Crónicas al Estremo | El derby de Mostar en los confines de la exYugoslavia

Este lunes, Sebastián Estremo nos relata su viaje por la ciudad de Mostar, en Bosnia Hersegovina, y sus impresiones de la región de los Balcanes, cuyos conflictos bélicos y étnicos han dejado profundas heridas reflejadas hasta en el fútbol.

Mostar es una de las localidades más importantes de Bosnia Herzegovina, está situada a apenas dos horas de Split y de Dubrovnik, dos de los puertos más importantes de Croacia.

Por: Sebastián Estremo

Autlán de Navarro, Jalisco. 31 de agosto de 2020. (Letra Fría) Cuando se habla de deportes en los países que alguna vez conformaron la República Federal Socialista de Yugoslavia los ojos del mundo suelen concentrarse en los clubes y representativos nacionales de Serbia y de Croacia. Tras la disolución yugoslava y la proclamación de las nuevas repúblicas independientes, serbios y croatas tomaron la estafeta y se han convertido, como menos, en animadores de los principales torneos de futbol, basketball, handball, waterpolo y tenis del mundo. Desde mucho antes de los años 90 ya existía a nivel de clubes una fuerte rivalidad entre serbios y croatas que se remonta a la fundación de las ligas de la Yugoslavia socialista. Los dos gigantes de Belgrado, el Crvena Zvezda (Estrella Roja) y el Partizán, rivalizaron durante cinco décadas con el Hajduk Split y el Dinamo Zagreb en diferentes frentes y categorías. La rivalidad llegó a su punto más álgido en 1990 durante un partido de futbol amistoso en Zagreb entre el Dinamo y el Crvena Zvezda que para algunos fue el detonador de las guerras yugoslavas. Sea como fuere la tensión étnica que derivó de los años de guerra y de continua propaganda nacionalista en toda la región todavía se respira hasta hoy en toda la exYugoslavia.

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En el caso del futbol la hegemonía croata es clara y evidente. El tercer y segundo lugar conquistados por su selección en los campeonatos mundiales de 1998 y 2018 respectivamente, aunados a la consolidación de jugadores como Davor Šuker, Luka Modrić, Ivan Rakitić, Ivan Perišić o Mario Mandžukić en los mejores clubes del mundo, ha catapultado al futbol de este país como el más exitoso del este de Europa desde la disolución del bloque de la Unión Soviética. Sin embargo, aunque los éxitos son importantes en el deporte éstos no lo son todo. El futbol (como cualquier deporte) también se nutre de historias, tradiciones y significados que van más allá de lo que sucede en el terreno de juego y que trasciende lo estrictamente deportivo. Luka Modrić, por ejemplo, comenzó su carrera en uno de los clubes más polémicos de toda la RFS de Yugoslavia. En una pequeña ciudad de cien mil habitantes al sur de Bosnia Herzegovina donde se disputa un derby con una de las rivalidades más enardecidas de todo el mundo. Un lugar donde, pese a la pobreza del espectáculo, el futbol cobra una relevancia muy diferente a la que se vive en el resto del Viejo Continente.

Mural conmemorativo de la masacre en la región de Srebrenica (cerca de la frontera con Serbia), donde cerca de 8 mil bosnios musulmanes fueron asesinados por unidades del Ejército de la República Srpska y fuerzas paramilitares serbobosnias en 1995 en un acto abierto de limpieza étnica (Foto: Sebastián Estremo, Sarajevo, 2019).

