Crónicas al estremo | La policía de balcón

Este lunes, Sebastián Estremo habla con firmeza de los tiempos difíciles que nos esperan después de la cuarentena y la urgencia de una sociedad empática que impulse un verdadero cambio ideológico.

Por: Sebastián Estremo

Autlán de Navarro, Jalisco. 27 de abril de 2020. (Letra Fría) Dicen por ahí que es en los momentos de crisis donde se puede ver realmente quiénes son las personas, cuáles son sus vicios y virtudes. Creo que todos estaremos de acuerdo que la coyuntura del SARS-CoV-2 es uno de estos momentos. Es un hecho que después de esto, cuando pase el temporal, no volveremos a ver a nuestros vecinos, familiares o amigos de la misma manera. Para bien o para mal.

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El Estado mexicano, como la mayor parte de los Estados del mundo, ha puesto en marcha una estrategia para hacer frente a esta emergencia sanitaria mundial. Mi intensión aquí no es discutir esta estrategia ni compararla con la de otros países que tienen mayor o menor infraestructura, población o independencia económica. La estrategia, no obstante, coincide con la que la mayor parte ha instaurado, muchas veces a regañadientes, desde hace ya un par de meses. “Resta a casa”, “Evde kal”, “Stay home”, “Quédate en casa” se dice en todas partes. Miles de millones de personas confinadas en sus hogares, algunos trabajando y otros con la incertidumbre de un futuro desesperanzador, aguardan por un desenlace.

El objetivo ya lo sabemos todos: aplanar la curva, no saturar el sistema de salud, controlar las cadenas de transmisión del virus. Esa es la esperanza. La vida de muchas personas va en ello. Sin embargo, como suele suceder en esta vida, todo es mucho más complicado que simplemente acatar una instrucción, hay muchas realidades, muchos matices. De entre los confinados ha surgido el grupo de “los policías de balcón” (o de ventana si es que no tienen balcón) quienes, cual chivato de primaria, con una mano redactan un informe sobre los pormenores de las actividades de cada uno de sus vecinos y con el dedo índice de la otra señalan a los infieles de la cuarentena. Por las noches se imaginan en su papel de víctimas, en su lecho de muerte con cierto gozo gritando a los cuatro vientos el nombre puntual del responsable de su triste desenlace. Si estos “policías de balcón” además tienen redes sociales, son aquellos que imploran por mayor control y presencia policiaca o militar en las calles. No es por ser aguafiestas, pero a estos que llevan con orgullo la lógica policiaca dentro de sí no les haría mal revisar ejemplos de la historia sobre qué pasa cuando los militares (o una policía militarizada) controlan las calles. Aquí en México sabemos de eso. Resulta que en Turkmenistán saben todavía más de Estados policiacos y el virus ha quedado proscrito por decreto. En Italia varias organizaciones han documentado los abusos policiales durante la cuarentena (revisar los escritos del colectivo italiano Wu Ming en su blog GIAP) y, un caso más extremo aún, es el de Argentina, donde las denuncias vecinales tienen consecuencias penales, lo que nos recuerda a los tiempos de la dictadura. Pero en fin, esa es otra historia.

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APYSA

El otro día platicaba con mi amiga Aura sobre los vicios de la sociedad y sobre cómo esta pandemia los ha sacado a flote. Creo yo que el síndrome del “policía de balcón” es uno de ellos. Sin embargo, hasta cierto punto, creo que puedo entender sus móviles. La gente está desesperada y frustrada por las incomodidades que genera esta cuarentena, pero sobre todo por la incertidumbre económica que provoca e inocentemente creen que si todos acatamos a la perfección las instrucciones comunicadas por el Estado en “la novela de las 7” pronto estaremos de vuelta donde nos habíamos quedado. Nada más falso. Los mismos gobiernos del mundo reconocen que esto solo es un parche, un paliativo para ganar algo de tiempo y ver como reestructurar este mundo con la menor afectación posible al gran capital. Asumiendo que se controla la pandemia y se acaban las cuarentenas para finales de junio eso no garantiza absolutamente nada a mediano plazo. El virus está aquí. El virus llegó para quedarse. Hay segundas olas de contagio. El mundo está interconectado y mientras no se controle en todos los rincones del planeta el peligro está latente. Lo cual me lleva a otro de los vicios de la sociedad: los análisis superfluos, cortoplacistas y a pequeña escala.

