Los artistas se alimentan de aplausos, los delanteros de goles y los políticos de votos. Ocupen el cargo que ocupen, está en el ADN de la actividad hacer cálculos en torno a la siguiente elección: el diseño y aplicación de un programa, la construcción de una calle, el homenaje que le hacen a alguien o las fotos que publican en redes. La variable electoral siempre está considerada.
Dos hechos autlenses me hicieron pensar en eso esta semana. El primero fue que el gobierno municipal presumió que las gestiones realizadas frente al gobernador Pablo Lemus ya rindieron frutos y se materializarán en la rehabilitación de espacios urbanos: la avenida Independencia Nacional y —lo que me dio un gusto muy genuino— la Unidad Deportiva Revolución, con pista de tartán para entrenar y competir con decencia en atletismo, y dignificar espacios para el fútbol, el voleibol y el básquet.
El segundo hecho fue menos escandaloso, pero a mí me resultó significativo. Observé en redes digitales quejas por el mal estado de la infraestructura infantil en espacios públicos como la alameda y otras unidades deportivas. Puse atención al asunto y, sí, muchos espacios tienen columpios destruidos o representan un riesgo.
Pienso en lo importante que es tener espacios de recreación sanos para vivir bien. Cualquier ciudad que busque ser amable con quienes la habitan y para disminuir el miedo requiere parques, espacios deportivos y banquetas sin destruir y bien iluminadas. Así están todas cuando son nuevas, y los gobiernos las inauguran y salen en las fotos. Pero no duran así, porque todo demanda mantenimiento.
El problema es que el mantenimiento no genera votos. En una búsqueda simple de las novedades que publican los gobiernos, difícilmente aparecen cosas como: “Invertimos 200 pesos en cambiar dos lámparas” o “Gastamos medio litro de pintura y un poco de cemento en resanar grietas”. Calles, parques, unidades deportivas, banquetas y columpios exigen reparación constante. Los mejores espacios lo entienden, porque el aliciente es evitar el voto negativo. Un ejemplo claro: la plaza de toros Alberto Balderas, que cada año, entre el anuncio del carnaval y su inauguración, vive un intenso proceso de reparación.
Creo que, además de cuidar los espacios —no tirar basura en la alameda y, próximamente, evitar jugar fútbol sobre la pista de atletismo—, las personas podríamos valorar mejor las acciones de reparación. Claro, todos los gobiernos tienen la obligación de mantener la infraestructura pública, pero también la de gestionar novedades.
Tal vez deberíamos aplaudir el presupuesto dedicado a cuidar lo existente tanto como el que se destina a construir lo nuevo. Quizá ese sea el reconocimiento que necesiten para no dejar que los espacios caigan en el olvido hasta estar tan deteriorados como la Unidad Revolución, donde la reparación los haga parecer héroes, cuando están cumpliendo una chamba meritoria, y que pudo haberse hecho desde hace tiempo.
