Uno de mis tantas aficiones es leer. No siento que sea un gran lector, ya que tengo muchos contactos que se inyectan los libros –algo así como en la película de Matrix-. En realidad empecé a tener el gusto por la lectura mientras estaba en la preparatoria, sin embargo no tengo tan anclado el hábito como quisiera.
Desde chico me llamaron la atención los libros, en la casa de mi mamá había uno sobre la cultura egipcia y me encantaba ver las imágenes y leer el pie de foto. Me encantaba ese libro, por qué, la verdad no lo sé.
Y algo que esperaba con ansias eran los fines de semana, cuando mi abuelo tomaba un libro ilustrado de cuentos para niños, no sentábamos como podíamos alrededor de él – a mí me encantaba ponerme sobre la espalada, como si fuese tortuga un puff café aterciopelado- y escuchábamos los cuentos que mi abuelo nos leía en voz alta. Me encantaba esos momentos de lectura.
También mi tía Isabel cada vez que visitábamos algún museo o conocíamos de algún personaje, tomaba la enciclopedia y nos pedía leer sobre el tema. Me gustaba hacerlo, a mi hermano no mucho, tanto que me dejaba a mí la tarea mientras él hacía otras cosas.
La decisión de leer
A pesar de todo lo anterior nunca me declaré como un asiduo lector –incluso hasta la fecha- . No fue hasta la prepa que me oculté en los libros, y digo que me oculté porque siempre tuve muy mala relación con mis compañeros de clases y mis broncas familiares. Así que decidí leer.
Para ser honesto no recuerdo cuál fue mi primer libro, pero recuerdo muchos que han sido excelentes para mí. Siempre he pensado que el libro llega en el momento adecuado y gracias a ello los he disfrutado en la etapa de mi vida que me acompañaron. Por cierto, como acotación me cae gordo que te digan “¿a poco nos has leído X libro?” ya sea porque está de moda o es de “cajón leerlo”.
Sin embargo nunca pensé dedicarme a la literatura ya que sufro de dislexia, me daba flojera leer de manera formal, pero sí me gustaba escribir.
Un día a mi maestro Vicente Preciado le mostré unos textos – la verdad me da pena que los haya leído porque era más una catarsis juvenil – cuando los leyó pinto una ligera sonrisa casi burlesca y me preguntó que si leía, obvio le contesté que no.
Preciado y Arreola
Al siguiente día lo acompañaba un señor con capa y gran sombrero que sobresalían sus chinos canosos de él, era Juan José Arreola.
El maestro Preciado me señaló y le dijo es él – sentí en ese momento como un juicio en sus miradas, como si lo que hubiera escrito era una blasfemia para la literatura (que en realidad y siendo sincero si lo era) – entonces el maestro Arreola sacón un libro de bolsillo de su autoría y me lo regaló y me dijo, entre muchas otras cosas, que para escribir hay que leer.
Después de eso cuando me veía caminando por la calle y él jugaba ajedrez en los portales me recomendaba libros.
Muchos años después decidí estudiar la Licenciatura en Letras Hispánicas – sí con todo y mi dislexia y poco acervo literario – ahí conocí grandes lectores qué, gracias a las pláticas de café me fui enamorando de la literatura y aprendiendo más.
En la actualidad soy promotor de lectura, me encanta mostrarle a la gente lo que leo, platicar con ellos sobre los libros sin llegar a poses intelectualoides.
Me encanta escuchar a la gente cómo se emociona de una historia, incluso me encanta pensar en cómo lograr que la gente se enamore de los libros como yo lo he hecho.
Hoy es día relax, que tal un té de manzanilla.
Si leíste hasta este reglón platícame ¿qué libro te ha gustado?