De entre los cientos de montañas que componen los Alpes Dináricos, en la región de Herzegovina, resalta el monte Velež, cuyo nombre deriva de Veles, una antigua divinidad eslava de la tierra, las aguas y el inframundo. Desde su pico más alto, cerca de los 2 mil metros sobre el nivel del mar, domina un paisaje rocoso y agreste cortado por el intenso azul del río Neretva que da vida a estas tierras en su camino al Mar Adriático. El río forma en sus dos márgenes una serie de profundos acantilados que dificultan pasar de un lado al otro. Durante mucho tiempo un puente de madera atravesaba el río hasta que en el siglo XVI un aprendiz del célebre arquitecto otomano, Mimar Sinan, construyó el viejo puente de piedra símbolo de la ciudad de Mostar. El Stari Most, como se le conoce (“star” significa viejo y “most” puente), era parte clave de la ruta comercial que conectaba las regiones mineras del centro de la península balcánica con los puertos del Adriático. Sus guardias, o “mostari”, eran los encargados de controlar el flujo de personas y mercancías que lo atravesaban. Su importancia fue tal que a la larga dieron nombre a la ciudad. En la actualidad el puente y el río atraen todos los años a miles de personas de todo el mundo, pero lo que pocos saben es que la obra arquitectónica con la que se maravillan es tan solo una reconstrucción del puente original. Esto se debe a que en 1993 fuerzas paramilitares croatas lo detonaron desde la cima del monte Hum, una de las montañas que rodean la ciudad, donde además construyeron una inmensa cruz blanca (Milenijski križ o La Cruz del Milenio) de 33 metros de altura como símbolo de su dominio sobre la región. Estamos en plena guerra de los Balcanes.

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Vista de uno de los puentes de Mostar del lado bosnio de la ciudad. En segundo plano se aprecian los minaretes de algunas de las mezquitas y al fondo parte del monte Velež (Foto: Sebastián Estremo, 2019).

Las tensiones étnicas provocadas por el exacerbado nacionalismo que se cultivó los años que siguieron a la muerte de Tito fueron particularmente intensas en Bosnia y Herzegovina. Grupos que alguna vez se consideraron como un solo pueblo y convivieron en relativa paz durante décadas, de pronto se fragmentaron en cuando menos tres facciones confrontadas entre sí. Por un lado, están los croatas, que se definen por su catolicismo y su alfabeto latino. Los más conservadores se consideran herederos de la tradición del Imperio Austrohúngaro del cual alguna vez formaron parte, y por consiguiente protectores de los valores de la Europa cristiana. Por el otro, están los serbios, que también son cristianos, pero de la rama ortodoxa. Además, escriben con el alfabeto cirílico. Su historia está estrechamente ligada a los rusos, quienes los ayudaron en su guerra de “liberación” del yugo otomano. Por último, están los bosnios, que se distinguen de sus dos hermanos eslavos por ser musulmanes. Pese a sus diferencias los tres hablan básicamente el mismo idioma y sin embargo lo llaman de formas diferentes. Así son las identidades nacionales, tan frágiles y tan poderosas a la vez.

Al final de la guerra y tras mucho sufrimiento y sangre derramada, Bosnia Herzegovina se convirtió en un país independiente. Pero aquí no acaba la historia. Los horrores de la guerra fueron tales que quedó dividido en dos. Más divisiones dentro de otras divisiones que quince minutos antes no existían. Una parte del país pasó a denominarse la República Srpska, habitada en su gran mayoría por serbobosnios, y la otra se llamó Federación de Bosnia y Herzegovina, que es donde viven los bosnios y los croatas. Para que estas absurdas purezas étnicas se manifestaran territorialmente miles fueron desplazados y otros miles más perdieron la vida lo que alimentó el odio entre las comunidades. Mostar es una representación a escala de la realidad del país pues pese a ser tan solo una pequeña ciudad también quedó dividida en dos. En este caso en un lado bosnio y en otro croata. En la actualidad casi todos los serbios fueron expulsados y los pocos que quedan viven del lado bosnio de la ciudad.

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Mapa de la ciudad de Mostar, al este los barrios bosnios y al oeste los croatas

Llego a Mostar una noche de octubre, no hace tanto frío como me habían advertido. El río no se ve, pero se escucha, y conforme uno se va acercando se siente su olor y su temperatura en el aire. Es una ciudad oscura, salvo por la brillante cruz blanca que funge como signo de dominación de la postguerra. Azur me recibe en su casa, a tan solo unos minutos del Stari Most y a unos cuantos pasos de la avenida Bulevar, una de las principales arterias de la urbe. Mi cuarto da a una mezquita, casi puedo tocar el altavoz del minarete que convoca a la oración.

