Por: Esther Armenta
Autlán de Navarro, Jalisco. 30 de marzo del 2022. (Letra Fría).-
Un resfriado común
Ramón tiene 52 años y detesta los resfriados. Cuando el médico receta tres días de reposo, él sabe que terminarán por ser siete o hasta 10 noches en cama donde lo único seguro son el dolor de huesos, punzadas en los oídos, fiebre y muchos papeles húmedos por el escurrimiento nasal. Esos padecimientos los evade a toda costa. Durante el verano pasado, a pesar de los intentos, por más que quiso no pudo evitar, la enfermedad lo abrazó. Ramón Martínez Peña experimentó la gripe más fuerte de su vida, se contagió de coronavirus en el momento en que la variante Delta comenzaba a amenazar la salud de los mexicanos, y lo que solía ser una semana inactivo, terminó en un mes de luchar por la vida a la que asegura tanto ama. Antes de saber el diagnóstico, tomó antibióticos y desinflamatorios con la idea de huir al resfriado común y los días en cama.
Todo comenzó una noche de agosto del 2021, había terminado su turno en el consultorio dental donde labora cuando cayó la tormenta. Era la primera vez que hacía una jornada laboral completa después de dos semanas en casa a causa de un resfriado que creía común. Con la idea errónea de haber regresado a la rutina, cuenta que montó la motocicleta cubierto de pies a cabeza para evitar la lluvia de camino a casa. Durante los kilómetros que condujo, las gotas resbalaron su cuerpo protegido, a excepción de las muñecas, extremidades que aferradas al manubrio de la moto, se mojaban por el agua fría, temperatura que invadió el cuerpo entero, como si la lluvia mojara una espalda desnuda y no una cubierta con suéter, chamarra e impermeable.
Una vez en casa, con la lluvia como fondo de la noche, los malestares corporales reaparecieron. En las primeras horas eran apenas perceptibles, pero al cabo de 24, la pesadez se convirtió en insostenible y como dice él mismo a varios meses de lo ocurrido: “di el ranazo”.
Ramón que es padre, esposo y abuelo, dice que en ese momento se sentía fuera de sí el malestar era tal que decidió ir de inmediato al Hospital General de Zona Número 20 del Instituto Mexicano del Seguro Social en Autlán de Navarro, Jalisco, la ciudad en la que vive. Una vez en las puertas del hospital público, no pudo entrar, estaba saturado por otras personas que como él, tenían el virus en su cuerpo pero en ese momento aún no lo sabían, estaban a la espera de ser recibidos para tomarse una prueba, según cuenta Ramón. Sin lugar disponible en el hospital, Ramón y su esposa, fiel compañera, salieron directo a una clínica privada donde la espera por un lugar no fue menor y los síntomas iban en aumento. Con la molestia ganando terreno frente a la cordura, decidieron salir de la incógnita, avanzaron directo a un laboratorio privado, ahí la respuesta no se hizo esperar, en pocos minutos llegó el positivo a covid-19 en la hoja de resultados.
Cuando tuvo la respuesta en mano, era sábado 7 de agosto, fecha que recuerda contra su voluntad, pues su esposa la trae a colación en conversaciones triviales y aunque intentara olvidarla, Ramón no podría borrar ese día de su vida, porque esa misma fecha en que su el diagnóstico, es el cumpleaños de su hija y el día previo al aniversario luctuoso de uno de sus amigos.
Las horas siguientes son confusas en la memoria de Ramón. Sabe que llegó a casa, que de un momento a otro, la habitación donde duerme se convirtió en la copia improvisada de un cuarto de hospital donde nada faltaba para comprobar que aquello era el coronavirus: oxígeno en tanque, la falta de él en los pulmones, suero, medicamentos, el ir y venir de enfermeros que lo cuidaron durante los días de padecimiento, su familia orando por él. Todo fue tan a prisa que no sabe cuándo ingresó Carlos por primera vez a la recámara en la que se encuentra ahora contándome lo que vivió el verano pasado.
Un enfermero en casa
Carlos Eduardo Díaz Enríquez es enfermero. Tiene 31 años, ojos verdes y un traje quirúrgico azul que usa en los días de trabajo. Es noviembre del 2021 cuando habla de su experiencia como enfermero particular, labor que desempeñó al lado de la cama de Ramón de agosto a septiembre, tal como lo hicieron otros compañeros suyos del Centro Integral de Atención en Enfermería (CIAE), un grupo de la salud conformado por 17 enfermeras y enfermeros, quienes de manera particular atendieron en sus hogares a por lo menos 165 pacientes positivos a coronavirus durante la tercera ola de contagios registrada en el verano del 2021. Entre esos pacientes estaba Ramón.
