Por: Vianney Martínez Pérez
Autlán de Navarro, Jalisco. 07 de septiembre de 2022.-(Letra Fría) -«¡Hola!», me dijo una voz amistosa a través de mi teléfono celular. Mientras yo estaba observando el Nevado de Colima, a más de 100 kilómetros de distancia, el profesor Mario Pelayo Corona atendía mi llamada en un despacho bibliotecario de la Escuela Preparatoria Regional de Autlán (EPRA).
-«A ver sino se nos va la señal ¿eh?», advirtió. Nuevamente la tecnología estaba haciendo de las suyas, lo que hace 200 años era imposible, hoy lo era en cuestión de un click.
Previamente, el profesor y yo nos habíamos puesto de acuerdo, vía WhatsApp, para entablar una entrevista; la redacción me había encargado tomar el tema del joven estudiante de la preparatoria que obtuvo el tercer lugar en la XXIII Olimpiada Estatal de Química en Jalisco, el cual fue asesorado y preparado por Mario Pelayo Corona.
Y es que Mario Pelayo Corona es el hombre indicado para esta labor. En 1980, el entonces joven Mario se tituló como Químico Farmacobiólogo de la Facultad de Ciencias Químicas, ahora CUCEI, incorporado a la Universidad de Guadalajara; posteriormente, se convirtió en Maestro en Metodología de la Enseñanza, así como en Gestión Regional, para, finalmente, concluir un doctorado en Método de la Enseñanza.
Mientras escuchaba al profesor contarme de su preparación académica, caí en cuenta, por su propia voz, que los libros de ciencia que alguna vez estudié en la preparatoria los había escrito él. Mario Pelayo Corona es un docente activo, que escribe libros de aprendizaje: Biología I, Biología II, y, Química II.
Con un suspiro el profesor comenzó a recordar el porqué decidió dedicarse a la ciencia:
-«Ah… Yo tuve un maestro en sexto de primaria que nos dijo: «miren, les voy a enseñar qué es química«, y me enseñó bolitas y figuritas, me acuerdo perfectamente. Me dijo: «esto es química, estos se llaman electrones», fue así como me quedé con la espinita, pensando lo bonito que era la química«, dijo.
Los murmullos dejaron de ser perceptibles en la bocina de mi celular, supongo que se debió a que el maestro cerró la puerta de la oficina para tener más privacidad.
–«Inicialmente quería ser médico terapista«, levanté la ceja al escuchar la oración. Para mí era una sorpresa su revelación, porque durante el periodo que Mario Pelayo fue mi profesor en el edificio «C» de la preparatoria de Autlán, nunca imaginé que un hombre como él (bajito, con lentes, portador de una sonrisa de oreja a oreja y voz risueña), fuera capaz de informar a familiares y pacientes diagnósticos desalentadores.
-«Tenía que entrar a la facultad de medicina, pero yo tenía 90 de promedio de la preparatoria y mínimo, para ingresar, se necesitaba 94. Le di vuelta a mi mundo y recordé que amaba la química, pensé: «¿por qué no?», y apliqué a la facultad de química«, recordó Mario Pelayo.
La década de los 80’s, fue un parteaguas para la carrera profesional de Mario. El 10 de mayo de 1982, a dos meses de finalizar su preparación universitaria, el joven químico aceptó un empleo en el laboratorio clínico de Soledad Navarro, entonces ubicado a un costado de la parroquia que se encontraba enfrente de «Casa Chayito». Unos años más tarde, a través de un contrato, decidió formar parte la plantilla del laboratorio del Ingenio Azucarero Melchor Ocampo, del que fue desplazado en marzo de 1982.
-“En ese año yo me mudé a Cihuatlán a dar clases en secundaria y prepa, no me llamó la atención la docencia, y yo ya estaba enfadado. Pedí en mi trabajo ocho días de descanso en los que me fui a Guadalajara, donde me dijo el IMSS que yo estaba admitido para trabajar allí. Estuve a punto de empezar a trabajar en el Seguro Social, pero me arrepentí”, aseguró.
Por petición del doctor Tomás Robles, el ahora experimentado Mario regresó a Autlán a trabajar en el laboratorio de la Clínica Robles, donde «por suerte» obtuvo un cambio de base como docente en la Escuela Preparatoria Regional de Autlán.
-«Pues a mí dar clases no me gustaba, pero algo me movió al pensar que la enseñanza algo me dejaría en mi vida».
Sin pensarlo más, Mario dedica sus días a la química, tanto en los laboratorios clínicos como en los salones de clase.
