Por: Jesús D. Medina García
Antes del bicho COVID ya dormía
el máximo tiempo posible.
Comía de todo
sólo observaba lo que le llamaba la atención.
Nunca ha tenido conciencia de sí mismo
no sabe de su existencia
resuelve pronto sus problemas
ignora su edad, pero es un anciano.
No cree en la muerte porque
no sabe qué va a morir algún día,
tarde noche o madrugada.
Es viudo
su pareja murió de un paro cardiaco.
Ni sufrió
sólo se desvaneció
calló al piso cerca de un ahuehuete
él caminaba a su lado
la sepultaron al borde del Río Coajinque.
Llovía,
poco, pero llovía.
Durante lo peor de la pandemia
siguió igual
nunca usó cubrebocas
ni se lavaba las manos.
Mucho menos temía contagiarse.
No se vacunó.
Después del bicho
siguió con su vida normal
como un anciano cariñoso
su compañía siempre agradable
su mirada… un bálsamo.
Nunca cambió
nunca se preocupó.
Se llamaba Godofredo
pero le decían Willy.
Y como la esperanza… sigue vivo
me supera en todo.
Es atemporal.
No cabe duda….
Willy es un buen perro orejón.
Tal vez sean los perros y los caballos los animales que más han acompañado a la especie humana en su caótico devenir. Este perrito ya estaba muy enfermo, poco, muy poco queda de aquel cachorrito inquieto y mordelón. Me dolía verlo decrépito, lento, cansado. – Así me siento yo a veces -.
Una breve consulta con la familia y la decisión: hay que dormirlo ya. Muerte asistida. Y aunque no se trataba de un ser humano, me cuestioné si teníamos el derecho de intervenir y terminar con su vida.
El poema que incluyo se escribió durante la pandemia. La sobrevivimos. Pero llegó silencioso y poderoso el tiempo… y contra él no hay vacuna ni poema que pueda.
Acaso como escribió el gran poeta Renato Leduc: Sabia virtud de conocer el tiempo.
MA/MA