Hace tiempo que dejé de considerar sinónimo de inteligencia al ateísmo y también sinónimo de limitación intelectual a quien vive con fe; me parece un debate estéril y mentiroso. Los extremos suelen coincidir con más frecuencia de la que quieren reconocer, y en el caso de los pasajes bíblicos, se parecen en que hacen una lectura literal y ambos se desacreditan por lo mismo.
En fin, terminó el periodo de cuaresma y Semana Santa, nunca había habido tan poca capirotada como este año, pero me alegra que comenzó mi temporada favorita del calendario litúrgico: la Pascua, y me propongo compartirles la razón.
El Viejo Testamento narra sucesos que uno no puede leer sin poner en duda su veracidad. Un hombre recibe la encomienda de pedirle al faraón que permita que una gran base trabajadora en esclavitud vuelva a su tierra, así, por las buenas. Como es de esperarse, el poderoso no acepta y, como método de persuasión, Dios manda diez plagas; como tampoco surte efecto, ocurre una revolución que implica la retirada.
Frente al Mar Rojo, Moisés toma su bastón y hace que las aguas del mar abran una calzada para huir a un desierto, en donde llueve comida del cielo y brota agua de las rocas. De acuerdo, eso suena a ficción. Pero hay en el relato detalles verídicos de los cuales abunda evidencia empírica en la historia y en la actualidad.
Un Estado poderoso oprime a un grupo de personas. Argumentan que los alimentan y los protegen, pero tienen la fuerza de trabajo a su servicio. El grupo oprimido tiene un líder que intenta negociar mejores condiciones; como esa vía no funciona, hay uso de la fuerza y una retirada: la construcción de la alternativa en otro territorio. Lo que el mundo judeocristiano celebra a partir de esta semana es este acto de liberación, no espiritual, es una liberación estructural que incluye lo político, lo económico y lo militar.
Esperanza activa es un concepto que se desprende de ese relato y aplicable en esta época. Implica el protagonismo de los propios oprimidos en el reconocimiento de su dignidad inherente a ser persona. Esperanza activa porque se enfrenta a las dificultades con acciones organizadas y solidarias.
Este relato inspira. ¿A qué? A pelearse por la veracidad de las palabras es lo que me resulta menos atractivo. Inspirarse para identificar a quien oprime, para construir con organización y solidaridad alternativas dignas, para cruzar el desierto y abrirse paso por el Mar Rojo. A dejar la pasividad ¿Cuáles son las aguas que nos impiden el paso en el siglo XXI? ¿Son de verdad infranqueables? ¿De verdad lo único que podría salvarnos es un milagro?
Quiero pensar que no, porque el báculo de Moisés se perdió en el desierto y entonces estamos fritos. Todos los días, personas, comunidades y grupos intentan cruzar las aguas del Mar Rojo. Hay que empezar a preguntarles y a escucharles con atención, creo que vamos para donde mismo.
