En 1964 estalló un escándalo en México que aún no termina. La policía detuvo a las hermanas Delfina, María del Carmen, María Luisa y María de Jesús González, conocidas como “Las Poquianchis”, acusadas del asesinato de más de cien mujeres, secuestro, violación, prostitución y de montar una extensa red de corrupción. El interés se avivó recientemente porque Netflix publicó la serie titulada “Las Muertas”, que tiene como base el propio caso real y la extraordinaria novela que escribió Jorge Ibargüengoitia.
La noticia, vía la serie, llegó a oídos de mis estudiantes. Sin mediación, de la historia destacan su connotación sexual, el morbo de la violencia y la sensación de que es un asunto superado. Con los ojos abiertos, es una posibilidad para enseñar sobre cosas importantes: en primer lugar, la recomendación literaria que mencioné en el primer párrafo y, luego, la reconstrucción del hecho en las partes en que aún podemos ocuparnos.
Las hermanas González eran originarias de Jalisco y, para la mitad del siglo pasado, ya habían montado una red de corrupción que les permitió tener burdeles en Lagos de Moreno, en Jalisco, y otros negocios del tipo documentados en San Francisco del Rincón y León, en Guanajuato. Prostitución, secuestro de niñas pobres, asesinatos de las mujeres enfermas o que ya no estaban en condiciones de ejercer y violencia, fueron parte de su legado, que incluyó la protección de autoridades para operar con impunidad.
Al compartir con mis estudiantes ese contexto, escuché expresiones de alivio porque las Poquianchis fueron capturadas: “el problema terminó”, dijeron, y entonces me preocupé más. Las amenazas no se han diluido. Las Muertas no viven en Netflix, siguen entre nosotros.
El informe mensual de incidencia delictiva de la Secretaría de Gobernación establece que, entre enero y mayo de este 2025, se registraron 274 carpetas de feminicidio a nivel nacional, de las cuales 10 son jaliscienses. Hasta el 4 de julio y en lo que va del año, el Registro Nacional de Personas Desaparecidas reconoce a 341 mujeres en esa condición.
Existen elementos para pensar que una causa de desaparición de mujeres tiene como propósito la explotación sexual, con cifras superiores en donde convergen presencia criminal y vulnerabilidad económica y social: entre enero y junio de 2024, la CNDH reportó 185 víctimas de trata de personas; no son periodos ni condiciones que permitan la comparación exacta, pero sí evocativa: son casi el doble de las víctimas de las Poquianchis.
Al Estado le corresponde desmantelar redes, investigar y sancionar. Los adultos que convivimos con Niñas, Niños y Adolescentes bien podemos advertir los riesgos, la necesidad de redoblar la atención con los mecanismos de enganche, como son las ofertas de trabajo, el contacto en línea con prestaciones por encima de las posibilidades y la construcción de comunidades de cuidado. Las Muertas no viven en la pantalla. La impunidad de ayer se parece demasiado a la de hoy. Descansemos con Netflix, prevengamos en nuestro entorno.