Cicatrices a 25 años de la guerra sobre la avenida Bulevar, Sebastián Estremo (2019).

Azur es un bosnio nativo de Mostar, tiene unos treinta años y es uno de los líderes de la “Red Army”, la barra del FK Velež Mostar, uno de los dos clubes de la ciudad. Hace años que no atraviesa la avenida que está a no más de veinte pasos de su casa pues su vida va de por medio. Durante la guerra la avenida Bulevar era el principal frente de batalla y hoy traza una línea fronteriza que determina la distribución étnica de la ciudad. Al oeste están los croatas con sus iglesias y centros comerciales y al este los bosnios con sus mezquitas y la réplica del viejo puente otomano. El lado bosnio de la vía sigue como hace veinticinco años, con construcciones a punto de colapsar agujereadas por ráfagas de plomo y terrenos baldíos. Del lado croata es otra cosa hay un parque bien cuidado, una gasolinera y un enorme campanario de una iglesia franciscana. Al fondo de la calle viendo hacia el sur está la Milenijski križ que parece flotar en la oscuridad. No hay hora ni lugar desde donde no se vea la cruz. Pese a que no hay ninguna regla que le prohíba a ninguno cruzar de un lado al otro, cada comunidad hace su vida en su propio rincón, mientras hordas de turistas cruzan de un lado al otro sin reparar en ello. Hay algunas excepciones, como la mamá de Azur, a quien la avenida Bulevar la tiene sin cuidado. Ella es bosnia, pero nació en lo que hoy es “el lado croata” y asegura que hay cosas que solo se consiguen del “otro lado”.

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Mural hecho por aficionados del FK Velež Mostar a las afueras de la zona turística cercana al viejo mercado. Destacan en él los principales elementos distintivos de la ciudad: el Stari Most, el río Neretva y una mezquita. Arriba y al centro, la estrella roja, símbolo de la tradición de izquierda favorable con el régimen socialista que gobernó en Yugoslavia durante casi cinco décadas (Foto: Sebastián Estremo, 2019).

Lejos del puente donde se aglomeran los turistas me pongo a explorar los muros de la ciudad. Las paredes suelen contar más que las personas. Al oriente del Neretva se encuentran cada cien pasos murales y grafitis que hacen alusión al Velež. Sobre la avenida principal, Maršala Tita (Mariscal Tito), me entero que el club fue fundado en 1922 y que sus seguidores añoran los tiempos cuando Tito gobernaba. Azur me explica que todavía hasta hoy muchos de los ultras se consideran a sí mismos socialistas. Caminando más hacia el norte me encuentro con una universidad que consiste en un campus semi abandonado con edificios destruidos donde crece la maleza. Ahí estudian los bosnios. Un poco más adelante hay unos cafés para estudiantes, un par de vendedores de fruta y comerciantes de ropa. Las casas poco a poco se van distanciando más y finalmente llego a una carretera que me hace ver que he llegado a los límites de la ciudad.

Lo primero que veo tras cruzar el largo puente que atraviesa el río es una avenida con un camellón en el que cuelgan decenas de banderitas croatas, una fábrica abandonada y edificios de varios pisos decorados con una serie de murales que frecuentemente hacen referencia al Neretva. Me sigo adentrando y al poco tiempo aparecen las primeras iglesias, los centros comerciales y los grandes hoteles. En el lado bosnio se encuentra el antiguo mercado repleto de turistas, pero es del lado croata donde se queda la mayor parte del dinero.

“Te amamos Tito”, grafiti sobre una de los cientos de paredes con impacto de bala en una de las calles perpendiculares a la avenida Maršala Tita (Foto: Sebastián Estremo, 2019).

