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De música y cooperación vecinal. El caso de las serenatas en el kiosco

Guillermo Tovar escribe sobre una relación de personajes que financiaban las serenatas dominicales en el kiosco del jardín Constitución en 1942, nos dice quiénes eran y qué aportaron al desarrollo de Autlán.

La foto es de la Banda Autlán en 1941, pertenece a la colección de la Casa de la Cultura Efraín González Luna.

Entre las costumbres perdidas en Autlán, una de las más lloradas es la de las serenatas o audiciones de la banda municipal en el kiosco del jardín Constitución. No hay vecino que hubiera vivido en Autlán hace más de tres décadas que no recuerde con nostalgia las tardes de domingo en las que se acudía al jardín a disfrutar del fresco, con el fondo musical consistente en los pasodobles, mazurcas, valses o danzones que ejecutaba la banda.

A esa nostalgia se agrega, casi siempre, la crítica a los tiempos actuales, en los que el jardín se encuentra escueto todos los domingos, sin música ni gente.

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En tiempos recientes, ciudadanos organizados en el grupo cultural La Banca han revivido esas tardes dominicales, recurriendo a los propietarios de los negocios alrededor del jardín, y aún de otros barrios, quienes cooperan para pagar a grupos musicales que ofrezcan serenatas en el kiosco.

Este esfuerzo puede calificarse de exitoso, dada la cantidad de personas que se reúnen a escuchar las serenatas y a revivir la actividad social de los domingos autlenses.

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Cooperación vecinal

En el Archivo Histórico Municipal de Autlán encontramos un documento que nos habla de que, ya en tiempos pasados, los vecinos de la ciudad financiaban las serenatas en el kiosco. Se trata nada menos que de una lista de cien vecinos de Autlán, firmada por el presidente municipal, Jesús Ochoa Ruiz, el 16 de enero de 1942 y que no ofrece más información que la lista de cien nombres, cada uno acompañado de una cantidad de dinero que oscila entre 10 centavos y un peso.

El documento se titula Lista de las personas de la localidad que espontáneamente contribuyen semanariamente para el pago de las audiciones musicales y, al parecer, no forma parte de algún expediente mayor. Aparece solo, sin relación aparente con alguno de sus compañeros de la caja de documentos de ese año.

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Entre los cien patrocinadores de las audiciones hay todo tipo de personas, algunas poco recordadas, pero también otras cuyos nombres se conservan en calles, plazas y otros lugares públicos.

Entre estos personajes hay algunos que tenían negocios en los alrededores del jardín, como Jesús Gudiño, padre del abogado José de Jesús Gudiño Pelayo, quien llegara a ser magistrado de la Suprema Corte de Justicia de la Nación; el inmigrante Juan Hanón, quien iniciara la construcción del edificio del portal Morelos y que dejara inconcluso, o Rubén Paz, propietario de la tienda La Colmena, que siguió funcionando hasta hace pocos años.

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Llama la atención que, a pesar de la fama de tacaño que tenía Juan Hanón, su aportación es de las más altas de la lista.

Benefactores

Había otros comerciantes que aportaban para las audiciones, aunque sus negocios estuvieran lejos del jardín. Uno de ellos es Alfonso Pelayo, propietario de la tienda La Estándar, ubicada en la esquina de las calles de Antonio Borbón y Nezahualcóyotl y fabricante del agua mineral Pelayo, que se anunciaba como “Aperitiva. Digestiva. Curativa”.

Otro es el panadero Nazario Paredes, que tenía su establecimiento en la esquina de las calles de Ignacio Allende y Guadalupe Victoria, donde hoy funciona una menudería.

Aunque ya hacía años que había cerrado su tienda El Gran Número 8, don Gumercindo Alatorre también cooperaba con las serenatas, mientras sus hijos Antonio y Moisés incubaban las importantes carreras que desarrollarían en las siguientes décadas en las letras y la música, respectivamente.

Profesionistas que financiaban serenatas

Pero entre los aportantes también había profesionistas, como el médico J. Jesús Velázquez Gómez, uno de los de mayor prestigio en la región y recordado como un precursor de la sana distancia, debido a su aversión a saludar de mano, por miedo a los gérmenes.

Entre ellos estaban también el profesor Ignacio Cárdenas, quien recién había llegado a Autlán en 1939 para ocuparse de la dirección de la Escuela Secundaria por Cooperación No. 12, la primera de ese nivel en toda la región, y el químico fármaco biólogo Adán Uribe Luna, benefactor de Autlán y uno de los primeros profesores de la mencionada secundaria.

Otro profesor que aparece en esta lista y que permanece injustamente poco recordado, es Ignacio Pérez Uribe, quien impartiera clases en la secundaria José María Morelos, del barrio de Las Montañas. Por cierto, la plazuela ubicada en la esquina de las calles de José María Mercado y Encarnación Rosas lleva oficialmente el nombre de Ignacio Pérez Uribe, aunque recientemente se le ha dado en llamar plazuela de Las Rosas, a saber por qué.

Sacerdotes aportaban para las serenatas

El sacerdote Mariano de Jesús Ahumada, párroco de Autlán recordado por su gran dinamismo, que lo llevó a emprender la construcción de la capilla de la Alameda y a oficiar la primera misa en el templo que ahora es la Catedral, así como a colocar la primera piedra de la capilla del Cerrito, también aportaba para las serenatas en el kiosco.

No se quedaba atrás en su aporte el sacerdote Mateo Tapia, encargado del templo de Las Montañas y de la capilla de La Purísima, a quien algunos recuerdan como un hombre de mal carácter. Sin embargo, su gusto por la música queda demostrado con estos aportes y con la composición de cantos religiosos, de los que se conserva alguno.

Terratenientes

Había terratenientes acaudalados, como Domingo Villaseñor, el hermano del doctor Rubén, o Felipe Castañeda, que también aparecen en la lista, lo mismo que el empresario Javier Valencia Luna, quien antes de terminar la década de 1940 sería candidato del PAN a la presidencia municipal, en una elección cuyo resultado propiciaría la llegada a Autlán del profesor Francisco Espinosa Sánchez.

El señor Valencia es importante en la historia del Carnaval, al haber construido el Casino Autlense, que llevó los bailes carnavaleros a un nivel mayor.

La generosidad de Eduardo Dávila, quien donó un terreno para la capilla de la Alameda y otro para la ampliación de la plaza de toros, y de Wulfrano García Radillo, quien hizo lo propio para la construcción de la escuela Tepeyac, se manifestó también con una aportación para las serenatas del kiosco.

Además de lo que cada uno de estos personajes y los demás que aparecen en la lista aportaron, cada uno en su propio ámbito, al desarrollo de Autlán, nos dejaron este buen ejemplo de generosidad y gusto por las artes.

Fuentes: Archivo Histórico Municipal de Autlán. Caja 1942.

Cronista honorario de Autlán por la Asociación de Cronistas Municipales del Estado de Jalisco desde 2015 y cronista municipal desde 2018. En abril de 2017 ingresó a la Benemérita Sociedad de Geografía y Estadística del Estado de Jalisco con el trabajo La construcción de la carretera Autlán-Purificación en 1930.
Correo: culturautlan@gmail.com

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