Por: Álvaro Díaz Herrera | Verbum Plurithema
Autlán de Navarro, Jalisco. 25 de agosto de 2022. (Letra Fría) Que exhausto debe llegar a ser una figura pública. Pero qué miserable puede llegar a ser un espectador exigente e insensible.
Pareciera que una vez que alcanzas el éxito, una vez que llegas a la cima, debes prepararte para lidiar con el juicio, escrutinio y severidad de los que quedan abajo y son espectadores de los que los han superado.
Porque para ellos los “ídolos”, los “exitosos”, los “famosos”, o son divinos o son nefastos, o los endiosan o son demonios, o los idolatran o los pisotean. No hay términos medios, no hay escalas de grises, sólo son dos polos radicalmente opuestos.
Todos nos equivocamos, cometemos errores, errores bastante graves a veces, pero vamos al paso aceptando nuestras fallas, aprendiendo de eso para no volverlo a cometer, para cambiar, para ser mejores y esperamos que las personas de nuestro entorno entiendan que equivocarse es parte del ser HUMANO.
Los famosos no tienen ese derecho en este tiempo y menos ya con las redes sociales.
Si artistas, cantantes, actores o figuras públicas, cometen un error están condenados a que se les recrimine de por vida. No merecen perdón. El peor castigo es el que merecen, machacarles todo lo posible y dejarlos sin dignidad, enlodados en el piso con su vida presente y futura arruinada por completo, ¿Por qué? porque eso es lo que le satisface al público espectador, a los internautas.
En todo el mundo sucede, en nuestro país ya lo vimos con Tiziano Ferro, Gloria Trevi y algunos otros. Cometieron un error y no terminan de pagarlo, no terminan de ser condenados, aunque ya hayan pagado el precio profesional o incluso hayan sido juzgados y exonerados por leyes civiles, hay parte del público espectador que nunca les perdonarán tanto como si no merecieran ser felices otra vez, ni tampoco merecieran levantarse y reconquistar el éxito.
Recientemente en el ojo del huracán estuvo el actor Will Smith, envuelto en una serie de inconvenientes errores. El error de la Academia al no controlar el guión y el tono de las palabras de un conductor, el error del conductor de hacer una broma sensible, el error de Smith de perder el control y golpear al conductor, el error de la esposa de mostrarse inocua… el error de muchísimos de ansiar ver a alguien crucificado en redes.
Probablemente no hay comparación con el lugar, el momento y el círculo de personas de los que se trató el suceso en los Oscar, pero ¿y qué si hubiese sido un “compadre” tuyo (o tú mismo) que en el calor de las copas hace algo similar? Pues pasa, se supera y queda en la memoria de las cosas que pasan en “una peda”.
Seguramente no habría consecuencias fatales ni extremas por una bofetada que un neurótico le da a un imprudente como ha sucedido millones de veces.
Lo mismo con la actriz Amber Heart, los errores en su relación, sus mentiras fueron alimento exquisito para el público que se sació y se agasajó de verla arruinada y sin posibilidad alguna de volver a tener un trabajo digno ni en el presente ni en el futuro. Personas que al parecer creen que cuanto más denigran y enlodan a alguien más resaltan ellos sus virtudes.
En el pasado eran los circos romanos, en los que el público aplaudía y se divertía gozoso viendo en vivo y en directo como los leones mataban y descuartizaban a los condenados. Antes era la marcha de la vergüenza, mujeres condenadas por sus errores a caminar desnudas por las calles sonando una campana mientras el pueblo le arrojaba desechos, ofensas y maldiciones para humillarlas. Hoy son las redes sociales, personas detrás de un dispositivo tecleando textos exactamente con la misma intención.
¿Que sentirías tú si cada que cometes un error te recriminaran tan cruelmente pretendiendo verte destruido por el resto de tu vida?
Pero ser famoso es otra cosa, todo es más caro… hasta el precio de un error.

CAC