Por: Marche Garciroja | Tierra color grana. Florilegio y almanaque de una vívida espectadora
Los verbos leer y escribir no tienen una definición unívoca. Son verbos que remiten a construcciones sociales, a actividades socialmente definidas. La relación de los hombres y mujeres con lo escrito (y lo leído) no está dada de una vez por todas ni ha sido siempre igual: se fue construyendo en la historia.
(…) Cada época y cada circunstancia dan nuevos sentidos a esos verbos.
—Emilia Ferreiro—
Autlán, Jalisco.- Yo juego el juego de los libros. Al juego temerario de leerlos y al otro más escandaloso de escribirlos. Preferí persuadirme de que mucha lectura me invitaba al ejercicio de la escritura de igual modo que un mayor conocimiento del mundo sirve para atenuar un más significativo pensamiento. Mi biblioteca no tiene ventanas a diferencia de la de Montaigne situada en la torre de un castillo cerca de Burdeos. Mi biblioteca es obscura. Una tumba de obras literarias. Un mausoleo destinado a la lectura.
¿Será que las bibliotecas se convierten en templos sagrados de los lectores amorosos sin Dios y sin diablo? Los libros permanecen muertos, salvo cuando unas manos inquietas faltas de consuelo deciden abrir uno de los volúmenes y descansar en ellos. Es entonces cuando ocurre el milagro. La aparición de un eco esperanzador. Las palabras conforman el tejido del mundo, habitar de forma disonante, una incierta gramática. Es decir que sabemos de sobra que los nombres de las cosas no son las cosas, pero que, al mismo tiempo, resulta imposible pensar las cosas sin sus nombres. No hay mundo sin palabras.
Si la transformación de la palabra en discurso se deriva en la orientación para entender cómo se producen sentidos a partir de un texto tiene que ver con el carácter dialogante implícito entre los actores del hecho comunicativo, y la relación entre discurso, cognición y sociedad estará mediada en todos los casos por el uso de la lengua. Leemos una receta de cocina para cocinar; escribimos un WhatsApp para mantener contacto con una amistad, entregamos una solicitud para ejercer derechos, leemos el periódico para informarnos, escribimos una lista para organizar la vida.
Cocinar, mantener amistades, ejercer derechos, informarnos y organizar nuestra vida son prácticas sociales que, como tales, están influidas por ideas o creencias que crean la realidad de diversas formas. Si situamos la lectura y la escritura en contexto y motivaciones de uso más amplios, podemos afirmar que los textos que leemos y escribimos se insertan en las prácticas de nuestra vida y no al revés. Si el ejemplo más claro sobre el estado de la materia es un libro, el más claro de la creación es la escritura, el texto escrito. Un texto no termina nunca de escribirse.
Al abarcar lo que las personas hacen con los textos y lo que estas formas significan para ellos, esta mirada social de la literacidad agrega la perspectiva de las prácticas a los estudios de los textos, a partir de un marco en el que la lectura y la escritura son concebidas como actividades situadas en el espacio entre el pensamiento y el texto.
Nuestros pensamientos se ocupan de las acciones, personas, y eventos que leemos. La competencia comunicativa se configura a través del desarrollo de otras competencias, tales como la lingüística, paralingüística, pragmática textual y literaria. Esta última se considera fuente de desarrollo de varias capacidades sine qua non para la formación integral del estudiante universitario, proporcionando información social, filosófica, estética, lógica y cultural. Josep Baños —2003— afirma que incluir un curso sobre literatura puede ayudar a que los estudiantes universitarios obtengan un bagaje de conocimientos y actitudes útiles para ejercer mejor su profesión.
La competencia literaria se concibe como un proceso de desarrollo de capacidades y destrezas alcanzadas por el estudiante resultado de la articulación entre sus conocimientos literarios, saberes interculturales, habilidades expresivas y comprensivas, hábitos y actitudes del dominio cognitivo, lingüístico y emocional a través del contacto directo y del disfrute de la obra literaria para poder establecer valoraciones y asociaciones permitiendo el desarrollo de la imaginación y la capacidad de producir textos literarios orales y escritos.
En el marco del décimo aniversario del Club de lectura, para no lectores, subversiva paradoja donde no se obliga a leer, se muestra el vertiginoso amor al arte de las palabras y los sistemas del pensamiento; se reubica a los lectores en función de intérprete de las realidades discursivas a su alcance localizando su posición en el tiempo y espacio del cual son contexto y texto a la vez, ya que leemos todo el tiempo, bajo esa premisa, los estoy leyendo y ustedes me leen a mí.
Mi ociosa existencia…
Lectura complementaria|| Don Quijote de la Mancha
Miguel de Cervantes
MV