Rieleras y juanes, la historia del rechazo por la Cámara de Diputados de la solicitud del desafuero de Cuauhtémoc Blanco, actual diputado federal, en el marco de las investigaciones por la denuncia en su contra por tentativa de violación, así como por acusaciones de corrupción durante su mandato como gobernador del estado de Morelos, deja en la boca un sabor a moneda de cobre antigua y oxidada.
El todavía anhelo social alrededor del reconocimiento de los derechos de las mujeres incluye también el de que los presuntos agresores sean investigados en equidad de circunstancias y no resguardados bajo una figura como el fuero, un instrumento legal que brinda inmunidad procesal a ciertos actores políticos y que en su origen nació para evitar abusos entre esferas del poder.
El abuso normalizado
Lo sucedido este martes habla de cómo el sentir social que exige justicia aún no coincide con el actuar de grupos políticos, lo que resulta aún más lamentable cuando esas figuras se han erigido como representativas de las personas que desde sus casas y comunidades enfrentan problemas vinculados con el abuso normalizado, como lo es la violencia de género, en este estado que todavía es patriarcal y complaciente con los delitos cometidos por hombres en contra de las mujeres.
No conozco a Nidia Fabiola Blanco, pero su circunstancia de ser familiar de su presunto agresor sexual y de cómo fueron los hechos, no le resta el derecho a que este sea investigado y en el caso de ser encontrado culpable, castigado; como tampoco debería afectar las alianzas políticas y las afrentas que en ese escenario protagonizan actores encumbrados a pesar de su trayectoria dudosa en materia de legalidad y ética.
El fuero
La presunta inocencia de alguien no se puede contraponer, y menos esgrimir como argumento, en contra del legítimo derecho humano de las víctimas de acusar a sus agresores y conseguir justicia a través de ello.
Una vez más en la historia de México el fuero es equivalente a impunidad, en este caso ahora sostenida por un estado, -con gobernantes y legisladores, ellos y ellas, qué lamentable de verdad, en el nombre de la sororidad y dignidad de género- que todavía es misógino, injusto e incongruente con la cultura de paz que está en boca de sus representantes, pero ausente de sus acciones.
Mi boca sigue amarga y mi dignidad de mujer con conciencia sorora, ofendida.