Siguiendo mi caminata llego finalmente al Stadion pod Bijelim Brijegom. Fue construido y financiado por los habitantes de Mostar entre 1958 y 1971. Durante la mayor parte del periodo yugoslavo fue sede del Velež, que por aquel entonces era el único equipo de la ciudad. Fue en este estadio que los Rođeni vivieron su época dorada (el mote del club literalmente significa “nativos” pero su verdadero significado se acerca más a cuando en México le decimos “hermano” a alguien que no es nuestro pariente). Jugando ahí como local alcanzaron en tres ocasiones el segundo lugar de la liga yugoslava. En la temporada 1973-74 perdieron dramáticamente el campeonato ante el poderoso Hajduk Split solo por diferencia de goles y al año siguiente llegaron hasta los cuartos de final de la Copa de la UEFA. Los títulos llegaron en la década de los ochenta, cuando se convirtieron en el primer equipo de Bosnia Herzegovina en ganar la copa de la liga y el único en hacerlo en dos ocasiones. En la Copa de la UEFA de la temporada 1987-88 lograron vencer al Borussia Dortmund 2-1 en el juego de vuelta en Mostar. Aunque no les alcanzó para pasar de ronda este tipo de resultados parecían augurar buenos tiempos para el Velež. Hasta que estalló la guerra. En un parpadeo la liga yugoslava se desintegró, el equipo perdió su estadio y durante este siglo el club ha navegado entre la primera y segunda división de la liga de futbol de Bosnia Herzegovina. El estadio Rođeni, donde ahora hacen de local, ni siquiera está propiamente dentro de la ciudad, sino unos cuantos kilómetros al noreste, en Vrapčići.

Afueras de la ciudad de Mostar, dentro del barrio croata. Se observa al fondo la Milenijski križ en la cima del monte Hum (Foto: Sebastián Estremo, 2019).

A las afueras del Stadion pod Bijelim Brijegom hay bares, un parque sobre la colina que le da nombre al estadio y una unidad habitacional. La vida trascurre sin problemas. A unos cuantos metros está otra universidad, esta vez es la de los croatas. Mucho más grande y limpia que la del otro lado del Neretva. Una ciudad de cien mil habitantes con dos universidades, pero no por las razones adecuadas. De este lado las paredes ya no están decoradas con el rojo del Velež, sino con los colores de la bandera croata que representan al otro equipo de la ciudad: el HŠK Zrinjski Mostar. Su nombre se inspira de una familia de nobles húngaro-croatas (familia Zrinski, a la cual se le añadió la “j” como una marca lingüística propia del dialecto croata) que jugaron un papel importante resistiendo los embates otomanos en la región. La “H” de las iniciales obedece a la palabra “Hrvatski” que quiere decir “croata” pues fue fundado por jóvenes de dicha etnia en 1905, diecisiete años antes que su archirrival. No obstante su mayor longevidad, el Zrinjski no es ni de cerca el equipo con más tradición de Mostar.

Stadion pod Bijelim Brijegom decorado con las iniciales del HŠK Zrinjski Mostar con los Alpes Dináticos al fondo (Foto: Sebastián Estremo, 2019).

Durante la Segunda Guerra Mundial, la Ustaša se consolidó como una organización política nacionalista croata basada en sus ideales de supremacía racial. Con el apoyo de la Alemania Nazi la agrupación conformó el Estado Independiente de Croacia que fungió como un estado títere de los nazis entre 1941 y 1945. En ese periodo la nueva entidad formó su propia liga de futbol en la que participaron equipos como el Zrinjski o el NK Široki Brijeg. La derrota de Hitler acabó con la breve independencia croata, cuyo territorio fue absorbido por la Yugoslavia socialista. Ambos equipos fueron desafiliados de la liga yugoslava por su asociación con el fascismo y no reaparecieron hasta la desintegración yugoslava. Cabe señalar que los escudos de los clubes croatas en Bosnia siempre cuentan con la tradicional cuadrícula roja y blanca que los identifica por su composición étnica. El mote con el que se conoce al Zrinjski, “Plemići” (“los nobles”), recuerda no solo a la familia Zrinski, sino también a las ideas de la Ustaša. Tanto el Zrinjski como el Široki Brijeg son dos de los equipos más poderosos de la actual liga bosnia. En sus filas es prácticamente imposible encontrar jugadores bosnios o serbios. Solo las integran futbolistas étnicamente croatas y refuerzos extranjeros de otras regiones del mundo, pero nunca bosnios ni mucho menos serbios. Regularmente los clubes de Croacia envían a sus jóvenes promesas a este tipo de equipos para que se fogueen. Según palabras de Luka Modrić, quien militó con los Plemići entre 2003 y 2004, no hay liga más complicada en la que él haya participado que en la de este país en el corazón de los Balcanes.