A escala del COVID-19 la vacuna sería la solución a nuestros problemas. Las proyecciones más optimistas afirman que estará lista para septiembre de este año, los más realistas hablan del 2021 y otros todavía más conservadores no se atreven a dar una fecha. Generar, producir y posteriormente distribuir masivamente una vacuna no es hacer enfrijoladas como las de Anahí. Toma su tiempo y tiene su ciencia (valga la redundancia). Hagamos cálculos. Para septiembre todavía falta un centenar de días. En ciertos países, como Alemania, se planifica hasta el más mínimo detalle para volver a la actividad de forma escalonada en los próximos meses con estrictas medidas de higiene. Allá ya pasaron por lo peor y, aun siendo Alemania, muchas personas (los migrantes por ejemplo) se las están viendo complicadas. Acá en México apenas entramos en los primeros días de la fase más crítica y el bolsillo de muchos ya no aguanta más. Más días de cuarentena representan una condena a más miseria para millones de personas (y recordemos que la miseria más temprano que tarde mata, no es algo abstracto, es algo material). Aunque lo contrario, es decir, seguir la vida sin cuarentena, también puede ser una condena de muerte para muchos, como para los trabajadores del emporio de Salinas-Pliego o los de las maquilas en Juárez. Puede verse el caso de Lear Corporation, donde literalmente hay gente que ha muerto por sus patrones. ¿Qué hacer ante semejante encrucijada? Unos sufren por la cuarentena y otros por la falta de cuarentena. El nivel de éxito de la cuarentena depende de lo estricto de las medidas y sin embargo empresarios con ganancias multimillonarias cada año se niegan a pagarles su mísero sueldo a sus empleados para que puedan quedarse en casa ante una contingencia ambiental a nivel global. Pero eso sí, si uno no da la vida por la empresa es porque no tenía la camiseta bien puesta, por falta de compromiso con el país. ¡Perfecto! Para mañana quiero ver a los dueños de las maquilas y a Salinas-Pliego viviendo en una “caja de zapatos” o en una casa a medio construir trabajando en las precarias condiciones de sus empleados por el bien del país.

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Cuipala

No. Los responsables de que nuestros adultos mayores se infecten no son los irresponsables que siguen teniendo pachangas de veinte personas en sus azoteas. Las responsabilidades individuales tienen su impacto, claro que sí, pero son las estructurales las que condenan a la gente a la miseria y las que generan comportamientos dañinos para la sociedad. De hecho, son las estructurales las que están permitiendo que enfermedades como el COVID-19 salgan de lo profundo de las selvas y bosques y se integren a los circuitos del mundo moderno mediante la presión a los ecosistemas (al respecto recomiendo mucho el análisis del artículo Contagio social: guerra de clases microbiológica en China del colectivo chino Chuang). Es muy fácil responsabilizar de los males de la humanidad a los individuos cuando aquellos que detentan el poder en todo el mundo se han dedicado durante décadas a desmantelar los sistemas de salud y a acabar con los ríos, bosques y selvas que todavía nos quedan para generarle más ganancia a gente que ya es multimillonaria (de eso probablemente no tiene la culpa tu vecino el de las fiestas). Hay todo un universo de variables y responsabilidades que van mucho más allá de las acciones individuales y de la buena voluntad de las personas.

