Esta semana, Oscar Cárdenas aborda las consecuencias de la contaminación acústica en el municipio y la nula severidad de las leyes al respecto.
Por: Oscar Cárdenas Hernández
Autlán de Navarro, Jalisco. 26 de noviembre de 2019. (Letra Fría) Desde hace algunos días, el que esto escribe ha sido despertado diariamente, a las 5:00 de la mañana, por los cohetones que arrojan en una iglesia cercana y por las procesiones religiosas que acompañaban dichas explosiones.
A esas horas de la madrugada el sonido de las explosiones es bastante fuerte, y si a eso se le suma el aullido de los perros a los que les molesta ese ruido, el resultado es un caso de contaminación acústica muy severo.
Pero, ¿qué es la contaminación acústica? La contaminación acústica se refiere al ruido excesivo o a la presencia de ruidos y vibraciones, sin importar su origen, que puedan causar malestar, riesgo o daño para las personas o para la vida silvestre, particularmente animales. Es decir, todo aquel ruido que tienda a interrumpir el balance natural es considerado como contaminación acústica.
¿Cómo saber cuándo un sonido se convierte en ruido, y de ahí en contaminación acústica? Empecemos con lo más básico y definamos primero qué es el sonido. Éste es un fenómeno que involucra la propagación de ondas a través de un fluido y que genera la vibración de un cuerpo. Por ejemplo, cuando hablamos, nuestras cuerdas vocales emiten una vibración que es transmitida a través del aire en forma de ondas. Cuando llegan a los oídos de otra persona, estas ondas hacen vibrar una membrana que se llama tímpano, que está conectado a tres huesecillos (martillo, yunque y estribo) que transmiten las pulsaciones a otro órgano llamado cóclea (o caracol), en el cual las ondas se transmiten por un líquido hacia los nervios auditivos que lo convierten en impulsos eléctricos, los cuales son conducidos al cerebro e interpretados por éste para identificar lo que se está escuchando, que en este caso es la voz de la otra persona (Figura 1).
Como el sonido se propaga a través de ondas, estas pueden tener mayor o menor longitud de onda y, por lo tanto, diferente frecuencia. El sonido que los humanos captamos está en el rango de los 20 a los 20,000 Hertz (unidad de medida de la frecuencia de ondas electromagnéticas desarrollada por Heinrich Rudolf Hertz), que se considera el espectro “audible” de los sonidos. Otros organismos pueden detectar sonidos tanto debajo como arriba de estas frecuencias.
El sonido que escuchamos dentro del espectro audible se mide con una unidad llamada Decibel (que se abrevia como dB), una unidad relativa y logarítmica basada en un valor bajo convenido internacionalmente, en este caso el umbral mínimo de percepción del sonido en el ser humano. Se dice logarítmica porque la unidad no avanza aritméticamente (es decir, 1, 2, 3, 4, etc.) sino en múltiplos de 10 (1, 10, 100, 1,000, etc.).
Cuando el sonido se vuelve excesivo y molesto, se convierte en “ruido”, y es éste el que está asociado con la contaminación acústica. Es decir, el ruido se convierte en un contaminante que tiene impactos negativos sobre la salud de los humanos, pero también sobre la salud y el bienestar de la fauna silvestre.
¿Cuándo un sonido se convierte en ruido? Se estima que a partir de los 70 dB un sonido se vuelve irritante y molesto, es decir, se vuelve un ruido contaminante. La siguiente tabla muestra el nivel de intensidad del sonido de diferentes cosas y actividades:
Como la escala en la que se basa la tabla anterior es logarítmica, el sonido que genera un lavaplatos es 10 veces más potente que una conversación entre personas, y el ruido de la aspiradora es 100 veces más alto que dicha conversación.
Volviendo al inicio de la presente columna, los petardos y cohetes empleados en la pirotecnia tienen una intensidad de 110 dB, es decir, muy cercana al umbral del dolor (120 dB) y similar al sonido del claxon de un carro en un embotellamiento vehicular.
Cuando estos ruidos son frecuentes e intensos, es decir, cuando generan contaminación acústica, pueden causar trastornos de salud sobre los humanos. Estos trastornos van desde aquellos del orden psicológico (como desórdenes del sueño y estrés), hasta trastornos cardiovasculares, hipertensión, inflamación en el oído y pérdida de la audición. La exposición crónica a niveles de sonido muy altos puede generar la pérdida total de la audición en los humanos.
En los animales, la contaminación acústica puede tener efectos negativos sobre la comunicación entre individuos, la reproducción y la navegación. Está documentado que el sonar, que se utiliza en la navegación marítima y que consiste en utilizar la propagación del sonido bajo el agua como medio de comunicación o para detectar objetos sumergidos, tiene efectos negativos sobre las poblaciones de mamíferos marinos (como las ballenas y los delfines), ya que en muchas ocasiones “se confunden” con la gran cantidad e intensidad de ondas sonoras en el agua, y se desorientan, quedando varados en las playas y muriendo en muchos casos. De igual forma, el ruido bajo el agua impide su comunicación y por lo tanto su capacidad de reproducción y de alimentación.
La contaminación acústica está ligada mayormente a las actividades humanas como el transporte, la construcción y procesos industriales. Sin embargo, las actividades culturales y religiosas, el comercio y aún la propia idiosincrasia de nuestras sociedades son también culpables de los altos niveles de ruido en nuestras ciudades. Aunque en muchos países se intenta reducir la contaminación acústica a través de leyes más severas, en nuestro país la legislación vigente es muy laxa y permite que se generen sonidos que van más allá de los niveles recomendados por las organizaciones internacionales de salud.
Algunas sugerencias para reducir el ruido en nuestra sociedad incluyen:
- Poner atención a los ruidos que producimos y respetar el derecho al silencio que tienen los demás.
- Reemplazar actividades ruidosas por otras que no generen ruido.
- Establecer un horario apropiado para aquellas actividades que impliquen mucho ruido (como la utilización de cohetes y fuegos pirotécnicos).
¡Nos leemos en la próxima entrega!
LL/LL
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