Carlos y sus compañeros llegaron por recomendación de otras personas a casa de Ramón, porque eran la única alternativa para los positivos a COVID -19 que no lograron ingresar a los hospitales por sobrecupo o falta de seguro médico en la región. Ramón no recuerda cómo los contactaron, así que la anécdota es complementada por Carlos, que asegura los contactó la esposa de Ramón por medio de una sobrina que los conocía debido a que no había espacio en los hospitales de la ciudad; ese dato lo corrobora el propio Ramón, que asegura de no ser por el CIAE, seguramente se habría sumado a los 299 mil 843 fallecidos que dejó la pandemia desde que se instaló en el país y hasta el 31 de diciembre del 2021.
– “De no haber estado ellos aquí, yo creo también habría agarrado carrera, no estaría aquí con ustedes contando. Fue importante para mí recibir su atención”, acepta Ramón ya recuperado al interior del cuarto que alguna vez lo vio marchitarse para luego volver.
Ramón no perdió la vida, de hecho asegura con voz a punto de romperse, que valoró más el amor de su familia.
“Ellos se partieron el alma atendiendome y no les importaba enfermarse, no me quedaba más que pedirle a Dios que los protegiera porque estaban dando su vida por mí y no quería que pasaran por lo que yo estaba pasando, fue un momento durísimo. Siempre he estado muy unido a ella (su esposa), pero ahí aprendí a valorarla más aún de lo que ya lo hacía, a mi hijo igual. Aprendes a querer más a tu familia, a tus amigos”.
En la lección que lo dejó lleno de gratitud, se fueron varios miles de pesos que aseguraron su respiración pegada al tanque de oxigeno, sus medicamentos y alimentación. Desde el día uno, la cartera familiar se fue desinflando, la enfermedad los dejó sin nada a cambio de esperanza. En el intercambio estuvo siempre empático el Centro Integral, un servicio médico a bajo costo en comparación a otras asistencias médicas privadas. Los pacientes del CIAE gastaron cerca de 120 mil pesos por mes y medio de atención personalizada en casa.
“No era costoso, siento que no era costoso, igual en alguna ocasión hubo necesidad porque nos quedamos sin nada, no somos gente adinerada que cuente económicamente con lana, agotamos lo poquito que teníamos y gastamos un mucho más. Me aplicaban el medicamento y después se les cubrió a cada uno”, confiesa Ramón cuando le pregunto sobre los costos del Centro Integral de Atención en Enfermería.
En hogares distintos a los de Ramón, la situación no era muy diferente, por eso el Centro Integral no recibió grandes pagos aunque tuvieran el tabulador de precios para regular sus servicios. Cuando recibían pagos, los pesos iban directo a gastos de gasolina, equipo de toma de signos o material de desinfección, eso lo cuenta Carlos Enríquez, sentado en un café de la ciudad.
La idea de brindar enfermería asistencial tiene por fin salvar vidas, ese siempre ha sido el objetivo, incluso antes de formalizar la idea que dio sus primeros pasos en 2020, pero que en realidad comenzó a germinar en la cabeza de sus creadores entre los años 2015 y 2018, cuando estaban estudiando en la Universidad de Guadalajara. El Centro Integral es un grupo que funciona por sus servicios multidisciplinarios coordinados principalmente por dos personas; Carlos y Ángel Gabriel Palacios Hernández.
Carlos tiene una voz ronca de palabra puntual, con ese hablar suyo dice que la asistencia médica a domicilio ha triunfado en Cuba, España y Colombia, pero que no conoce muchos casos a escala nacional, por eso afirma sin dudarlo que son los primeros en usar ese modelo a escala regional. Su estrategia ha funcionado, e incluso inspiró a otros enfermeros de regiones cercanas. Una vez puesto en marcha el servicio y promoción en redes sociales, colegas llamaron por teléfono, pidieron orientación para replicar la asistencia médica basada en consultas domiciliarias, monitoreo vía WhatsApp y hasta videollamadas en las que intervienen especialistas de todas las áreas necesarias además de los enfermeros que, son los que están en primera línea de atención.
