Y después, vino una aseveración surgida de la práctica encarnada de coraje y dignidad: “nosotros no nos dedicamos a las matemáticas ni a hacer cuentas, nos dedicamos a trabajar con la tierra”, dijo mi padre, Rodolfo, en ese mismo año.
Sí, la universidad llegó reproduciendo (y aún) la colonización de los saberes campesinos. En aquellos años esos agrónomos egresados replicaban cual mercader la oferta de insumos externos a las familias campesinas para que “mejoraran” su producción.
El máximo ejemplo es el maíz. Alimento sagrado que sin la intervención humana pudiera dejar de existir y, al mismo tiempo, humanidad dependiente del maíz que sin él dejamos de ser.