La nueva administración tras la disolución de Yugoslavia, tal y como la Milenijski križ puede atestiguar, favoreció en Mostar a los croatas sobre los bosnios. Esto naturalmente encontró eco en el mundo del futbol por lo que el Zrinjski resurgió con el mejor presupuesto y con un nuevo estadio. Previo a esto las autoridades anticomunistas de la ciudad ofrecieron al Velež apoyo gubernamental a cambio de que renunciaran a la estrella roja de su escudo. Los aficionados no tuvieron que pensársela mucho y enseguida rechazaron la propuesta.

Del lado oeste del Neretva las pintas del Zrinjski van ocasionalmente acompañadas con símbolos como la esvástica o la cruz celta que hacen alusión a la breve experiencia del Estado Independiente de Croacia de la Ustaša. En la avenida Bulevar las provocaciones y amenazas que hacen los ultras del Zrinjski a los de Velež toman un tinte político que trasciende por mucho el pobre espectáculo futbolístico que ofrece la liga bosnia de futbol. En mi última noche le pregunto a Azur si tiene amigos aficionados del Zrinjski, si es posible ser seguidor de los Rođeni sin tener que odiar a muerte a los seguidores de los Plemići y viceversa. Me contesta que aunque la mayor parte de sus amigos croatas apoyan al Velež, hay unos pocos que apoyan a su rival sin que eso genere rencillas entre ellos porque no forman parte del sector de ultraderecha del Zrinjski.

La recién finalizada temporada 2019-20 mantuvo por un lado al Zrinjski Mostar peleando en la parte alta de la tabla con los dos equipos de Sarajevo y el Borac Banja Luka, el equipo serbobosnio más poderoso de la República Srpska. El Velež Mostar, por su parte, navegó tranquilo en la parte media baja de la tabla a varios puntos de la zona de descenso. Consiguieron su permanencia un año más en la primera categoría. El gran logro del año para los Rođeni aconteció un par de semanas antes de mi llegada, cuando un gol en los últimos minutos desató la locura de los aficionados del Velež que por primera vez en cinco años vencieron a su odiado rival. Sin embargo, pese a esta alegría, no parece ser que el Velež pueda volver pronto a los altos planos del futbol bosnio, ni mucho menos a la escena internacional. Su estadio lleva veinte años en proceso de construcción y, todavía más desesperanzador, no parece que en los próximos años las heridas de la guerra terminen de cicatrizar. Que ambos equipos compartan estadio es algo prácticamente impensable, aunque sin duda sería un gran primer paso para la reconciliación.

El derby de Mostar es solo una muestra de una ciudad con dos comunidades fragmentadas y enfrentadas. Cada una con su propia universidad, sus propias compañías de camiones, su propio equipo de futbol y su propio pedazo de ciudad. Por más que en otra de las cimas que rodean Mostar el gobierno haya escrito con piedras “Te amamos Bosnia”, la realidad es que en Bosnia Herzegovina coexisten sin coexistir tres comunidades que aún no digieren las heridas de la guerra en un Estado que se sostiene con alfileres a la espera de una nueva catástrofe. Ojalá me equivoque.

El puente de Mostar, Sebastián Estremo (2019)

LL/LL*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales

Sebastián Estremo nació en la Ciudad de México en 1991. Es Licenciado en Geografía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Maestro en Estudios de Asia y África con especialidad en Medio Oriente por El Colegio de México, se desempeña como cartógrafo y profesor particular de turco y de francés.

Apasionado por la historia, la geografía y los idiomas ha emprendido diversos viajes por México y el mundo recopilando las historias de vida de las personas que se han cruzado por su camino. Su género preferido es la crónica y su inspiración el periodista polaco Ryszard Kapuściński.

Ha publicado crónicas de sus viajes por el Kurdistán en medios independientes y artículos periodísticos y mapas en medios electrónicos.

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