Por mil y un razones las cuarentenas no pueden prolongarse muchos meses más, y el virus, al menos durante un año, estará masivamente con nosotros. A mediano plazo será todavía más difícil controlar que nos dé o no nos dé coronavirus. ¿Por qué no atacar el problema de otra manera? ¿Por qué en lugar de obsesionarse con no contraer el virus nos preparamos para afrontarlo mejor cuando nos llegue lo inevitable? ¿Por qué no, por ejemplo, reducir la proporción de gente que es población de riesgo? Claro que no podemos hacer que los adultos mayores de un día a otro rejuvenezcan. Pero podríamos mejorar las condiciones de salud de las personas. Millones de personas en cuarentena en México alimentándose (todavía más) con productos procesados de mala calidad, con frutas y verduras cubiertas de pesticidas, con carne repleta de hormonas, con refrescos y pan dulce con alarmantes niveles de azúcar que se venden en cada esquina a precios mucho más accesibles para el ciudadano común que los productos orgánicos “ecofriendly” libres de cáncer. No me sorprende que en México los niveles de obesidad y de diabetes estén por los cielos. Tampoco me sorprende que los dueños de las marcas que producen estos productos estén en cuarentena en alguna de sus mansiones con alberca, helipuerto y tigres de bengala de mascota aconsejando (o dando órdenes) por videollamada a los jefes de Estado del mundo.

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A quién engañamos, como platicaba con mi amiga Aura, las soluciones que se plantean son a corto plazo. Es más, ni siquiera son soluciones, es simplemente escalonar la tragedia y no plantear estrategias sólidas a largo plazo que mejoren las condiciones de vida de las personas y del entorno. ¿Por qué no en lugar de fomentar al policía que todos llevamos dentro no creamos mecanismos de formación y discusión que nos permitan pensar colectivamente en una forma de afrontar este y otros tantos problemas más poniendo como prioridad la vida de las personas y no los bolsillos de los más poderosos? ¿Por qué no ser más empáticos y entender que permanecer en casa para muchos puede ser tan desgastante y tan mortal como contraer el virus? ¿Acaso ya nos olvidamos de que muchas personas viven hacinadas en “cajas de zapato” con un solo cuarto al que le pega el sol de abril todo el santo día? ¿De la deficiente infraestructura barrial? ¿De la escasez de agua o de los cortes de luz? ¿Del olor a caño que no se va? ¿De la falta de espacios verdes, libros o internet? ¿De la violencia doméstica? ¿De las violaciones a niños pequeños por parte de sus propios familiares? Déjenme les digo que la mayoría no vive en casas de dos pisos con jardín, internet, garage con tres carros y un huerto orgánico en algún lugar bonito cerca del bosque. Muchos ni a vivienda llegan (pueden preguntarle cómo les ha ido a los afectados del sismo del 85, treinta y cinco años después). A los que todavía tienen sus tierras con su huerto orgánico los andan asesinado para construir termoeléctricas, exóticos paraísos turísticos o monocultivos de soya o aguacate.

Como sociedad me parece que no aporta absolutamente nada a nadie señalar al probable responsable puntual de tu contagio. Hay mil formas de contagiarse y las seguirá habiendo en la era post-cuarentena. Me parece mucho más productivo identificar las causas generales que hacen de esto una crisis global (desde lo sanitario hasta las enormes desigualdades sociales del mundo), cuestionar las estructuras que nos llevaron a ello y finalmente pensar en soluciones reales (y no paliativos) para afrontar el problema. No destruyamos lo poco de verdadera comunidad que nos queda pidiendo sanciones más estrictas y militares en las calles. No esperemos de los gobernantes lo que nunca nos han dado: una vida medianamente digna. En tiempos de elecciones recordemos que la solución no está en las urnas y que la estupidez e irresponsabilidad individual también es algo estructural.

LL/LL

*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales.

Sebastián Estremo nació en la Ciudad de México en 1991. Es Licenciado en Geografía por la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y Maestro en Estudios de Asia y África con especialidad en Medio Oriente por El Colegio de México, se desempeña como cartógrafo y profesor particular de turco y de francés.

Apasionado por la historia, la geografía y los idiomas ha emprendido diversos viajes por México y el mundo recopilando las historias de vida de las personas que se han cruzado por su camino. Su género preferido es la crónica y su inspiración el periodista polaco Ryszard Kapuściński.

Ha publicado crónicas de sus viajes por el Kurdistán en medios independientes y artículos periodísticos y mapas en medios electrónicos.

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