Crónica del feminicidio de la parroquia de la Asunción

Este caso ocurrido en 1832 conmocionó a la sociedad laguense de su tiempo, sin embargo, este feminicidio ejemplifica perfectamente el daño que hace el amor romántico y el machismo a la sociedad.

Foto: Cortesía Lagos Post
Foto: Cortesía Lagos Post

Por: Manuel Covarrubias | Lagos Post | Red Macollo

Lagos de Moreno, Jalisco. 16 de marzo de 2023. (Letra Fría).- Margarita Souza, joven de 19 años, fue asesinada por Canuto Castillo en 1832 a un costado del templo de la Asunción en pleno corazón de Lagos de Moreno, frente a los ojos de todo el pueblo.

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Según lo relatado por Agustín Rivera, el joven Castillo había tenido una relación sentimental con la joven, sin embargo, Margarita decidió terminar su compromiso y, posteriormente, comenzó a salir con un joven abogado. Los celos y el enojo, según Rivera, motivaron al joven Castillo a asesinarla y, posteriormente, suicidarse. El caso conmocionó a la sociedad laguense de su tiempo, sin embargo, este feminicidio ejemplifica perfectamente el daño que hace el amor romántico y el machismo a la sociedad.

Primeramente, rescatemos que se trató de un asesinato premeditado: el joven había mencionado en distintas ocasiones su intención de asesinarla (a sus amigos y a la misma Margarita), incluso, intentó suicidarse arrojándose desde la azotea de la parroquia, suicidio que evitaron sus amigos.

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Según dice Rivera, al bajar de la parroquia prometió a sus amigos que, con engaños, haría subir a Margarita a la parroquia y desde ahí se arrojaría con ella.  Suele hacerse la distinción entre el crimen racional y el crimen pasional: el primero, se razona, se hace un consenso, se reflexiona y se toma la decisión. El segundo, se siente, es espontáneo. Nace de lo instintivo, sin embargo, esta noción del crimen pasional puede ser engañosa y llegar, incluso, a justificar o a romantizar el asesinato.

Según Rivera, “el último día de junio, en el corazón del joven llegó a su colmo el amor”, el joven Castillo se decidió a cometer el crimen. Esperó a Margarita afuera de la parroquia, sabía exactamente por cual puerta solía salir al terminar de escuchar misa. Ahí, cerca del pozo de la sacristía, la llamó. Margarita se acercó a él y el joven la apuñaló en el vientre mientras “le acometió diciéndole palabras de amor y desesperación”.

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La joven herida, logró evitar una tercera puñalada y salió con dirección a su casa, mientras el joven “se echó sobre su espada” y comenzó a gritarle: “¡Mira Margarita! ¡Te cumplo lo que te prometí! ¡Yo también muero!”. En la literatura romántica existe una inmensa cantidad de ejemplos de amor trágico, casi hacen de «tragedia» sinónimo de «amor». De esta forma, hacen del suicidio o del asesinato la única respuesta ante la imposibilidad de la relación amorosa. Romeo y Julieta de Shakespeare, posiblemente, sea el ejemplo más famoso.

De cierta forma, Rivera intenta justificar el feminicidio al recurrir a la fatalidad del amor no correspondido. Dice que: “según los decretos eternos, la espada vino a juntar la sangre de dos desgraciados que el amor no pudo unir”. En eso consiste el mito del amor romántico: creer que existen decretos eternos a los que uno debe obedecer ciegamente y soportar cualquier violencia que suceda en el proceso.

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La narración de Rivera presenta a Margarita, la victima de esta historia, con un cierto nivel de responsabilidad en su asesinato por no aceptar el corazón que el joven le entregaba con tanta pasión. En ningún momento se duda de que, efectivamente, lo que el Castillo siente sea amor, a pesar de las consecuencias a las que llegó. Por lo tanto, la violencia era justificada bajo la máscara del «amor».

Finalmente, Fray Francisco, un influyente religioso, se encargó de confesar y reconciliar a los dos moribundos, consiguiendo el perdón de Margarita en su lecho de muerte. Se apareció en la casa de Castillo, que se resistía a confesarse, y dijo: “Canuto, dice Margarita que te perdona y que ofrece a Dios por ti los dolores que está sufriendo”. Rivera intenta construir un relato moral que alimente a la sociedad católica laguense, sin embargo, su testimonio revela como el mito del amor romántico deviene en violencias justificadas y resignaciones absurdas.

Al comparar las personalidades de cada uno, Rivera sostiene que Canuto es un: “torrente que se despeña de la montaña y que saliendo de la madre inunda los campos, destruye los alegres sembrados y los trabajos de los bueyes”, mientras que a ella la describe como: “un manso arroyuelo que suspira en el silencio del desierto”. Rivera no hace más que reproducir estereotipos masculinos y femeninos, que desde la tradición clásica grecolatina existían.

Se decía que el hombre era de sangre caliente, un ser impulsivo, elocuente, ser público, y su contraparte; la mujer, era de sangre fría, dócil, pasiva, reservada, ensimismada, etc. La tragedia de los «amantes» de la historia está en que, desde sus mismas personalidades, la vida los imposibilitó a estar juntos. Rivera nunca considera que Margarita tuviese derecho a amar a otra persona, a elegir sobre su propia vida. Margarita, junto a las mujeres de la época, es vista como objeto y no como sujeto de su propia historia.

Agradezco el rescate del texto, El pozo de la sacristía (1873) de Agustín Rivera, a la editorial CULagos, incluido en el libro coordinado por David Carbajal López, CUATRO HISTORIAS DE LAGOS DE MORENO, SIGLOS XIX-XX. Dicho libro está próximo a ser presentado este 15 de marzo en la biblioteca pública «María Soiné de Helguera» de Lagos de Moreno.

Este contenido fue publicado en Lagos Post, medio integrante de Macollo, la Red de Medios Independientes de Jalisco.

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