Por: Oscar Cárdenas
Autlán, Jalisco; 30 de julio de 2019. (Letra Fría) Los pesticidas se han estado utilizando desde ya hace varios años, aunque su uso se intensificó a partir de la llamada “Revolución Verde” que tuvo un gran auge durante la década de los sesentas y los setentas en los llamados países “en desarrollo”. La Revolución Verde se enfocó principalmente en cuatro de estos: México, la India, Pakistán y las Filipinas.
En estos países se logró incrementar la producción agrícola de manera significativa. Este es el caso de México, por ejemplo, que de ser un país importador de trigo pasó a ser autosuficiente en la producción de este grano a mediados de la década de los cincuentas.
Sin embargo, para que este incremento de producción pudiera lograrse tuvieron que intervenir varios factores, entre los que se pueden citar la mejora genética, el desarrollo de tecnología y la utilización de insumos agrícolas como fertilizantes y plaguicidas. Estos últimos fueron utilizados intensivamente para controlar las plagas animales y vegetales que influían en la baja producción agrícola.
A partir de la publicación del libro de Rachel Carson titulado “La Primavera Silenciosa” es que comienza la preocupación de ambientalistas y algunos grupos médicos por conocer el impacto de los plaguicidas sobre el ambiente y la salud pública. Aunque estas sustancias están diseñadas para controlar y matar plagas, una gran parte de ellas termina acumulándose en el aire, el agua, el suelo y hasta en los alimentos que consumimos.
Los plaguicidas que se acumulan en el suelo alteran su diversidad microbiana, las reacciones bioquímicas y la actividad enzimática que se llevan a cabo en este componente de los ecosistemas, lo que conduce generalmente a la pérdida de su fertilidad.
Los plaguicidas constituyen una gran amenaza para las comunidades biológicas que viven en los ecosistemas acuáticos, principalmente los peces y los anfibios. Varios estudios han demostrado que los plaguicidas tienen diferentes efectos sobre estos organismos, que van desde alteraciones en sus ciclos reproductivos y modificaciones de sus sistemas sensoriales hasta la mortandad de poblaciones y la desaparición de especies, sobre todo en cuerpos de agua continentales como lagos y lagunas.
Además, muchos plaguicidas son bioacumulables, es decir, se fijan en el tejido de los organismos (principalmente en los tejidos grasos) y su cantidad se incrementa conforme se avanza en la cadena trófica. Esto es, los plaguicidas que contiene el cuerpo de un pez pueden ser adquiridos cuando un organismo en el nivel superior de la cadena trófica lo consume, por ejemplo un águila pescadora. Ésta última va acumulando en sus tejidos grasos los plaguicidas de los organismos que ha consumido, que se almacenan en su cuerpo a lo largo del tiempo.
Los ejemplos más notables de esto lo constituyen el cóndor de California (Gymnogyps californianus) y el halcón peregrino (Falco peregrinus), que vieron sus poblaciones amenazadas debido a que los plaguicidas acumulados en su cuerpo ocasionaban que las hembras depositaran huevos con cáscara muy delgada y que eran frecuentemente rotos cuando se empollaban. De hecho estas dos especies estuvieron en peligro de extinción por el número tan reducido de sus poblaciones.
Los plaguicidas tienen también impactos sobre la salud pública debido a su toxicidad y persistencia en el ambiente, así como a su acumulación en la cadena trófica. Estas sustancias pueden ingresar al cuerpo humano a través del contacto directo, de la ingestión de agua y alimentos contaminados (principalmente frutas y verduras), así como de respirar el aire contaminado con estos químicos. Sus efectos pueden ser agudos o crónicos.
Los efectos agudos se refieren a aquellos síntomas que se presentan inmediatamente después del contacto o exposición al plaguicida. Estos síntomas incluyen dolor de cabeza, de cuerpo, prurito, náusea, mareos, visión limitada, calambres, ataques de pánico y ansiedad y, en casos severos de intoxicación, las personas pueden entrar en coma e inclusive fallecer por la exposición al plaguicida.
Los efectos crónicos generados por los plaguicidas incluyen diferentes tipos de cáncer (cerebral, de próstata, de hígado, leucemia y otros), enfermedades neurodegenerativas como el mal de Parkinson y Alzheimer, problemas cardiovasculares, diabetes, problemas reproductivos, desbalance hormonal, defectos congénitos y enfermedades respiratorias como el asma.
A pesar de esto, los plaguicidas se siguen utilizando sin ningún control en muchos países como es el caso de México. La Red de Acción sobre Plaguicidas y sus Alternativas en México (RAPAM) reporta el uso de más de 180 plaguicidas altamente peligrosos que contienen sustancias cancerígenas y que han sido prohibidos en varios países de Europa por su toxicidad.
Varios de estos plaguicidas forman parte de la llamada “docena sucia”, formada por compuestos químicos que se reconocen internacionalmente por su impacto negativo sobre el ambiente y la salud pública, y en la que se encuentran ocho pesticidas (aldrin , clordano, dieldrin, endrin, heptacloro ,mirex , toxafeno y el DDT), dos productos industriales, el hexaclorobenceno y los policlorobifenilos (los famosos PCB), que han sido muy usados, por ejemplo, como líquidos aislantes en instalaciones eléctricas y son residuos de la actividad industrial (dioxinas y furanos).
¡Nos leemos en la próxima!
MA/AJEM