Asombros e inquisiciones 10 | ¿No será puro cuento? 1

Este fin de semana, Hiram Ruvalcaba inaugura una serie a propósito del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez y los cuentistas que, a juicio de nuestro columnista, son autores imperdibles de la narrativa breve en español. Este primer texto está dedicado al argentino Pablo Colacrai y a su libro Nadie es tan fuerte.  

Por: Hiram Ruvalcaba

Autlán de Navarro, Jalisco. 1 de agosto de 2020. (Letra Fría)Hasta 2018, el gobierno de Colombia organizó el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, concurso que sirvió como un referente para identificar las mejores producciones literarias de este género en lengua española. El Premio duró cinco emisiones —hasta el momento se desconoce si volverá a emitirse en éste o en años subsecuentes—, de las cuales surgieron 25 libros de 25 distintos autores de España e Hispanoamérica, algunos consagrados, otros primerizos, pero todos comprometidos con este género que sigue siendo de gran relevancia para nuestra producción literaria. De estos libros, he elegido para reseñar los que, a mi juicio, presentan una propuesta insoslayable para el futuro del cuento. A éstos dedicaré mis próximas colaboraciones.

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1. Nadie es tan fuerte, Pablo Colacrai

Hace unos días, al organizar mi biblioteca de cuento, me volví a encontrar con un ejemplar inolvidable de un escritor que, en nuestro país, es injustamente desconocido: el argentino Pablo Colacrai.

Conocí —la nueva realidad me permite decir “conocer” para referirme a que lo contacté de manera virtual— a Pablo en algún punto de 2019, cuando me hallaba en la búsqueda monomaniaca de la colección del Premio Gabriel García Márquez. De entre todos los finalistas, había tres que no pude encontrar en ninguna librería virtual y entre ellos se hallaba un librito de la editorial bonaerense Modesto Rimba, editado en 2017. El título me resultó llamativo por su sencillez: Nadie es tan fuerte.

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Lo contacté por Facebook, sin muchas aspiraciones, ya casi resignado a que mi colección de cuento tendría que acostumbrarse a estar incompleta, y durante un par de días esperé a que aquel desconocido, nacido en 1977 en la provincia de Córdoba, tomara la decisión de responderle a un mexicano que le escribía desde el otro lado del Ecuador. No quiero alargarme mucho: en menos de un mes aquel primer contacto decantó en la adquisición de su libro, que abre con un epígrafe de Paul Auster: “¿Qué hombre es lo bastante fuerte como para rechazar la posibilidad de la esperanza?”. Con el compromiso que nació de su amabilidad, me adentré en este libro sin saber a qué atenerme.

Decir que “no me decepcioné” es no hacerle justicia a la impresión que me causaron los cuentos de Pablo. Desde la organización del libro hasta la estructura individual de los textos me dejaron claras dos cosas: primero, que Pablo es un artesano comprometido con el género: en sus cuentos hay tensión, hay una trama, hay un conflicto y hay personajes que empiezan como desconocidos y terminan echando raíces en nuestro espíritu. En segundo lugar, la posición de los cuentos está pensada de tal suerte que uno se sumerge rápidamente en el pequeño universo que es Nadie es tan fuerte y de inmediato entramos en la intimidad de aquella casa donde se desenvuelven los personajes de “Anidar”:

Él se agacha y apoya la bolsa y la botella en el piso. El aire del ventilador en la camisa mojada de traspiración es una suerte de consuelo. Ahora están a la misma altura y él puede verla mejor. De alguna manera sabe que ella está hablando en serio y sabe, también, que no tiene que decirle que es imposible que extrañe a Mateo, que Mateo está todo el tiempo con ella.

Por eso se queda ahí, en cuclillas, callado, esperando.

—¿Te parece raro? —pregunta ella. Y después, sin darle tiempo a contestar, agrega—: Hoy no se movió en todo el día… y lo extraño.

En esa habitación donde la pareja hace su nido, uno intuye el anhelo del futuro que se aproxima, el miedo a la catástrofe siempre inminente y, sobre todo, el misterio de la vida que empezará cuando nazca Mateo e irrumpa en la realidad de estos personajes. El acierto de este relato —que, en su modestia, deja entrever a un narrador potente y sagaz— está en su sencillez, algo similar a lo que ocurre en cuentos como “¿Por qué no bailan?”, del inevitable Carver.

