Simpatía por el débil | Ataque con armas químicas a Guadalajara

Jesús Medina García rememora las explosiones del 22 de abril, ocurridas hace 30 años en Guadalajara. "Algo que nunca olvidaré serán los lamentos. Lamentos de los heridos, niños, señoras, jóvenes, ancianos. Estados alterados “de la Humanidad Doliente”, diría Don Fray Antonio Alcalde"

Jesús D. Medina García

Autlán de Navarro, Jalisco, 24 de abril de 2022. (Letra Fría) Ya son 30 años de las terribles explosiones del 22 de abril en el Sector Reforma de la capital del estado. Triste acontecimiento que sacudió no sólo a Guadalajara sino evidenció la ineficacia de los sistemas y protocolos de seguridad principalmente de PEMEX. Los daños, según cifras oficiales, asumirían 16 mil personas afectadas, destrucción de: 10 kilómetros de colectores, 19 kilómetros de drenaje, 10 kilómetros de calles, 100 escuelas y 600 vehículos.

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 El Dr. Jorge Regalado autor del libro “¿Olvidar o recordar el 22 de abril?” señala:” hubo grupos de académicos de la U de G que nos organizamos e hicimos grupos de trabajo muy vinculados con los damnificados… el conteo de los fallecidos ya estaba cerca de las mil personas…otro factor que dificultó la identificación de las personas fallecidas fue la violencia de la explosión, pues al haber alcanzado a destruir 10 kilómetros de calle, el Instituto Politécnico Nacional estimó que se debieron necesitar más de 6 millones de litros de gasolina”.

Ahora se sabe que un día antes ya se habían activado las alertas por el fuerte olor a gasolina que salía de algunas tuberías, al acudir los técnicos de PEMEX desestimaron la situación señalando que se trataba de hexano que se había fugado de una aceitera ubicada en la Zona Industrial. Otro error garrafal sería que a la Unidad de Protección Civil Jalisco se le “ocurrió” lavar el colector del drenaje intermedio (el cual explotaría horas después), un especialista señaló que “esta acción fue un grave error …porque con la oxigenación y la cantidad de hidrocarburo que había, se provocaba una mezcla que era muy fácil que con cualquier chispa tuviese explosividad”.

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Era el sexenio de Salinas de Gortari y los costos políticos también llegaron: Guillermo Cosío, gobernador, Enrique Dau Flores, alcalde de Guadalajara, Aristeo Mejía secretario de Desarrollo Urbano y Rural junto con otros funcionarios fueron separados del cargo y algunos se fueron a la cárcel.

Recuerdo que era semana de pascua, me encontraba en Chapala, cuando por radio principalmente y tv, empezaron a circular las noticias, llenas de imprecisiones, alarmismos. Mi madre y hermanos vivían en el Sector Reforma, muy cerca de Analco, la zona de las explosiones, y repito: la información era difusa, según los reporteros casi media Guadalajara se estaba destruyendo en esos momentos, y que otra explosión en la calle de Gante, y que otra gran explosión en Río Nilo, otra en 5 de febrero; es decir; no había un patrón de seguimiento en la ruta de las explosiones.

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Algunos testigos contaron hasta 11 explosiones. Sin pensarlo mucho me subí al datsuncito amarillo y preocupado, me dirigí a Guadalajara, llegando a la zona cero, todo lo que venía escuchando por el radio ahora lo veía, era impresionante el olor a gasolina, la zona no estaba ni acordonada, gente llorando, herida, buscando familiares o atención médica, polvo por doquier y destrucción mortal en el paisaje.

Después de cruzar esa parte me dirigí al hogar de mis familiares, no estaban, una vecina me dijo que se habían ido a Zapopan donde estaba el Kínder en el cual trabajaban, Eeectivamente ahí los encontré temerosos y asustados. Nos enteramos por las noticias que se estaban habilitando albergues en el CODE, Hospital Civil, Hospital Militar y el Estadio Olímpico de la Universidad de Guadalajara, por lo que me trasladé ahí a ver si podía ayudar en algo. Ahí me quedé hasta la madrugada.

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Atónito y obsesionado en qué más podía ayudar me trasladé a la casa de un amigo que vivía justo en la esquina de Alcalde y Hospital, el buen “Luigi Piripití”, desde el primer piso de su casa se veía el transitar de la gente, con rostros angustiados, no cesaban las sirenas, “un ambiente de guerra“, pensé. El buen amigo Luigi Piripití, sacó una botella -creo de tequila- y me le pegué con todo valor, porque ya empezaba a flaquear por el horror que desde la mañana había vivido. Con unos buenos tragos de tequila y ya sin lágrimas en los ojos le dije a Luigi que fuéramos al Hospital Civil, estaba a tres cuadras, no quiso ir. 

– ¡Entonces presta! – le dije arrebatándole la botella al tiempo que bajaba las escaleras rápidamente para salir a la calle.

El viento de madrugada de inicio me cayó bien, pero a la par sentí, que el tequila se me subía más allá de la coronilla. Pues ni modo, la entrada al enigmático y viejo Hospital Civil era ambiente y territorio de guerra: familiares, personal del sector salud, reporteros, heridos, policías y voluntarios, no se si algunos andarían igual que yo de ebrios. Con mi chamarra de cuero y mi credencial de universitario como cartas de presentación, me metí por los enormes pasillos, vi que un enfermero luchaba por mover unos catres, así que de volada lo auxilié, una señora con el rostro totalmente vendado pedía que le acercaran un vaso con agua. Algo que nunca olvidaré serán los lamentos. Lamentos de los heridos, niños, señoras, jóvenes, ancianos. Estados alterados “de la Humanidad Doliente”, diría Don Fray Antonio Alcalde.

En la actualidad su lucha sigue: piden que PEMEX asuma su responsabilidad en la tragedia, existe un fideicomiso integrado por solo 57 damnificados a los cuales les dan 15 mil 558 pesos al mes, pero están temerosos al respecto, ya que en mayo del próximo año se termina el recurso destinado a este fideicomiso. El saldo oficial quedó en 212 muertos, 69 desaparecidos y mil 470 lesionados. Conste; cifras oficiales.

José Antonio Vargas tenía en ese entonces 14 años, le ayudaba a su padre en un taller auto eléctrico, salió a comprar una refacción y la explosión de la calle de Gante lo hizo volar por los aires, -según relata-, salvó la vida, pero quedó para siempre en silla de ruedas. ¿Qué culpa tenía que pagar José Antonio de las estupideces y omisiones de todos los involucrados encargados de mantener en buen estado esta infraestructura? ¡Qué culpa… chingado!

MA/MA

Historiador y escritor. Ha publicado en diversas revistas, medios y modalidades. Es profesor investigador titular de la Universidad de Guadalajara.

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