Por: Rodolfo González Figueroa | A mitad del surco
La Ciénega, Jalisco. 25 de noviembre de 2022. (Letra Fría).- Luego del primer curso de verano agroecológico infantil en El Mentidero y debido a la emoción, interés y energía compartida por las infancias de la comunidad y, como especie de seguimiento de los temas compartidos, se funda el Club Agroecológico Infantil en la comunidad de El Mentidero.
Este, es un espacio práctico y vivencial en la parcela escolar para darle continuidad a las actividades realizadas en el verano, pero también para compartir temas nuevos, jugar, divertirse, estar en contacto con la tierra, sembrar, realizar actividades culturales en los cultivos, reforestar, leer y seguir fortaleciendo la comunidad infantil, su cohesión y el aprendizaje agroecológico práctico.
El club se reúne una vez a la semana por las tardes. Aunque las y los niños quisieran que fueran más días ya que les agrada el espacio y manifiestan que se divierten y les gustaría que fuese incluso más tiempo pues el cambio de rutina de por sí es satisfactorio.
En el club agroecológico convergen niños desde los 4 años hasta los 15 años aproximadamente. Se genera un espacio de aprendizaje convivencial, intergeneracional y colaborativo, puesto que muchas de las practicas que se efectúan requieren trabajo en equipo y distribución de actividades. Es común ver trabajando juntos a niñas de 13 años, con un niño de 4 y otro de 10. Algo que no ocurre en la educación oficial que segmenta y fragmenta por edades impidiendo la posibilidad de la transmisión de conocimiento y de convivencia entre generaciones.
En cambio, en el club agroecológico, es posible ver como los niños y niñas mayores le explican a los más pequeños, les ayudan, les comparten, motivan u orientan. Claro, también se pelean y discuten, lo que conlleva y detona debate y diálogo, aspectos básicos de la comunicación humana que no siempre se practican en las aulas porque en ella sólo la docente o el docente son “los que saben”.
Si bien, la intención de crear este Club, fue más bien pensado en dar continuidad a un curso de verano, conforme pasan las semanas y nos reunimos van apareciendo temas, detalles, prácticas inesperadas, experiencias muy interesantes de aprendizaje convivencial “extraaulas” donde gracias a la libertad que las y los niños sienten de estar en campo abierto es posible que experimenten sensaciones, se animen a explorar, observar, correr, saltar, asombrarse al descubrir un escarabajo, un abejorro, recolectar flores, indagar, cuestionarse todo lo nuevo y obtener respuestas de parte de los compañeros quienes fungimos como los guías del proceso de campo.
El modelo de sociedad actual que tiende a recluir parece que educa, alinea y amolda para la obediencia, las actividades al aire libre del club agroecológico crean una ruptura en ese modelo pedagógico y de sociedad y liberan, despejan. Como una especie de anarquía metodológica pero guiados sutilmente a un objetivo claro, las y los niños desarrollan, desenrrollan habilidades; palear, escarbar, deshierbar, acarrear composta, observar, indagar, escalar en los árboles.
La pandemia, que obligó a encerrar aún más a las personas y, sobre todo, a sobreproteger a las infancias que terminaron de por sí siendo engullidas por la tecnología con la supuesta excusa de la educación a distancia con el club agroecológico se expresa una especie de liberación, de reconexión y término de estas restricciones.
Como el pizarrón o la hoja en blanco, la parcela escolar para los niños es un espacio donde hay que dibujar, plasmarse, crear. No hay un punto de partida estrictamente delimitado, hay una motivación para activar el disfrute y la creatividad. Por ejemplo; la casa del árbol, que no tiene la culpa de los vicios y los miedos de los adultos, ha sido un templo, un aposento de las posibilidades.