El profesor comparte sus conocimientos a jóvenes autlenses desde 1987. En un principio fue asignado para impartir clases de biología, hasta el 2018, cuando en las aulas retomó compartir su pasión: la química.
-«Mmmm… ¿Quiénes eran?», preguntó el profesor a alguien que se encontraba cerca de él. -«¡Ah sí!, el laboratorio de química de la prepa fue impulsado por Alejandro Arroyo y Ruth Padilla López, con ellos comencé».
Los jóvenes y las olimpiadas de ciencia
-“A los chavos les gusta la química, he notado que hay alumnos que intentan entrar a CUCEI, lo que quiere decir que la química no es desconocida, y no porque sea mi campo, sino porque considero que los maestros que impartimos esta materia hacemos que a los jóvenes les interese la ciencia”, compartió.
De acuerdo con el maestro, la prueba de que la química es una de las asignaturas más interesantes en la preparatoria, se debe a que entre los mismos estudiantes se ayudan a comprender los temas: «es tan impresionante, que yo también aprendo de ellos«.
Su labor en la docencia no se limita en dar clases en una preparatoria regional, Mario es impulsor de la ciencia en los jóvenes, él es Coordinador Regional de la Olimpiada de Química y Biología.
-“Yo invito a los chicos en los que noto algo especial a participar en la olimpiada de química o biología, algunos aceptan, otros no, es como todo. El maestro Beto Meléndez y yo, empezamos a preparar a los interesados en horas extraescolares, mínimo una hora por tres días a la semana”, recalcó.
Para entender las olimpiadas de química y biología se debe saber que existen cinco tipos de selección: el concurso interno de la preparatoria, la olimpiada regional, la estatal, la nacional, y finalmente, la internacional.
-“Siento bien agusto cuando uno de mis estudiantes es reconocido, pienso: “ahí está lo que trabajamos”, porque yo no lo trabajé solo”, reconoció con voz alta el profesor.
Al ser un trabajo en equipo, los docentes que formaron parte de la preparación del alumno o alumna destacada, son felicitados y reconocidos a nivel institución, pero no reciben una gratificación económica o ascenso laboral: “yo sé que la Universidad no tiene y nunca ha tenido, solo te dan un papelito que indica que eres el más fregón en la área de ciencias”.
Cuando cuestioné al docente sobre sus metas a conseguir, con una risa me dijo que ya la había conseguido: «ya llevé a chavos a las olimpiadas regionales, estatales y nacionales. Yo seguiré echándole ganas hasta que me digan que ahí muere, porque hay que darle oportunidad a los que vienen atrás».
Hay estudiantes que han marcado a Mario Pelayo, el primero, quizás sea su sobrino, aunque su respuesta fue dudosa, su sobrino fue quien le insistió que iniciara a asesorar a los jóvenes, empezando por él. Sin embargo, los nombres que aún permanecen en el corazón del maestro se hacen llamar: Marco Morán Hernández, quien es doctor en el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS); Sergio Moya, mismo que ahora es su colega en la preparatoria; así como Jesús Sotomayor Rodríguez e Israel Ambriz.
-“Lo que más me gusta es enseñar. A los profesores de cualquier materia les digo que analicen a sus alumnos, acéptenlos, inviten a los jóvenes a conocer en todas las áreas para que al final de cuentas se sientan orgullosos de lo que son y lo que les gusta hacer. A los jóvenes les recomiendo que sean curiosos y que nunca se avergüencen de lo que son”, expresó.
Admito que la conversación me emocionó. Me sentí culpable, porque aunque el profesor Mario Pelayo intentó que mi grupo escolar aprendiera de mil maneras los modelos de Bohr, nadie lo escuchó. A un año de culminar mi formación profesional, volvía a tener comunicación con mi exmaestro, quien ahora me platicaba un poco más sobre él.
Yo, como pregunta más personal y por mi sentimiento de culpa de aquellos años preparatorianos, le pregunté por qué era tan importante la química.
-«¡Aijole!», rió el profesor. “La ciencia, especialmente la química y la biología, son muy importantes porque ahí está el futuro, ya que aunque se piense que ya se descubrió todo, no es verdad, no se ha descubierto nada. Se sigue buscando el porqué de las cosas para nuestro bienestar», finalizó.
Y así, entre despedidas apresuradas, aquel hombre de ciencia terminó nuestra comunicación para regresar a la cotidianidad, mientras tanto, yo, me quedé con el teléfono pegado a mi oreja para inmediatamente retornar a la realidad.
Edición: MV
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