Por: Néstor Daniel Santos Figueroa.
Guadalajara, Jalisco. 21 de marzo de 2018. (Letra Fría).- En este maravilloso, surrealista y contradictorio país, en donde la realidad rebasa a la imaginación, venimos desde hace ya muchos años ejerciendo la descalificación, opinando y diciendo medias mentiras o medias verdades, sin conocimiento de causa o compartiendo noticias tendenciosas en redes sociales, comentarios sin conocimiento de causa o ignorantes de la realidad del país y sobre todo, con nulo juicio crítico, sin argumentos y sin importar realmente la verdad y los acontecimientos que benefician o perjudican a nuestro país.
Hay distintas formas de descalificar, por ejemplo, cuando a algo positivo que nos pasó se le resta mérito hasta neutralizarlo, o cuando alguien dicen aceptar algo, pero con condiciones que llegan a anular lo que supuestamente apoyan; hay personas que aparentan respeto y tolerancia, pero siempre terminan señalando errores en los demás.
Quizás la forma de descalificación más utilizada en estos días es la de etiquetar, señalar a alguien por características que generan rechazo. También la ironía y el sarcasmo son maneras de disfrazar la descalificación, aparentando un falso interés por participar en la discusión, pero con una carga ideológica extrema y casi violenta. Por último, el rumor, cambiar el mensaje, tergiversarlo, ubicándolo en un contexto distinto, con el objetivo de desprestigiar, desvirtuar al otro es otra de las estrategias más utilizadas.
El descalificador tiene un propósito, un juego. Hay quien muerde el anzuelo y entonces hay un diálogo de sordos. El verdadero problema es que una abrumadora mayoría lee y asume las descalificaciones como verdades, como realidades, y se suma a una interminable cadena inicua que no beneficia a nadie y empobrece las posibilidades de alcanzar una democracia real.
(y hay quien cae en el exceso de criticar en el otro lo que lo distingue a si mismo… “miren, éste se revuelca en el lodo, como yo, pero yo no me ensucio”).