Cuando los niños suben esa casa puede ser un aula, un hogar, un escondite, guarida, etc. Lo cierto es que no hay niño que se resista (ni pequeño ni adulto) a subir por las escaleras y a entrar a una dimensión vegetal que todos y todas alguna vez deseamos, soñamos o disfrutamos. La casa del árbol, para los niños que no habían tenido interés de salir a la parcela ha sido motivo para hacerlo. Una vez ahí en la orilla de la parcela, como la humedad las niñas y niños se van infiltrando al centro por una inercia extraña quizá llamada curiosidad o simples ganas de ver que hay en esa parcela rara que no tiene caña, no tiene agave, no tiene tóxico ni un cerco que la delimite, donde tanto niño y niña acuden contentos y, cosa rara, sin miedos.
Curiosos, felices, gritones, sonrientes, preguntones, expresivos, solidarios así se manifiestan las y los niños cuando están en la parcela escolar o bajo los árboles a la hora de tomar agua luego de realizar una actividad agroecológica o bien, con mucha mayor razón, cuando se enteraron que abría una casa del árbol y más cuando se les invitó a darle color a la casita. Cierto es, que existe una deficiencia en la comunicación entre ellas y ellos y, controlados por sus impulsos, suelen tener confrontaciones, discusiones, desacuerdos y riñas por instintos de competencia o tal vez, doctrinas pedagógicas o culturales de la competencia. Pese a ello, después de un tiempo permea la convivencia.
El Club Agroecológico, desde mi óptica perceptiva sensorial no racionalizada, es un espacio necesario y de vanguardia. Nos encontramos en la calle frecuentemente a las y los niños pertenecientes al Club y obviamente, lo primero que preguntan es que cuándo habrá otra reunión; -“porque nos aburrimos en la casa”, mencionan. Zás, ¡¡¡niños que se aburren en su casa!!!! Y que exigen espacios abiertos para convivir y aprender. Las y los niños nos llaman. ¡Totalmente! Desde que comenzamos con este club, en lo personal, de los más de 40 niños y niñas que logro identificar, nunca he visto a uno de ellos con celular o tablet en mano cuando se realizan las actividades del club. Y en estos tiempos que se viven, tener a 40 chiquilines, sin que vean su celular durante 3 o 4 horas es algo que sin duda es una fuente de esperanza, ilusión quizá o échenle investigadores, “¿estudio de caso?”, déjense venir.
Por pura inherencia humana o genética de la especie, estamos diseñados para convivir y cohabitar este planeta en convivencia con la naturaleza. Algún filósofo prestidigitador lo dijo: “somos humanos exclusivamente y en la medida en que nos relacionamos con lo que no lo es”, por lo tanto seguir acercando a las infancias a la naturaleza, a los proceso biológicos, a las actividades de la parcela, a escalar los árboles, jugar al aire libre, etc, humanizará en mayor o menor grado a las nuevas generaciones de esta comunidad.
Toca, desde luego, perfeccionar las metodologías y para ello precisamos de estudiosos del tema; pedagogos populares, pedagogos emancipatorios expertos en epistemologías del sur o pedagogos decoloniales y demás lectores asiduos de bibliografías no eurocéntricas, que son necesarios acá en la interacción real con las y los niños que están abiertos para ser diferentes a sus madres y padres y que, para lograrlo, han de sacudirse una loza cultural de violencias desde la obstétrica hasta la política y ambiental pasando por muchas más tan sencillas como tener quién les escuche y entienda.
El Club Agroecológico de El Mentidero es un espacio para escuchar. Aunque cierto es, hay ocasiones que de tanto grito jubiloso de tanto niño, no se entiende nada. Aunque después del griterío compartimos una meta clara: Reconfiguración Agroecológica, Alimentaria y de Salud, para revertir un posible daño renal ocasionado por plaguicidas en las niñas y niños. Proyecto Nacional Estratégico financiado por el CONACYT donde colaboran universidades, asociaciones civiles y centros de investigación.
¡Por una infancia sin plaguicidas!

MV