Les pido, estimados lectores, que no hagan un esfuerzo por ponerle rostro ni nombre a la situación que narraré a continuación. Confío en camuflar lo suficiente a los protagonistas para no exponerlos. Pero también les pido que sepan que la historia es verídica y que pone en evidencia situaciones humanamente lacerantes y estructuralmente contradictorias.
Hace unos días se realizaron las graduaciones de educación básica: padres de familia, maestros y estudiantes nos vestimos de gala para la ocasión. El orgullo por el esfuerzo coronado es una razón para celebrar y comunicar esa alegría. En una de esas ceremonias me encontré con los hermanos Diego y Frida (no son sus nombres; los tomé de la referencia de la pintura mexicana), y además de felicitar a Diego, les pregunté a ambos por sus padres.
Diego, que se graduaba, me dijo que no podían asistir. Frida, que tiene dos años más que él, me explicó que a ninguno de sus progenitores les dieron permiso de faltar al trabajo para acudir a la ceremonia. La familia decidió, con pesar, que Frida acompañaría a Diego y que, ese día por la noche, juntos celebrarían en casa el logro de la graduación.
En la acción de los padres de Diego no hubo negligencia. Sencillamente, no pudieron estar con su hijo. O mejor dicho: no les dieron permiso para acompañarlo.
Decir que la participación de los padres en la educación de sus hijos es una condición de éxito se ha vuelto casi un lugar común. No existe ninguna orientación teórica ni curricular que excluya a las familias de un proceso educativo exitoso. Al respecto, un estudio realizado en Chile (Sánchez, Reyes y Villarruel, 2016) puntualiza que la participación ocurre en tres niveles: la comunicación con la escuela, la dotación de materiales, y la construcción de expectativas familiares. Uno de los desafíos más importantes, señalan, es diseñar espacios de participación compatibles con las jornadas laborales.
Otra vez, creo que a las escuelas se nos carga el peso de resolver las carencias y contradicciones de la estructura social y legal. La Ley Federal del Trabajo en México otorga apenas cinco días de permiso pagado por paternidad, exclusivamente en caso de nacimiento.
Y aunque reformas hechas en 2018 a la ley laboral y a la Ley General de Educación esbozaron la posibilidad de un permiso mensual para que los padres asistan a la escuela sin descuento de salario, en la práctica esto no se ha materializado. Queda al juicio del empleador.
Que las escuelas hagan compatibles sus esquemas de participación con las jornadas laborales quizá implique que, el próximo año, para que otro Diego no esté solo en su graduación, la ceremonia se realice a las diez de la noche o en fin de semana, para que las dinámicas de producción no se vean afectadas.
Desde la perspectiva de las condiciones de empleo, también se requieren reformas que permitan mejorar el rendimiento escolar. Para que Diego no vuelva a estar solo en su graduación. Para que miles de niñas y niños no se queden sin acompañamiento cuando la escuela y el hogar más se necesitan.