De particular interés me resultó “La reina de España”, en donde un joven despechado aguarda esperanzadamente la llegada de su exnovia, a quien no ve desde hace tiempo, pues lo ha citado para decirle algo indispensable: “Ella tenía que verlo, había dicho. ¿O había dicho que quería verlo? No. Ella había dicho que tenía que verlo, necesitaba decirle algo. Después de cuatro meses y veinte días de estar separados, de repente, de la nada, esa necesidad, esa casi imposición, como si él fuera a estar siempre disponible”. Quienes hemos recibido semejante convocatoria de un viejo amor, sabemos que no hay templanza que nos ayude a ignorar la cita.

Mientras atiende su llegada, el joven repasa una relación que no tiene nada del otro mundo, pero que sabemos esencial para él y, por ende, se vuelve esencial para nosotros que vivimos en este mundo. Quizás es por esto que sentimos con la misma fuerza el golpe del personaje cuando recibe la noticia de que la amada se marcha de su vida, esta vez en un adiós sin fechas. No hay que buscar una reacción explosiva, o una súplica trágica del amante despechado: el relato nos muestra con toda claridad el impacto de una despedida, y nos recuerda que, como dice Peter Dobai, el estado más puro de nuestra vida es el adiós.

Él supo que si se iba, sería para siempre. Ya no habría llamados, ni discusiones, ni esperanzas. Quiso hacer algo más. No darse por vencido. Luchar por lo que amaba. No sabía qué decir, igual empezó a balbucear algunas palabras sueltas.

Ella lo interrumpió, glacial.

—No, Marcos, en serio —dijo—. No vale la pena.

Él no se atrevió a seguir y se calló. Por un largo rato permanecieron en silencio. Hasta que de repente, sin que nada lo anunciara, ella se cubrió la cabeza con la capucha y miró el cielo.

—Parece que va a llover —dijo—. Mejor me voy.

Y lo hizo.

Metió las manos en los bolsillos y se fue. Cruzó la hilera de árboles de cara al viento. Llegó hasta las piedras blancas y después se perdió, despacio, por el mismo camino por el que, muchos años atrás, él había visto pasar a los reyes de España.

De una u otra manera, en los cuentos de Colacrai encuentro preguntas que me parecen fundamentales para toda expresión creativa: ¿por qué me importan estos personajes? ¿Qué los hace tan cercanos? La respuesta puede variar de lector a lector, pero si pudiera aventurarme diría que se debe a dos cosas: sus deseos están bien delineados en cada relato, y sus conflictos personales reflejan una profunda reflexión sobre la naturaleza humana. Ambas cosas los hacen entrañables y, por cierto, son obra casi exclusiva de la destreza del escritor.

Si tuviera que elegir una palabra que resumiera el libro, sería “intimidad”. Leyendo estos relatos, uno se siente depositado en una habitación llena de personajes que en una o dos frases nos hacen partícipes de sus problemas y de sus deseos. “El trabajo de estos cuentos es captar eso, lo imperceptible, y sin dudas, son cuentos de la intimidad”, declaró Pablo en una de sus entrevistas, y yo creo percibir el tacto de lo imperceptible, llenando los once cuentos que componen el libro y, con ellos, cada una de las horas que disfruté de su lectura y relecturas.

A Pablo Colacrai deberían leerlo todos los que aspiran a escribir cuento, pues no sólo reúne las características técnicas más importantes (manejo de la tensión, profundidad en los personajes, estructura de la trama), sino que es capaz de enseñarnos que la gran literatura, aquella que permanece durante mucho tiempo en la memoria colectiva, no tiene que buscarse en la anécdota relampagueante o en las grandilocuencias verbales: la gran literatura está en la mujer embarazada que ha dejado de sentir a su bebé en la panza, en el hombre divorciado que acude tarde a comprar el regalo de cumpleaños de su hijo, en el niño despistado que conoce el amor mientras espera un regalo de los Estados Unidos. Con un estilo nítido, transparente, y casi neutral, Pablo Colacrai nos ha traído un libro lleno de promesas que, de una forma casi siempre inesperada, terminan satisfechas.

El oficio de este libro recuerda a Abelardo Castillo, a Liliana Heker, a la miríada de excelentes cuentistas que Argentina le ha legado al mundo. Nadie es tan fuerte ha llegado para insertarse, dignamente, en la historia de la cuentística hispanoamericana.

Pablo Colacrai, por cierto, tiene otro libro de cuentos: La noche en plena tarde, presentado también por una editorial argentina. Sobre éste, no obstante, espero poder dedicar algunas páginas después.

Lee aquí un cuento de Pablo Cloacrai:
https://www.revistaarcadia.com/libros/articulo/el-regreso-del-coelacanto-un-cuento-de-pablo-colacrai/71834/

LL/LL

*Se autoriza su reproducción siempre y cuando se cite claramente al autor y la fuente. Se prohíbe su reproducción si es con fines comerciales.

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