombrices desenterradas por la lluvia.

Al recorrerse las nubes, el sol sacaba luz a las piedras, irisaba todo de colores, se bebía el agua de la tierra, jugaba con el aire dándole brillo a las hojas con que jugaba el aire.  

 -¿Qué tanto haces en el excusado, muchacho?  -Nada, mamá.
-Si sigues allí va a salir una culebra y te va a morder.
-Sí, mamá.

«Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes. Cuando volábamos papalotes en la época del aire.Oíamos allá abajo el rumor viviente del pueblo mientras estábamos encima de él, arriba de la loma, en tanto se nos iba el hilo de cáñamo arrastrado por el viento».

«Ayúdame, Susana». Y unas manos suaves se apretaban a nuestras manos. 

«Suelta más hilo». “El aire nos hacía reír; juntaba la mirada de nuestros ojos, mientras el hilo corría entre los dedos detrás del viento, hasta que se rompía con un leve crujido como si hubiera sido trozado por las alas de algún pájaro”. (11) 

Luego de bajar La Loma nos enfilamos hasta llegar al Puente Nuevo sobre la Calle “Bucareli”, allí leemos el cuento “Es que somos muy pobres”, de la obra“El Llano en llamas”. Los hechos que el escritor refiere en el cuento tuvieron lugar, según se cree, en el “Río Salsipuedes”, que atraviesa de oriente a poniente al pueblo de San Gabriel; y el puente al que se refiere es el que conocemos como “El Puente Nuevo”, sobre la citada calle. 

El barrio en que se encuentra lleva el mismo nombre. En el cuento aludido, se narra la situación de un niño que tiene tres hermanas, viven con su padre y su madre; el relato dice que desde el sábado ha llovido mucho y ha crecido el río, también menciona que ha muerto su tía Jacinta. 

A causa de la lluvia, se ha mojado la cebada. El autor apunta que percibe el ruido del agua, el olor podrido del agua revuelta, que se ha metido por la Calle Real, se ha llevado el tamarindo del solar de la tía Jacinta, el agua ha brincado el puente, la gente en buenas cantidades va a ver el río. 

La hermana menor de doce años de edad se llama Tacha, ella ha recibido como herencia de su padre una vaca llamada “La serpentina” para que tenga un capitalito y no se vuelva prostituta como las dos hermanas más grandes; desafortunadamente el río se ha llevado la vaca, y quizás al becerrito, por lo que Tacha, sin riqueza alguna, se haya muy cerca, dice, de convertirse en piruja. 

Casi para finalizar el recorrido los visitantes deben dirigirse hacia el Templo del Santuario; anexo se encuentra el antiguo colegio donde aprendió sus primeras letras el pequeño Juan Rulfo. La vieja edificación fue construida en 1882 anexa al Santuario. A lo largo de los años ha tenido diversos usos. Hoy está sin usarse.

En este Colegio fue inscrito Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno y su hermano mayor Severiano, en 1924.  Era un colegio católico al frente del cual se encontraban religiosas venidas desde Colima, conocidas como las Madres de la Orden francesa de las Josefinas. Junto con la población sufrieron las consecuencias de las persecuciones anticlericales del Presidente Plutarco Elías Calles, las autoridades cerraron los templos y el colegio hizo en agosto de 1926; las madres fueron enviadas a otros lugares. La Directora del Colegio y la Maestra de Rulfo eran las hermanas Sor Mercedes Margarita y Sor Paz Navarro de la Mora, respectivamente. 

La mayoría de los alumnos del Colegio Josefino terminaron sus estudios en el Colegio de la Maestra Pudenciana Cervantes y de Ma. de Jesús Ayala. El Santuario de Guadalupe fue construido entre 1875 y 1879; es el mismo que cita Juan Rulfo en su obra “Pedro Páramo” cuando narra el día en que murió Susana Sanjuán:

“Ya no sonaban sólo las campanas de la iglesia mayor, sino también las de la Sangre de Cristo, las de la Cruz Verde y tal vez las del Santuario. Llegó el mediodía y no cesaba el repique. Llegó la noche”. (12)

Para concluir el recorrido se camina por la Calle “Gabino Velasco” y se llega, frente a la iglesia mayor, al “Portal Ocampo” construido durante la década de 1870 por el rico hacendado don Espiridión Villa, allí se recuerda el pasaje “De Apango han bajado los indios” que forma parte de la novela rulfiana:

“Sobre los campos del valle de Comala está cayendo la lluvia. Una lluvia menuda, extraña para estas tierras que sólo saben de aguaceros. Es domingo, de Apango han bajado los indios con sus rosarios de manzanillas, su romero, sus manojos de tomillo. No han traído ocote porque el ocote está mojado, y ni tierra de encino porque también está mojada por el mucho llover. Tienden sus yerbas sobre el suelo, bajo los arcos del portal y esperan. La lluvia sigue cayendo sobre los charcos.

Entre los surcos, donde está naciendo el maíz, corre el agua en ríos. Los hombres no han venido al mercado, están ocupados en romper los surcos para que el agua busque nuevos cauces y no arrastre la milpa tierna. Los indios esperan. Sienten que es un mal día. Quizá por eso tiemblan debajo de sus mojados «gabanes» de paja; no de frío, sino de temor. Y miran la lluvia desmenuzada y al cielo que no suelta sus nubes. 

