Por: Lourdes Cano Vázquez.
Guadalajara, Jalisco. 11 de julio de 2018. (Letra Fría).- La política es cruel. Eso es justamente lo que deben estar pensando en Movimiento Ciudadano en estos momentos; no perdieron el registro, pero perdieron al pilar que los sostenía, Enrique Alfaro. Su retirada del partido no debería ser tan extraña después del andar que ha tenido por el PRI y el PRD para llegar al otrora Convergencia/MC; es evidente la evasión que muestra a las cuotas partidistas y sus imposiciones.
Sus pasos han sido cuidadosamente estratégicos desde que llegó a la presidencia municipal de Tlajomulco en 2009, igual que lo hizo esta semana, se deslindó del partido que lo apoyó en esa elección, el PRD; a partir de ese momento formó frente con Convergencia que si uno lo piensa, en esos años parecía un partido en estado de coma, sin estructura, sin peso político en ninguna parte, y al que Alfaro prácticamente sacó del olvido y convirtió en la primera fuerza política de Jalisco.
Hace seis años cuando Alfaro perdió la gubernatura del estado, probablemente entendió que su adversario Aristóteles Sandoval venía respaldado por el arrastre ganador de Peña Nieto, que el PRI tenía la sartén por el mango en ese momento y tendría que esperar una nueva oportunidad; ahora, con el escenario a la inversa y con el PRI caído en desgracia, la gubernatura estaba prácticamente ganada.
Por eso, al buscar la alcaldía de Guadalajara, no pretendía precisamente gobernar Guadalajara, simplemente observaba sus metas desde cerca, al otro lado de la plaza de armas. Fue un peldaño nada más, el mejor aparador en medios, en redes sociales, de boca en boca para mantener una larga vigencia durante un sexenio como oposición efectiva.
Alfaro, muestra hoy el lado pragmático de la política, quizás para él no es algo nuevo, para muchos no fue algo agradable sobretodo dentro de MC; sin mirar detalles, da la impresión de haberlos usado y tirado a la basura una vez obtenido el objetivo; quizá no sea solo una impresión y sea la realidad, pero bueno, en política quién le puede acusar de malvado, si entre gitanos no se leen las manos.