Quisiera advertir que esta es una columna muy personal, fruto de un ejercicio que acostumbro realizar en la víspera de cada arranque de ciclo escolar: consiste en regalarme 30 minutos de silencio y soledad para dejar fluir las ideas y sobre todo las emociones que me provoca un nuevo reto.
Aunque es un texto íntimo, me hace bien compartir que en ese espacio este año, aparecieron sensaciones de frustración y temor, pero sobre todo, de optimismo y confianza en que es posible construir alternativas dignas para los estudiantes y sus familias, y para los docentes como gremio.
Ese optimismo se materializó en una lista de diez propósitos que no tienen el rigor metodológico de los objetivos y las metas, construidos para ser medidos y evaluados al final.
Mis propósitos son más bien semillas: uno puede poner empeño y disponer de los insumos para que rindan fruto, pero nada asegura que así ocurra. Eso sí: quien siembra manzanas no cosecha mangos. Sembrar ya es, en sí, un acto de esperanza y de compromiso.
Con ese enfoque decidí que el arranque de esta semana me encontrara con diez semillas sembradas en mi mente y en mi corazón docente:
- Que mis aulas sean un espacio de encuentro humano: con momentos para convivir sin producir, para equivocarnos intentando cosas nuevas, para jugar y platicar.
- Que las experiencias de aprendizaje sean un puente entre el aula y la desafiante realidad que los alumnos enfrentan fuera de ella.
- Que la tecnología sea un motor para llevar más lejos las posibilidades y que ese viaje esté tejido por un hilo permanente de reflexión ética.
- Que se valore la salud que proporciona una buena alimentación y el ejercicio regular.
- Que el idioma español sea una herramienta protagónica para organizar las ideas e integrar conocimientos nuevos.
- Que el idioma español sea útil para poner en común emociones, sentimientos e ideas sin lastimar a nadie.
- Que vivamos numerosas experiencias para apreciar expresiones de la cultura, paisajes y personajes de Autlán.
- Que abunden la música y el color en muchas —pero muchas— clases.
- Que encendamos luces, no que llenemos frascos.
- Que, cuando este ciclo termine, pueda mirar a los estudiantes y a sus familias a los ojos, con la tranquilidad de haber hecho lo mejor posible.
Diez semillas que se ponen en la tierra con esperanza y con compromiso. No son una receta, pero si a alguien le sirva alguna llévesela: las semillas están hechas para dar más vida, tome con confianza la que sienta que le sirva.
El ejercicio de recogimiento de este año no me hizo pensar en un fruto, sino en semillas que invitan a confiar en el proceso, en el siempre frustrante, desafiante pero liberador proceso.
