Vértigo, le dijo la doctora un día antes a Miguel Ángel. Lo que usted tiene es vértigo, por eso se siente mareado, tendrá que iniciar un tratamiento.
Pero no era solo vértigo, fueron curiosas las coincidencias. Regresaba a la ciudad donde habían transcurrido parte de su niñez y adolescencia, muchas vivencias para tan solo almacenar unos cuantos recuerdos, algunos lo agobiaban. Otros lo hacían sonreír o sentirse afortunado, aunque no era eso lo importante: a veces pensaba que había vivido con excesiva intensidad algunos pasajes de su vida.
Ahí fue la primera vez que leyó en la obra de Jean Paul Sartre algunos referentes para encontrar la libertad, a encontrar la diferencia entre vivir tu ciclo biológico como cualquier otro animalito y hallarle sentido a esta existencia azarosa, plena e insolente.
De los malos recuerdos, siempre había una conexión con los excesos, excesos de palabras, de alcohol, de placer, de horas sin dormir, de desafíos imprudentes. Pero, no sabía que ya solo guardaba escasas y efímeras imágenes de 12 o 13 recuerdos, buenos y malos.
Esa mañana, después de miles de mañanas en otras latitudes, amaneció en su antigua ciudad, se dirigía a comprar un periódico cuando al voltear hacia una farmacia se empezó a sentir mal: vértigo, pensó. Por precaución se sentó en una banca, antes hubiese proferido una bravata y continuado desafiante su camino, pero ya no, había entrado a la edad donde ser viejo y no ser reaccionario hasta biológicamente sería una gran bendición.
Inicio de vértigo. Ahí sentado, empezó a escuchar ciertas voces en su cabeza, gritos…-. córrele cabrón que ahí te vienen los azules-.
– no juegues, nos van a madrear, a la farmacia a la farmacia…
Sin cerrar los ojos recordó entonces un partido de futbol, viajaba en un camión de estudiantes hacia el estadio, recordó gritos: ¡culeeroooos, cuuuleeeeroooos!, olores nauseabundos, puro gas:
– no la chinguen, cuando coman guajolote quítenle las plumas- Resonó una fuerte voz…
Se vio entonces corriendo hacia la farmacia correteado por un par de cuicos y suplicarle a la encargada que lo dejara esconderse, que él no venía con los estudiantes.
– yo iba a tomar mi camión, pero de pronto se pararon los camiones de estudiantes y al verse cercados por la policía, empezó la corretiza…deme chance por favor –
Casi empujando a la empleada se metió debajo de un mostrador arrinconado, la mujer se vio obligada a dejar que se escondiera. Afuera se escuchaban las sirenas y los insultos, un acercamiento al caos. En esos momentos…algo cambió en él, paulatinamente el vértigo se alejó de su cabeza (fin de vértigo). Se sintió un poco mejor, ligero, libre…diferente…tal vez los segundos sentados en la banca le cayeron bien, tal vez se sentía mejor…así que continuó su camino.
Más adelante: una biblioteca, recordó la consulta de un gran libro, pasta dura oloroso a español antiguo, una muchacha absorta leyendo, bella y distante.
Liberó otro recuerdo, fue entonces que se percató que cada que recordaba algo lo iba eliminando de su cerebro, lo recordaba para expiarlo, deshacerse de el para siempre. Como borrar un archivo de la computadora. Delete, clear.

Ahora un buen recuerdo: Alejandro Lora y su grupo El Tri bajando de la camioneta sus instrumentos rumbo a una tocada, él y su amigo Rubén se acercaron para comprobar que sí era el Tree Soul, y el cábula de Lora gritándoles con su vocecita chillona y gandalla:
-a ver a ver esos niños, ayuden a subir estos aparatos a la camioneta…sáquense las manitas de sus huevitos y chÍnguenle que aquí la acción es de volada-
Efectivamente la acción fue de volada y hasta un caset les regalaron…
– para que se agasajen sus oídos, llévensela chido-
Dijo Lora despidiéndose con una sonrisa buena onda: pacheca y rocanrolera.
Cansado, una duda le asaltó al cerebro: ¿hasta cuándo seguiría recordando y eliminando? Sólo sabía por el momento que cada recuerdo, lo revivía intensamente como descargándolo para después ser borrado y no ser recordado jamás. Una realidad aumentada. Ahora estaba más claro lo que estaba sucediendo: cada que recordaba algo lo hacía con gran nitidez e intensidad. Lo recreaba, pero a la vez lo eliminaba, ¿qué pasaría cuando terminara con el último recuerdo? ¿perdería la memoria?, ¿moriría?
Habían pasado diez o trece horas, el mismo número de vértigos, el mismo número de recuerdos. Le dio miedo como sucede con todo lo desconocido.
Miedo: sensación de pesar o incomodidad causada por la percepción de un mal o de un peligro inminente. Indicadores físicos según Darwin: abrir mucho los ojos y la boca, enmarcar las cejas, parálisis, contener la respiración, agacharse/encogerse, aumento de la frecuencia cardiaca, palidez, sudor frío, erección de los cabellos, respiración acelerada, disfunción de las glándulas salivares, sequedad en la boca, temblores, falta de voz, pupilas dilatadas, contracción de los músculos del cuello.
Para nuestros lejanos antepasados que deambulaban por la sabana africana en grupos muy compactos, el miedo estaba en no sobrevivir, el mundo era un lugar temible y angustioso sobre el que las tormentas, la amenaza del fuego no controlado, las enfermedades y el sufrimiento en general ejercían una fuerte influencia sobre sus vidas, no se entendía qué provocaba esas calamidades lo cual dio origen al miedo primordial.

Es la época del hombre de las cavernas, de las cuevas, que, dicho sea de paso, esas cuevas eran unos espacios multiusos, el planeta atravesaba la última gran era glacial, confinados, como en tiempos de pandemia, ahí vivían y también ahí surgieron algunas de las primeras manifestaciones artísticas y religiosas.
Se le estaban acabando los recuerdos, no concentraba la vista en un punto fijo, sólo vértigo, su intuición le indicaba que sólo quedaba un recuerdo: la primera vez que se alimentó del pecho de su madre.
El hombre volvió a la banca se sentó mirando el sol ponerse. Cada vez que su mente traía un destello de su madre, un vacío lo alcanzaba. Sus recuerdos se desvanecían antes de poder tocarlos. Al final, ya solo estaba quedando el silencio, mientras su mirada perdida se fundía con la oscuridad del atardecer.
Y con ese último recuerdo atrapado; Miguel Ángel, conocido también como Don Mañas (DM) viviría hasta el 31 de diciembre de 2024. Se fue sin miedo.
