Por: Elden Eloy Chávez
Guadalajara, Jalisco. 25 de marzo de 2022. (Letra Fría) “La nueva normalidad” nos introdujo a una versión de la opinión pública en donde se intensificaría el monitoreo por redes sociales ante las crisis sociales que nos rodean (seguridad, cultura, política, etc.), nuestras reacciones a dichas crisis, problemas y aconteceres públicos del día a día, nos han orillado, casi por completo, a una dinámica en donde se polarizan los asuntos públicos, las luchas sociales y las demandas de la ciudadanía hacia sus gobiernos.
La cultura de la cancelación surge como una vertiente de la opinión pública a la que evoca de una manera “directa” en el empoderamiento de la ciudadanía por medio de la acción colectiva para lograr cambiar, moderar o prohibir actores públicos de corte político, social o económico que representan una amenaza, retroceso o debilidad, para un movimiento social, institución, organización o a un sector social.
El avance de este fenómeno ha trascendido sus espacios tradicionales y se ha adaptado como un recurso político y una forma de legitimar la toma de decisiones por parte de figuras o actores públicos. Un claro ejemplo de lo que se puede entender como “cancelación”, sería el ejemplo de acusaciones de violencia sexual hacia mujeres, desde este punto de vista se podría considerar a la cultura de la cancelación como una herramienta de justicia social para algunas personas.
Teniendo en cuenta cómo se integra la idea o noción de la cancelación, recientemente, en el marco de la guerra entre Ucrania y Rusia, los festivales de Cannes, Venecia, la Feria del Libro Infantil de Bolonia y la Feria del Libro de Guadalajara se unieron al veto, han sido algunos de los eventos culturales más importantes del mundo que han suspendido la reproducción cultural rusa.
En algunos países europeos se comienza a debatir la idea de comenzar a legislar para prohibir la cultura rusa, como lo es el caso de Polonia, el país vecino de Ucrania ha decidido prohibir toda música proveniente de Rusia (incluyendo a los clásicos como Tchaikovski, Stravinski por decir algunos ejemplos); en Italia, surgieron intentos en Milán y Florencia de suprimir el legado de Dostoievski (uno de los más grandes escritores rusos), el escritor tiene un fuerte legado en ambas ciudades italianas, la ciudadanía exigía derribar una estatua del escritor en Florencia, mientras que en Milán, la Universidad de Biccoca intento cancelar un curso académico centrado en el escritor, sus obras y legado, finalmente se mantiene aún en debate si ambas ciudades terminaran de cancelar al clásico escritor.
Desde el mercado y la economía global, algunas empresas transnacionales, como Disney, Warner, Sony, Netflix, Spotify han suspendido sus servicios o han disminuido considerablemente su presencia en el país y algunas organizaciones deportivas cómo la UEFA, FIFA o Fórmula 1, han decidido no llevar a cabo los eventos que tenían programados antes de que estallara el conflicto con Ucrania.
La pérdida de estos servicios y la cancelación de dichos eventos representan un fuerte golpe para la economía nacional y sobre todo la ciudadanía comienza a resentir estos cambios por productos nacionales que intentan reemplazar los servicios suspendidos, además de que están empresas y organizaciones lanzan fuertes campañas hacía sus usuarios, clientes o seguidores en contra de la guerra, un apoyo marcado a Ucrania y en algunos casos, la promoción de la cancelación rusa.
Finalmente, algunas instituciones pertenecientes al cuerpo internacional de las naciones unidas ya han dejado claro una postura independiente respecto a la guerra que emprende Rusia, por ejemplo, la Unesco, quien ha decido suspender su reunión de ministros de cultura europea en la ciudad de Kazán.
Políticos a lo largo de Europa se manifiestan, como es el caso de Nadine Dorries (secretaria de Estado de Cultura, Medios de Comunicación y Deporte del Gobierno británico), quien ha señalado que la cultura y el deporte es un “tercer frente” en la guerra Rusa-Ucraniana, proviniendo de aliados Ucranianos, podría ser considerado como una estrategia cooperativa de seguridad para los aliados europeos, lo cual resulta interesante ya que hablamos de elementos que mal acostumbrados estamos, de generalizar su poca relación en temas políticos y de interés público, en este caso, la realidad nos llama a reflexionar sobre la batalla ideológica y de comunicación que occidente ya comenzó contra Rusia.
A lo largo del mundo, activistas, asociaciones civiles, políticos, gremios académicos, partidos, entre otras instituciones, han señalado el peligro de proliferar la cultura de la cancelación, como Noam Chomsky (el cual junto con otros 150 intelectuales han redactado una carta sobre los peligros de esta contra-cultura), el notable académico comporte que a pesar de casos como el de George Floyd han brindado un buen ejemplo para la cancelación, se ha observado como otros grupos radicales de izquierda o derecha han capitalizado esta herramienta de acción colectiva para suprimir el debate, la reproducción y empoderamiento de grupos afines a las tendencias radicales, la polarización que termina por desestabilizar la política de un país ha sido directamente relacionada con la cancelación.
Los académicos sociales concluyen que no es una garantía de la libertad de los individuos, al contrario, es una supresión de la misma y por lo tanto, de la democracia, tanto es así, que ahora nuestra interpretación y construcción social de lo que puede o no puede ser cultura es un recurso de guerra, el primer conflicto político-cultural globalizado del siglo XXI, un retroceso para la política global y un fracaso para el modelo institucional de manejar el conflicto internacional.
MA/MA
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