Llegamos poco después de las 8:00 de la noche. La música programada por un joven DJ cumplía cabalmente su función, haciendo que el ambiente festivo estuviera en todo su apogeo. Nuevamente nos encontrábamos, después de tanto.
Ella, hermosa como siempre y radiante con un hermoso vestido blanco. Él, con un traje gris lleno de vida. Nos recibieron con efusivos abrazos que nos alegraron el corazón y nos cobijaron del frío. Felices, nuestras sonrisas se encontraron y las palabras se convirtieron en murmullos para expresar nuestro mutuo cariño.
Seguimos caminando, adentrándonos en el alegre espacio mientras recogíamos y prodigábamos saludos diversos: cercanos, a la distancia, con apretones de manos, con palmadas en la espalda, con besos en la mejilla, con guiños, con muecas, con gestos. Nos colocamos en una mesa junto a la pista de baile.
La terraza era abierta y estilo rústico con luces opacas, una pequeña cascada al fondo y mucho espacio para las travesuras de los más chiquillos. En uno de los jardines, observé a tres diminutos niños jugando con palos cual pequeños caballeros entrampados en una desigual pelea medieval, mientras una niña los miraba a corta distancia.

De repente, uno de ellos arroja su arma al suelo al tiempo que corre, atendiendo el insistente llamado de su madre. La chiquilla decidida toma el madero abandonado y blandiéndolo, se lanza al ataque al tiempo que grita. Ellos huyen despavoridos ante tal acometida. Desconcertada, encoje los hombros, suelta el pequeño trozo de madera y recogiendo su vestido, lentamente se vuelve hacia con sus padres.
En nuestra mesa, la mezcla de mezcal con agua mineral, hielo y coca cola propicia que el frío cada vez se sienta con menor intensidad. Comienzan entonces a servir la cena: tacos de carnitas con sus respectivas salsas, chile y cebolla. Es tiempo de perder la compostura por un instante. Así que desabrocho el saco, coloco la corbata al interior de la camisa y comienzo la degustación. Deliciosos.
Entretanto, los artilugios musicales van haciéndose presentes. Como preámbulo, cuatro grandes bocinas. Esto pinta bien. Poco a poco se van integrando los pedestales, las consolas, los cables, los micrófonos. Los tambores de la batería y la tarola inician su ensamblaje mientras las luces de diversos colores iluminan permanentemente el espacio como una lluvia caleidoscópica.
Después de un buen rato de minucioso trabajo, todo está preparado. El DJ se ha despedido hace poco y entonces, el característico sonido de un par de baquetas chocando tres veces entre si anuncia el inicio de la intervención del grupo norteño contratado.
El acordeón, el bajo eléctrico, la guitarra de doce cuerdas, la batería y la tarola emanan su característico sonido al cual respondemos al unísono los invitados. Las felicitaciones para los novios generan carretadas de aplausos al tiempo que se les invita a bailar al vals. Pasan al centro. Su amor es evidente después de tantos años juntos, dos hijas e innumerables cataclismos personales que los han hecho estar más cerca.
El baile continúa mientras la familia y los amigos los acompañamos y compartimos su alegría. Llegado un momento, los novios suben a un par de sillas y entrelazando sus manos, forman un arco. Es entonces cuando inicia el recorrido de “la víbora de la mar” de las mujeres. Se empiezan a sumar todas las interesadas, haciendo un grupo heterogéneo y numeroso.

Los vestidos estrechos, los zapatos de tacón y en algunos casos la edad no ayuda mucho pero aun así inician el recorrido entre las mesas. El griterío se hace presente cuando la víbora empieza a quedarse sin cuerpo y la cabeza continúa avanzando a su propio ritmo. Al final, ningún evento qué lamentar.
Es el turno de los hombres ahora. Jóvenes, adolescentes, adultos. Total, las barrigas no son una limitante. Inicia el borlote seguido de gritos, alaridos y carcajadas. Rápidamente la culebra se parte en dos. Al mismo tiempo, rescatan a uno de los integrantes del piso y lo integran de nueva cuenta a la fila, maltrecho y desfajado, pero con toda la actitud. Los aplausos premian su entusiasmo y sigue la algarabía.
Se abre entonces el bailongo. Ya dispuestos y encarrerados ella y yo comenzamos a encerar el piso con la suela al ritmo de Eslabón por eslabón de los Invasores de Nuevo León, No hay novedad de los Cadetes de Linares, Cielo azul, cielo nublado de Carlos y José, Y todo para qué de Intocable o La Chona de Los Tucanes de Tijuana, de las que alcanzo a recordar.
Fueron horas de baile, de alegría y de agradecimiento por todo lo vivido. Nos despedimos poco después de la medianoche con las piernas adoloridas de tanto brinco pero con la alegría de habernos encontrado nuevamente. Felicidades eternas a Rito y Miriam por estos primeros 25 años de casados.





