Escribir poesía no es lo mío; además, soy un lector mexicano promedio de poemas, es decir, casi nunca leo nada, aunque, cuando se necesita, puedo recitar unas rimas de Gutiérrez Nájera que aprendí en la secundaria.
Con todos esos antecedentes, Andrea Reynoso, quien es una activa promotora cultural, me invitó a integrar el programa del Primer Encuentro Municipal de Poetas de Autlán, y, sintiéndome un intruso, acepté porque me gustó el tema: “La poesía en tiempos digitales”.
También me gustó la idea de coincidir en esa mesa con Jesús Medina, quien es vecino del barrio Letra Fría; su columna convive en el espacio virtual con este Letrero. Pero el sábado pasó algo que me agrió la leche y, para que no se eche a perder, me voy a permitir aquí hacer la réplica que ya no alcancé a hacer en la mesa.
Durante una hora, dialogamos sobre las formas en que la cultura digital ha permeado nuestras maneras de pensar, sentir, relacionarnos y expresar nuestros sentimientos y pensamientos. Entre otras cosas, Jesús enriqueció la charla con constantes referencias a las culturas del pasado, sobre su forma de leer el tiempo.
Lo digital
Por mi parte, avisados de que mis referencias poéticas son mínimas, intenté articular ese mundo con los lenguajes digitales, sus estructuras, sus costumbres y las posibilidades que tenemos al usar los poderosos recursos virtuales para lograr tareas complejas, asumiendo los riesgos y tomando medidas para disminuirlos.
Hacia el final de la charla, Karem Vargas, quien fue la moderadora, nos pidió que vislumbráramos el futuro de la poesía, una pregunta muy legítima que yo mismo hubiera hecho de encontrarme en su lugar, pero que, al tener la obligación de responderla, lamenté carecer de una bola de cristal.
Las audiencias y la poesía
Entonces formulé un deseo: que el futuro lo construyamos las personas de la manera que más nos convenga; no los dioses, sino los humanos; no el capital y su estructura, sino los humanos; no los algoritmos, sino los humanos. Y cerré con una frase: “El futuro de la poesía lo definirán los lectores”.
Jesús interpretó esas últimas palabras desde un enfoque económico, con la cultura de la oferta y la demanda, y argumentó, a través de ejemplos, la manera en la que grandes expresiones culturales en la historia han pasado desapercibidas porque en su momento los consumidores las han despreciado.
Entendí que Jesús lamentó que yo deseara que las leyes del capital permanecieran vivas, y eso me agrió la leche.
Pero el tiempo estaba encima, y ya no pedí el micrófono para aclarar que no, que cuando dije que los lectores de poesía definirían el rumbo, lo hice desde el humanismo y no desde el capital.
Consideré que los poetas también son lectores de poesía, y que los humanos podemos construir el mundo que nos merecemos, y que para eso también hay que escuchar a los indígenas vivos, que exigen, desde lo profundo de la Sierra Lacandona, que hay que construir un mundo en el que quepan muchos mundos. Y en eso andamos.