Para la mayoría de las personas, la despedida al año viejo se concentra en el desprendimiento de lo que ya fue, excitados por el descubrimiento de lo desconocido que augura una mejor vida cada enero. Aquí, en Las Montañas, el Año Nuevo se recibe con añoranza por el pasado, mientras los ancianos se retiran a sus habitaciones varias horas antes de la medianoche.
Por: Esther Armenta
Autlán de Navarro, Jalisco. 1 de enero de 2020. (Letra Fría) El año llega prematuro a estos pasillos. El 2020 se anuncia al menos 4 horas antes de la medianoche y los deseos del nuevo año ya fueron pronunciados en este comedor, el del Albergue para Ancianos Las Montañas A.C.
A partir de las 22:00 horas, las calles estarán vacías del andar de la gente; en cambio, serán habitadas por el eco producido de los disparos y la música, cuyas vibraciones arremeten contra las casas ocupadas por familias que esperan el 2020; pero Autlán vive dos recibimientos, uno en la intimidad de los hogares y otro en el asilo a partir de las 18:00 horas.
Un cancel siempre cerrado da la bienvenida al hogar de 15 adultos mayores que, como en 2019, se desprenden de la vejez para avanzar una vez más al comienzo, o al menos eso dice Karla Marisela Ramírez Preciado, trabajadora en el albergue desde hace 3 años, quien asegura que ser viejo es volver a ser niño, pero “como niños grandes”.
Parece que el tiempo se detuvo aquí, que se toma un respiro para reflexionar sobre las horas ya vividas por los ancianos, los que han tomado consciencia de que todo termina, como el año. Una mujer de ojos camuflados por su atuendo azul con gris permanece en su silla de ruedas y dice que todo se acaba, sus palabras suenan como lo harán más tarde los disparos en la calle: directas, de sonido seco: todo se acaba, yo también fui joven pero todo se acaba.
Consciente del paso del tiempo sobre la vida humana, Flor, Florecita, ignora que hoy se termina el 2019, la percepción de los días dejó de tener firmeza en ella y en los otros de sus compañeros de casa, entre los que habitan 3 hombres y 11 mujeres más.
Su desprendimiento del orden de los sucesos no obedece a la apariencia del lugar en el que viven; el patio central y las paredes del asilo se visten de temporada con piñatas y listones alusivos a las fiestas decembrinas, las que Karla Ramírez, desde la mesa del comedor condena de ser “mucha fiesta, gastar en regalos” y desconocer que “hay personas que necesitan un abrazo, un beso, una frase de cariño”.
Del otro lado de la mesa, la madre Paz Angélica Santana Figueroa dice que Karla es querida por los ancianos porque “se acostumbraron a ella y es muy buena”. La aludida responde con una sonrisa y justifica que en cada uno de ellos se descubre a sí misma, reflejando su futuro y la forma en que le gustaría vivir su vejez; además, recuerda a sus padres que ya son adultos mayores y se niega a llevar a un asilo.
—Se me hace muy feo que no los quieran tener, yo digo: “ay, yo no traería a mis papás. Meterlos a un asilo, no; prefiero cuidarlos yo”. Porque así como ellos nos cuidaron y protegieron, nos toca a nosotros como hijos —cuenta.
Llegada la cena de fin de año, los pasos veloces no existen, su desplazamiento es sometido a la lentitud de las piernas empeñadas en seguir andando. A diferencia de la celebración fuera del recinto, reconocer sus años es la resistencia de todos los días: “hay quienes no aceptan que necesitan ayuda, no aceptan su realidad”, confiesa la trabajadora del asilo, luego de señalar a una anciana que se niega a colocar un barandal en su cama para evitar las caídas nocturnas que ha vivido en más de una ocasión.
Cuando alguno de los 7 trabajadores recuerda a los habitantes de Las Montañas que es diciembre, el ánimo en los huéspedes cambia, la actitud de infante retorna para hacer la lista de regalos.
Con una sonrisa cada vez más grande, Karla narra que este año una de las veteranas pidió un sostén que le ayudara a mantener su cuerpo en forma; asombrada, aceptó enviar la solicitud, convirtiéndose en cómplice de los deseos de belleza y vanidad que permanecen en las mujeres a quienes llama mamá o abuelita.
Como el resto del año, el albergue para ancianos recibe donativos de instituciones, benefactores del extranjero y personas que sostienen a la asociación, demostrando que “Autlán sí quiere al asilo”, según dice la madre Paz, ya rodeada de los internos que sin prisa comen tamales, antes de que aquellos que recuerdan el calendario canten una canción para despedir al 2019 y terminar la noche que, afuera, apenas comienza.
Para la mayoría de las personas, la despedida al año viejo se concentra en el desprendimiento de lo que ya fue, excitados por el descubrimiento de lo desconocido que augura una mejor vida según las aspiraciones de cada persona. Aquí, en Las Montañas, el Año Nuevo se recibe con añoranza por el pasado, mientras los ancianos abandonan antes de las 21:00 horas el comedor que esta noche se distingue por tener manteles decorativos en sus mesas.
“Feliz año y bendiciones a su santa familia”, recita una anciana antes de correr la puerta de su habitación e irse a dormir.
LL/LL
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