Por: Pie de Página | Alianza De Medios
LA PAZ, BOLIVIA.– Hubo un tiempo en que la hoja de coca era considerada sagrada. Su uso estaba restringido a los sacerdotes, atravesando todos los momentos ceremoniales de las sociedades andinas; al Inca, rey absoluto sobre la Tierra y a los doctores de la corte incaica. Era un regalo de Inti, el Rey Sol. Una hoja divina.
Con la invasión de los españoles y la destrucción del imperio incaico, las clases más populares pudieron acceder a la hoja, de la que la mayoría de los españoles renegaban en un principio por considerarla despreciativamente “cosa de indios”.
Pero, para los mitayos, esclavizados en las mitas (minas), y para los pongos (sirvientes), en las haciendas, la coca era un asunto de vida o muerte. Con ella mataban el hambre y el cansancio de un trabajo extenuante.
La hoja de coca es una planta originaria de Sudamérica y juega un importante papel en las sociedades andinas. Además de sus virtudes medicinales (estimulante, anestesiante y también quita el hambre), posee un rol protagónico en el intercambio social y en las ceremonias religiosas. Se cree que su uso se extendió a todo el territorio andino, con el imperio de Tiwanaku y luego con el imperio Incaico.
La hoja de coca más antigua fue hallada en la costa norte del Perú y data de 2500 AC. Se tiene evidencia de que la coca es la planta doméstica más usada desde tiempos prehistóricos andinos hasta la fecha, en los actuales territorios de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Argentina, Paraguay y Brasil.
Con el pasar de los años, el acullico (akulliku, masticado en quechua) se hizo cada vez más popular. Aunque este acullico era más profano, estaba de todas maneras conectado con las divinidades como el Tío de la Mina, la Pachamama (Madre Tierra) y los ancestros. Quiénes acullicaban eran mineros y transportistas, trabajadores con mucho desgaste físico, campesinos y agricultores, sobre todo; pero esto ha cambiado.

Un caso “común”
Daniel Torres K., nacido en La Paz, sede del gobierno de Bolivia, es ingeniero civil y tiene 50 años. Está casado y tiene dos hijas. Desde hace un año, trabaja en una hacienda ganadera en un régimen de tres semanas dentro del monte y una semana en la ciudad de Santa Cruz.
Siempre ha sido un hombre corpulento; pero, después de un par de meses en el monte, su esposa se percató de que estaba bajando de peso. No le dio importancia, porque el desgaste físico en el trabajo que realiza Daniel es fuerte; pero, luego de una larga separación, se alarmó: un demacrado Daniel había bajado casi 15 kilos en cuatro meses.
Y es que el hombre, como miles de bolivianas y bolivianos de diversas edades y estratos sociales a lo largo de todo el país, mastica todo el tiempo un “bolo” de coca, al que va sumándole de a poco una sustancia, que en el campo es lejía, pero que en la ciudad se moderniza con bicarbonato, Nescafé o Aspirina.
Esta mezcla hace que Daniel sienta que se emborracha menos cuando consume alcohol, no esté cansado y no tenga hambre ni sed. El “bolo” está empezando a causar fisuras en su matrimonio, pero para él se ha convertido en una adicción.
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