Por: Álvaro Díaz
Autlán de Navarro, Jalisco. 28 de abril de 2022. (Letra Fría) ¡Qué pavor! La sola palabra ya causa cierto pánico, como cometer un nefasto pecado…. pecado, otra palabra que causa miedo, pero de esa luego hablamos.
La apostasía es la renuncia o la negación a una religión, sus creencias y prácticas. Puede suceder en cualquier religión, pero el cristianismo se apoderó del término y lo calificó como el terrible pecado de renunciar a la única fe verdadera, es decir, el cristianismo. Por siglos la apostasía fue terriblemente condenada. Quien se atrevía a renunciar a la iglesia no tenía otro destino más que ser repudiado, excluido, marginado, desterrado, perdía absolutamente todo valor moral en la sociedad. Tremendo sentido de la soberbia religiosa en aquellos tiempos, literalmente un supremacismo de la religión: “o estás conmigo o estás en mi contra”, “todo tu valor radica en que me pertenezcas a mi”, “o crees ciega e incuestionablemente en mi o no vales nada”, “si no aceptas lo que predico sólo te espera el repudio”.
Afortunadamente esos tiempos ya pasaron… ¿O no?
Sabemos que para tener fe no se necesita profesar una religión, tampoco para vivir la espiritualidad.
En la religión católica el rito del bautizo se realiza a los niños a una muy temprana edad, siendo bebés, los padres deciden, el individuo aún no tiene conciencia, ni decisión, todo con base a una creencia dogmática y a la tradición de un precepto. Y en realidad cuando una persona se hace adulta y adopta otra filosofía espiritual u otra religión no recurre al “trámite” oficial de la apostasía para renunciar a la religión en la que fueron “bautizados”. Y es que en realidad no hace falta, hacerlo sería precisamente imprimirle la importancia a algo que en realidad sólo está en la mente de quien decide creer en ello. Sería algo como buscar el registro civil en el que te casaron en aquella kermes cuando estabas en el Kinder para anular tu matrimonio con aquella niña o niño.
Seamos honestos, la mayoría de personas en la actualidad de manera tácita son (o somos) apóstatas, ¿cuántas personas no dicen: “pues yo soy bautizado pero no creo en tal cosa de la iglesia” o “no estoy de acuerdo con tal asunto de la iglesia”, y no se necesita un papeleo para eso.
Sí creo que puede ser importante recurrir al acto de renunciar a la religión pero como un símbolo de protesta social, no tanto en el tema personal. Como algunos países y ciudades en las que de manera grupal han hecho apostasía para renunciar a la iglesia católica como una protesta ante los escándalos de abusos, protección de pederastas y enriquecimiento de los religiosos en la institución. Ha sido una manera de visibilizar, protestar y decir “no estamos ciegos, no estamos de acuerdo”.
Vivimos en la época de la información, en la palma de nuestra mano tenemos acceso al conocimiento de tantas filosofías, creencias, religiones, vertientes espirituales, cada vez más las personas optan por la espiritualidad libre, sin anclarse necesariamente a ritos y rancias tradiciones.
Todos debemos tener la libertad y el derecho primeramente de DECIDIR en qué creer o a qué afiliarnos, y también de poder cambiarnos de grupo cuando algo ya no nos convence o descubrimos algo que nos llena más. Sin ninguna amenaza, ni reclamo, ni castigo, ni represalias.
¡Ah! Pero tampoco debería ser normalizado el infundir miedo si alguien decide dejar de pertenecer o de creer. La libertad es la cualidad esencial del libre albedrío, todas las religiones deberían profesar y respetar eso.
Cristiano, católico, musulmán, buddhista, ateo, metafísico, sabemos que eso no importa, lo únicamente importante es ser BUEN SER HUMANO.
MA/MA