No resulta extraño que Nayib Bukele, presidente de El Salvador, quiera exportar a diversos escenarios los procedimientos que lo volvieron protagonista en el grupo de los gobiernos que apuestan por el autoritarismo. Ahora Bukele va por las escuelas como lo hizo en las prisiones y, con la bandera de la disciplina: militarizar procesos, cancelar libertades y abrir la puerta a los abusos graves. Lo que no deja de sorprenderme es el apoyo que cosechan sus políticas.
Tampoco quiero juzgar a nadie; en realidad, la pregunta que me he hecho los últimos días, desde que conocí la medida escolar salvadoreña, es: ¿qué cosas están podridas para que estos gestos de totalitarismo se vean con simpatía?
Breve contexto
Luego de nombrar a la capitana del Ejército salvadoreño, Karla Trigueros, como titular del Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología, se emitió un memorándum dirigido a todas las escuelas, en el que se transmitió la orden a los directivos de vigilar la entrada a los planteles y verificar que todos los estudiantes ingresen con un “corte adecuado”, realicen un “saludo respetuoso” y presenten un uniforme limpio, con la advertencia de sanciones administrativas para quien incumpla, tanto a profesores como a estudiantes.
La ambigüedad de los conceptos es alarmante: ¿cómo es un corte de cabello “adecuado”? En diarios en línea de El Salvador se nombró como prohibido el corte “Mohawk” que, al buscar en Imágenes de Google, aparece el futbolista Neymar como ejemplo. Lo que pueda interpretarse por “saludo respetuoso” es mucho más ambiguo; dependerá de la interpretación de cada escuela.
Muchísimos aplausos. Entonces, ¿qué hemos hecho mal? Habrá quien diga que todo: que en el pasado las escuelas funcionaban mejor, que desde que los programas de estudio pusieron al alumno al centro del proceso se han materializado medidas que les restan responsabilidad, les aligeran las tareas y los hacen inmunes a las consecuencias negativas de sus actos; en esta época nadie reprueba; en esta época a nadie expulsan.
Justicia
No voy a negar que, como profesor, esas situaciones pueden ser frustrantes; no son pocas las veces que quisiera que el rigor y el empeño que pongo en diseñar y aplicar experiencias de aprendizaje fueran correspondidos por algunos estudiantes y sus familias, y que fuera el mismo rigor académico quien abriera la puerta de la justicia.
El filósofo y político estadounidense John Rawls, en su libro “Teoría de la justicia”, identifica que la escuela forma parte de la estructura básica que debe garantizar igualdad justa de oportunidades; por eso, las normas solo serían aceptables si fueran neutrales, mínimamente restrictivas, no arbitrarias, y si demostraran beneficiar en especial a los menos aventajados. Para que la disciplina eduque, tendría que ser codeliberada y proporcional, mientras que una disciplina basada en la estética y de carácter punitivo convierte la apariencia en criterio moral y, en términos de Rawls, desordena la justicia que dice perseguir.
Pero, entre eso y ver con simpatía medidas que combinan el autoritarismo y el nacionalismo extremo aplicadas en niñas y niños, me parece que merece la pena detenerse un poco y reflexionar. Para ello, cierro con la definición de un concepto que voy a obviar para que los algoritmos no castiguen a Letra Fría, pero, seguro, el lector podrá asignarle el nombre: “movimiento político totalitario ultranacionalista que prioriza la nación sobre los derechos individuales y se caracteriza por un gobierno autoritario, un líder carismático, el militarismo y una retórica excluyente”.
