David Chávez habla en su columna de las consecuencias políticas y sociales que le esperan al mundo una vez que termine la pandemia.
Por: David Chávez Camacho
Autlán de Navarro, Jalisco. 4 de mayo de 2020. (Letra Fría) Ya que se ha anunciado para después de la pandemia de COVID-19 el advenimiento de un nuevo orden mundial, dicho con bombos y platillos dizque geopolíticos, y una “nueva normalidad”, en términos más de este mundo y entendibles, vale la pena conjeturar cómo podrán ser.
No es fácil imaginar nuevos mundos, porque el presente es el anuncio del futuro, de hecho el porvenir es la continuidad de lo que hoy se ve. Y lo que se ve no es muy promisorio que digamos. Durante la pandemia y el distanciamiento que hemos vivido, no se ha visto por la ventana mayor solidaridad ni una actitud muy responsable. Las imágenes de estos días, en las que se puede mirar larga filas de automóviles por carreteras rumbo a imposibles vacaciones, asombraron negativamente.
Y, lo peor, dentro de los hogares, que deben ser lugares de tregua, de la mayor colaboración y respeto, se ha registrado, según denuncias de organizaciones dedicadas a esos asuntos, mayor violencia intrafamiliar, que por supuesto afecta principalmente a infantes, mujeres y personas de la tercera edad.
Por parte de las autoridades gubernamentales, lo que se ha visto ha sido descoordinación, contradicciones e incluso una inercia de comunicación que no refleja mayor ni mejor información que la que cualquier persona común puede tener. Lo anterior aplica para nuestra realidad, pero también de manera tragicómica para países que dicen son de “Primer Mundo”, como Estados Unidos, donde el presidente Trump llegó a la imbécil ocurrencia de recomendar la ingesta de desinfectantes. El “Quédate en casa” ha sido una medida desesperada, porque tenemos gobiernos desesperados.
Las autoridades sanitarias, desde la Organización Mundial de la Salud hasta el consultorio más pobre del mapa, acomodándose a la cambiante información, rebasados luego del desmantelamiento de los sistemas públicos de salud, reaprendiendo a responder a enfermedades sociales que lo privado no toma en cuenta, convertidos involuntariamente en héroes con mínimo equipo.
Los científicos, hasta donde uno puede tener acceso a su información, igual en contradicciones. Unos clamando por paralizar países y encerrar a las personas. Otros afirmando que no es para tanto, que hubiese bastado con el lavado de manos, la etiqueta del estornudo o el tosido, la sana distancia y el uso de cubrebocas, entre otras medidas preventivas.
Los politólogos y los filósofos, haciendo anuncios de “nuevas normalidades” y “nuevos órdenes mundiales”, como comerciantes en el tianguis del futuro. Unos anuncian una vuelta a las políticas públicas de izquierda, con enfoque en lo social, y otros salivan con mayores controles sociales bajo un poder político y económico armado de biotecnología.
Nosotros, los comunes, mientras tanto, nos embelesamos como niños en Disneylandia, al mirar que los animales recobran territorios que los humanos depredadores dejan en paz al encerrarse en sus casas. Delfines en los canales de Venecia y por poco Bambi.
Así es el presente y no se ve cómo es que de esta realidad pueda surgir una “nueva normalidad”, un nuevo ser humano que siembre orgánicamente lo que se come, si antes saturó impulsivamente los centros comerciales en busca de papel higiénico.
Somos los mismos y mañana seremos iguales. Quizá, claro, cambien algunas políticas, quizá se vuelva a tomar con seriedad a la salud pública. Nuestros cuerpos habrán cambiado un poco, hospederos de un nuevo virus estacional, pero el pensamiento permanecerá en el pasado, pues no es sino memoria.
LL/LL
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