Punto de partida
Un chat en WhatsApp fue el génesis del Centro Integral. En una conversación dirigida por los dos enfermeros a cargo, comenzó la organización para sumar a más profesionales de la salud interesados en atender desde lo privado. Ahí mismo decidieron que necesitaban una imagen, un logotipo, nombre y tarjetas de presentación que dieran seguridad a la gente. Eso funcionó.
Para organizarnos por un grupo de WhatsApp tuvimos ciertas reuniones, planeamos un logo, una imagen de nosotros, intentamos reflejar a la sociedad seguridad, conocimiento, aprendizaje y confianza.
Como soldados camino a la guerra, reclutaron al personal para el ejercito que, desde hace casi dos años, ha brindado atención personalizada a pacientes covid, pero también a personas rezagadas por el sector público debido a la falta de espacio y personal para atender enfermedades más comunes y accidentes cotidianos. El Centro Integral recibió a los desplazados, a los no fueron bienvenidos en las instituciones públicas que no contaban una cama desocupada debido al colapso de los hospitales.
“Tenemos una infraestructura que ya es vieja, obviamente fue una situación que afectó a toda la región, el país, internacionalmente, nadie estaba preparado y más que nada esta ola nos pegó porque no existía el recurso para poder implementar, aparte en los hospitales no puedes dejar de desatender los accidentes. Al inicio de la pandemia que todos nos resguardamos, bajaron las incidencias de accidentes, entonces en este periodo (tercera ola) andábamos en la calle, los accidentes seguían, continuaban enfermedades como dengue, otras enfermedades que nos afectan y los hospitales en sí, las camas de emergencia estaban ocupadas”.
Alineación hormiga
Las hormigas son perfectas en su nivel organizativo. Cada miembro de la colonia sabe cuál es su función dentro y fuera del hormiguero, por eso funcionan. En una interpretación humana y hospitalaria, el ir y venir de los insectos se multiplicó en el Centro Integral, un espacio conformado principalmente por enfermeros pero complementado con la labor multidisciplinaria de médicos generales, internistas, fisioterapeutas, psicólogos, nutriólogos y estudiantes de enfermería que saben cuándo y cómo actuar.
Lo primero es tener un paciente. Cuando llega, los enfermeros dan el primer paso, contactan vía telefónica, se hace un acercamiento para conocer más de qué se trata, designan al enfermero que tomará el caso dependiendo el perfil tanto del profesional de la salud como del paciente; luego viene la consulta presencial que determina el tratamiento. Ahí se decide si entra o no alguno de los especialistas con los que se tiene relación. Una vez definido el cuadro y el tratamiento, se implementa el monitoreo que puede ser por llamada, videollamada o presencial. Todos saben qué hacer, hasta los pacientes y los familiares, quienes son pieza clave en que se cumplan los objetivos médicos, pues son ellos la compañía incondicional de las personas enfermas, según explicó Carlos a casi dos años de iniciar funciones en el Centro Integral.
Lograr esta organización, de acuerdo con Carlos Enríquez, llegó luego de muchas conversaciones en las que intercambiaron sus experiencias, aceptaron lo que funcionaba y lo que habría que modificar con el fin de perfeccionar sus servicios. Así fueron caminando, como pequeñas hormigas que cargan la hoja del patio para llevarla al interior de su hogar. Los enfermeros han avanzado con sus aprendizajes para construirse como una opción segura en temas de salud.
El coronavirus los trajo, pero no se los llevará. Como grupo organizado los enfermeros han permanecido más de un año para dar opciones y soluciones a la población, además, tienen metas como equipo, quisieran lograr la construcción de un consultorio propio que “dé certeza del servicio” y les permita reunirse para organizarse y atender a más personas, dice Carlos con orgullo.
En este marzo, cuando es 2022, la pandemia de coronavirus enfrenta su cuarta ola de contagios que a decir de las cifras y los especialistas, no es tan agresiva como las primeras tres. Todavía con la ola en alza, sin reventarse en la orilla, el Centro Integral observa las aguas turbias de una epidemia a la que han sabido saltar, hacer barrera y navegar para llevar a puerto seguro a las personas que entran en ella. Al cierre del segundo mes del año y tras la llegada de la variante ómicrón, Jalisco registró 565 mil 935 casos desde el inicio de la pandemia en marzo del 2020, mientras Autlán de Navarro sumó hasta el 28 de febrero 3 mil 111 casos positivos, de acuerdo con cifras de la Secretaría de Salud Jalisco.
Edición: Gladiola Madera | Carmen Aggi
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