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Nosotros y los otros

Carlos Efrén Rangel nos comparte que la vida pública se ha alimentado de narrativas generadoras de una polarización perniciosa: nosotros y los otros. "No se trata de homologar visiones ni prácticas, sino de reconocernos en la diversidad sin hostilidad", reflexiona nuestro columnista.

Imagen: Freepik

A la física le debemos un concepto que nos ayuda a explicar la realidad social. Los campos magnéticos tienen dos polos, es decir, un par de puntos extremos y alejados entre sí, incompatibles. La vida pública se ha alimentado de narrativas generadoras de una polarización perniciosa: nosotros y los otros, vistos como una amenaza por alimentar visiones diversas con las que no es posible construir ningún acuerdo.

Por razones políticas, religiosas, culturales, de género o territoriales, abundan los ejemplos de polarización que vuelven conflictiva la convivencia. No se trata de homologar visiones ni prácticas, sino de reconocernos en la diversidad sin hostilidad. Hay que destacar que la polarización es un menú atractivo para las élites políticas: consolida lealtades, pule defectos y potencia aciertos. De ahí que los discursos recurran a ella con frecuencia. La batalla “fifís” versus “chairos” es una de las muchas expresiones que alimentan el panorama mexicano.

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La polarización es también perniciosa para la calidad de la democracia, principalmente, por dos razones: la primera es que los grupos tienen una mayor disposición a “sacrificar” normas democráticas que favorezcan a quienes comparten su visión; y la segunda es la dificultad para encontrar puntos para articular visiones y esfuerzos con quien piensa y actúa distinto.

Pienso en varios temas que pueden ser abordados desde visiones contrarias y que no se resuelven porque están permeados por actitudes polarizadoras: la legislación del aborto y de las drogas; articular el cuidado ambiental al desarrollo económico; el futuro de empresas nacionales como Pemex; los derechos de las expresiones de diversidad sexual; la respuesta nacional ante acciones de gobiernos extranjeros que cuestionan la soberanía; y tantas expresiones más, incluso de contextos más cercanos.

En el tema pensé de manera más viva en la semana anterior por dos razones: la primera es que la columna de la semana pasada (Andy y los profes) motivó mensajes que me remitieron a una lectura polarizada: conmigo o contra mí, “¿por qué no te quejaste de Peña Nieto?”, me acusaron varios, mientras otros inundaron de adjetivos despectivos las acciones y decisiones de la persona en cuestión.

Ni un polo ni otro se detuvieron a dialogar sobre la propuesta de la columna, que en realidad apostó por un punto en medio de los polos: viajar no es condenable, es enriquecedor; lo que sí es incorrecto es la incongruencia.

La otra razón es que, perdido entre los periódicos, me encontré una noticia de Suecia, en la que, conscientes de la polarización, hicieron un ejercicio: en plazas públicas instalaron mesas con tazas de café, en las que sentaron a dialogar a personas con posiciones contrastantes —policías, migrantes, feministas— con la consigna de buscar puntos en común. El texto no daba cuenta de los resultados, solo del esfuerzo por enfrentar la polarización.

En cosa de dos semanas vendrán nuevos estudiantes a mi aula. Con orígenes diferentes, visiones distintas y prácticas contrastantes, me propuse generar condiciones para poner en práctica habilidades que hagan atractivos algunos de los puntos medios entre los polos, en donde, sin abandonar la identidad propia, se deje de pensar en el otro como una amenaza a la que es necesario combatir.

nosotros

Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Maestro en Educación Básica.

Actualmente es profesor de español en secundaria y de Maestría en la Unidad 143 de la UPN. Desde los 17 años ejerció como reportero y comunicador en radiodifusoras y periódicos locales en Autlán. Aficionado práctico de la literatura, la crónica taurina y las columnas de opinión.

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