Rieleras y juanes, esta Adelita se asomó al periodismo en el auge de las salas de redacción. No había periodismo digital, como tampoco se habían digitalizado y luego hecho virtuales muchos de los procesos humanos que ahora damos por sentado se llevan a cabo en el espacio de la red de redes.
Las salas de redacción eran lugares donde los periodistas veíamos y compartíamos con nuestros colegas del mismo medio lo que nos había sucedido durante la ronda de cobertura. Les asignábamos palabras en vivo a nuestras experiencias cotidianas con la oportunidad de ver, oler, sentir, escuchar e interpretar de manera directa lo que los otros expresaban derivado de nuestra narrativa, que a veces era para informar, pero casi siempre era para compartir el asombro, la duda, el miedo, la comicidad de las situaciones, la burla -no nos demos aires de santo-, y claro, la catarsis, pues era una manera efectiva de procesar el estrés del trabajo periodístico vertiginoso, apremiante y apasionado.
Los cambios
Pero las salas de redacción reales se han transformado en virtuales y si bien la tendencia de ello empezó con este milenio, fue la pandemia la que le dio el último empujón. El miedo al contagio y la incertidumbre del virus que mutaba llevó a decisiones apremiantes que luego resultaron beneficiosas para la economía y optimización de recursos de las empresas, y también de los trabajadores, hay que decirlo, pero se cedió espacio al vacío de oportunidades de comunicación interpersonal directa.
Seguramente ustedes ya podrán imaginar esos otros cambios que la automatización digital ha traído, como intentar un proceso bancario telefónico con una serie de elecciones de números que implican procesos, que arduamente, -y a veces nunca-, deriva en escuchar la voz de otra persona al otro lado de la línea.
Se hace imprescindible entonces buscar estrategias para el encuentro real de las personas, de sus inquietudes, sentimientos, satisfacciones y miedos y no me refiero solamente al ámbito del periodismo, sino a todos esos procesos que por practicidad automatizada dejan lagunas y generan la sensación de vacío, soledad o aislamiento, particularmente en los seres que por naturaleza somos sociales y no podemos prescindir de lo que los otros nos retroalimentan con su mirada, el tono e intensión de su voz y las vibras de la proximidad de un ser físico y real.
