Lo de Juan Ortega el domingo en Guadalajara hay que ponerlo aparte. Aún cuando el diestro sevillano salió con sólo una oreja de la Nuevo Progreso, lo que dejó en el ruedo vale más que una ligera conversación. Es una reflexión para los aficionados taurinos que buscan esas respuestas en la liturgia de la tauromaquia. Algunas que escasean en los últimos años.
Con sus dos toros, el ibérico se plantó en la arena y recibió con sendas verónicas cuando éstos le embestían con fuerza. Algo que es inusual en la mayoría de los matadores mexicanos, quienes prefieren medir la embestida del toro con capotazos que exploran distintas maneras de colocarlo mejor para ejecutar el lance fundamental del toreo.
Ortega, no cedió en ningún momento ante el lote de Los Encinos; malograda ganadería que en fechas recientes cuenta con triunfos a cuentagotas en las principales plazas de México. El coleta se impuso y mandó en todo momento. Con su segundo, su toreo con la capa lo llevó hasta los medios del ruedo, en una rúbrica que dejó una remembranza taurina de antaño. Cuando el primer tercio tenía una mayor duración.
La muleta es punto y aparte. En sus trazos, el astado jamás le enganchó la tela cuando citó el torero. No es mi intención hablar de una perfección cuando claramente no hubo un triunfador de puerta grande, pero sí, la de reconocer esos aciertos y hasta la escuela sevillana, que hasta hoy, en pleno 2025 y cuando el globalismo ha roto las barreras del tiempo, los españoles siguen siendo los mandones.
La técnica, indispensable en el arte de lidiar a un toro, corrió por cuenta de Juan Ortega. Si hablamos de tremendismo y voluntad a toda prueba, tenemos a Diego San Román. No exento de arte, y que también ha demostrado esto en Guadalajara, pero que sin duda predomina más su impulso de acortar las distancias y ponerse “ahí”, en la cara del toro.
Habrá quienes vean malinchismo en este texto, o algunos ese antiguo proverbio de “comprar los espejitos 500 años después”, aunque en función de lo escrito, hay aquí un fundamento taurino que demuestra que el concepto básico de torear lo mostró Ortega, en una tarde en la que sólo él brilló ante un lote ajustadísimo de fuerzas. Hasta con esos pudo.