Nadie viene. El pueblo parece estar solo. La mujer les encargó un poco de hilo de remiendo y algo de azúcar, y de ser posible y de haber, un cedazo para colar el atole. El «gabán» se les hace pesado de humedad conforme se acerca el mediodía. Platican, se cuentan chistes y sueltan la risa. Las manzanillas brillan salpicadas por el rocío. 

Piensan: «Si al menos hubiéramos traído tantito pulque, no importaría; pero el cogollo de los magueyes está hecho un mar de agua. En fin, qué se le va a hacer».

Justina Díaz, cubierta con paraguas, venía por la calle derecha que viene de la Media Luna, rodeando los chorros que borbotaban sobre las banquetas. Hizo la señal de la cruz y se persignó al pasar por la puerta de la iglesia mayor. 

Entró en el portal. Los indios voltearon a verla. Vio la mirada de todos como si la escudriñaran. Se detuvo en el primer puesto, compró diez centavos de hojas de romero, y regresó, seguida por las miradas en hilera de aquel montón de indios. «Lo caro que está todo en este tiempo -dijo, al tomar de nuevo el camino hacia la Media Luna-. Este triste ramito de romero por diez centavos. No alcanzará ni siguiera para dar olor». 

Los indios levantaron sus puestos al oscurecer.  Entraron en la lluvia con sus pesados tercios a la espalda; pasaron por la iglesia para rezarle a la Virgen, dejándole un manojo de tomillo de limosna. 

Luego enderezaron hacia Apango, de donde habían venido. «Ahi será otro día», dijeron. Y por el camino iban contándose chistes y soltando la risa”. (13)

Aquí se hace reflexionar a los visitantes sobre lo siguiente: si la Comala rulfiana fuera la comunidad de Tuxcacuesco, o la Comala colimense, sería muy difícil, (considerando las grandes distancias que tendrían que recorrer), que los indios bajaran y luego regresaran a Apango en el mismo día, solo para vender sus yerbas. 

De Apango a San Gabriel se recorren, por carretera, 20 kilómetros; a Tuxcacuesco aproximadamente son 45; y a Comala, Colima, una distancia mucho mayor, siempre partiendo desde Apango.

Conforme han pasado los años y se ha estudiado más a fondo los personajes, los lugares, la geografía y arquitectura de San Gabriel, los numerosos visitantes a tierras gabrielenses y los expertos en el tema han coincidido que la  Comala a la que se refiere Juan Rulfo en su novela “Pedro Páramo” es San Gabriel, por sus grandes coincidencias: los lugares, los nombres, los apellidos, circunstancias, templos, calles, portales, haciendas y los acontecimientos revolucionarios y los de la cristiada que marcaron la infancia del insigne escritor. 

Es cuánto, que tengan buen día.

REFERENCIAS:

  1. Rulfo, Juan. “Pedro Páramo”, Colección Popular, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., Novena reimpresión, 1993, p. 75.
  2. Rulfo, Juan, El Llano en llamas, Prólogo de Sergio López Mena, México, SEP, Plaza y Janés, 2002, (Libros del Rincón: Espejo de Urania), p. 12.
  3. La Voz del Llano, periódico local San Gabriel, Jalisco, Director: Virginio Villalvazo Blas, San Gabriel, Jalisco, edición del 16 de enero de 1988.
  4. Op. cit. edición de mayo de 1988. 
  5. Rulfo, Juan, El Llano en llamas, Colección Popular, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., Decimoséptima reimpresión, 1994, p. 48, 49.
  6. Tenía en 1921 el domicilio de “Hidalgo” No. 4 en San Gabriel. Después de la muerte de don Carlos Vizcaíno, la recibió por herencia -en 1921- doña Tiburcia Arias. En 1941 la casa fue heredada a Eva Pérez Vizcaíno por doña Tiburcia Arias. Información: Libro de Registro de Propiedades de Catastro Municipal en Archivo Histórico Municipal de San Gabriel, Jal.
  7. Rulfo, Juan. “Pedro Páramo”, Colección Popular, Fondo de Cultura Económica, México, D. F., Novena reimpresión, 1993, p. 86, 87.
  8.   Op. cit. p. 13-15.
  9.   Op. cit. p. 88-90.

(10) Op. cit. p.  148.

(11) Op. cit. p.  17-18.

(12) Op. cit. p.  148.

(13) Op. cit. p.  110-112. 

MA/MA

Profesor, músico y cronista municipal, originario de San Gabriel, Jalisco.

El 1° de septiembre de 1994, recibió el nombramiento de “Cronista de la ciudad”, de manos de la autoridad municipal.

Es miembro Cofundador de la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Jalisco, A. C., desde el 19 de octubre de 1996.

Primer cronista vitalicio de San Gabriel, desde el 28 de julio de 2010.

En noviembre de 2011 se integró a la Asociación de Cronistas Municipales del Occidente de México, formada por Jalisco, Colima, Michoacán y Nayarit.

Con treinta y cinco años de servicio en el magisterio estatal en primaria y secundaria, es maestro jubilado desde el 1° de junio de 2011.

Ingresó como consocio a la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco, Capítulo Sur, el 15 de octubre de 2016 con el tema: “La hacienda de Nuestra Señora de Guadalupe del Salto del Agua”.

De 2009 a 2021 fue el responsable del Archivo Histórico Municipal de San Gabriel, Jalisco.

Ha publicado una treintena de libros con temas históricos, genealógicos y monográficos. Ha participado en la prensa jalisciense, en revistas locales y en programas de radio y televisión estatal, nacional y del extranjero.

Correo: cronistademipueblo1994@hotmail.com

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