Rieleras y Juanes llegó el primer cuarto de siglo de este milenio y los temas pendientes de este mundo se acumulan como si el tiempo en lugar de fuente de aprendizajes de las experiencias pareciera una suerte de rueda de la fortuna, donde se repiten e incluso incrementan las angustias humanas.
Y como si fueran poco los pendientes de cientos de miles de personas migrantes por el mundo, la violencia exacerbada, la desigualdad social y la discriminación desde todas las perspectivas, nos tenemos que comer casi de manera cotidiana las ideas disparatadas del –de nueva cuenta- próximo presidente del vecino país del norte.
Lo que molesta es que el origen de las ideas no viene del análisis, ni del escrutinio de varias mentes que estudian las propuestas, sino de los impulsos estomacales de un ser que se siente superior por el poder conferido por otros que lo prefirieron por su paralelismo con el estereotipo construido por la “american way life”: ser hombre, ser blanco y ser rico.
Cambiarle el nombre al Golfo de México que se llama así desde el siglo XVI y que como tal es reconocido en todos los mapas, relaciones cartográficas, referencias de globos terráqueos y atlas mundiales, por lo menos decir, se trata de una ocurrencia para afirmar el desprecio que este ser siente por nuestro país y sus habitantes.
Trump y el Golfo de México
Lo de Trump no es la sutileza, como si la clara intencionalidad de sus dichos vinculados con los intereses económicos de él y luego de su país, en ese orden, quedando fuera el resto de la humanidad. El Golfo de México es fuente de riqueza en materia de explotación petrolera y los límites de explotación territorial entre los tres países que comparten su litoral, Cuba, Estados Unidos y México, están establecidos por la Organización Hidrográfica Internacional, así como en la Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de estos países.
Así es que para cambiarle el nombre al Golfo de México Trump necesita la anuencia de México y Cuba, ambos históricamente maltratados por el poder capitalista estadounidense, incluso en el caso de la Isla, por un inhumano embargo comercial y el nuestro, por las constantes amenazas y declaraciones de desprecio directamente del personaje en cuestión que resultan un despropósito en el marco de la cultura de respeto a los derechos humanos que prevalece en cumplimiento de los objetivos de Desarrollo del Milenio de la Naciones Unidas.
Marcelo Ebrard en su papel de Secretario de Economía ya dijo que no habrá cambio de nombre, y esta Adelita considera que, si le quiere cambiar la denominación a la parte que le pertenece a Estados Unidos, pues que lo haga, al fin y al cabo el Golfo de México será llamado y reconocido así en el resto del mundo, durante y mucho, mucho después de la infame era trumpista.