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Florilegio y almanaque de una vívida espectadora Gallogallina

Marche Garciroja se dirige a lxs desocupadxs lectorxs. "Hay que escribir los libros que llevamos dentro, y escribirlos es la única manera de vivir; así reflexiona el narrador de La pérdida del reino. Abocada a la tradición literaria de -las entregas- acá una muestra de la revolución de palabras".

Por: Marche Garciroja | Tierra color grana

Pero esos rumores de la vida

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nos llegarán por separado,

y otro será tu sol

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y otra luna será mi luna.

—CARLOS MARTÍNEZ RIVAS—

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Cuipala

Autlán de Navarro, Jalisco. (Letra Fría).- Muy cerca del acueducto está la finca en la que emergí, fortaleza del campo que la rodea, muralla protegida por Salix; al norte del arenal en Huéxocan se ubica. Esta región pertenece al señorío de Colotlán, sus habitantes en continua guerra con los cazcanes tienen el nombre de tibultecos, guachichiles o nayaritas. Mis afiladas púas de negra cerosa cubiertas están, mis hojas alternadas, simples óvalos y acuminadas. De flores axilares, conspicuas, tubulares, lóbulos cortos, blancos por lo general, se organizan por grupos de tres; un número natural mayor que uno que tiene únicamente dos divisores positivos distintos: él mismo y el uno; insertadas cada una en bráctea persistente de aspecto papiráceo, regularmente vibrante, coloreada de blanco, amarillo, rosado, magenta, purpúreo, rojo y anaranjado. Mi cantidad de estambres varía de cinco a diez filamentos cortos, soldados en la base. A muchos años desgajando mi cuerpo de madera blanda, trajeron a mis hijas e hijos que arropan mi desquebrajada existencia, tras la fama de la belleza ahora yazco en las profundidades de mis generaciones trémulas.

Los que nos habitan son seres bípedos, a la fecha siguen a la cabeza de la cadena alimenticia, lo que no saben es que su fin se acerca y este es sin duda el comienzo de todo, como reloj que no para de comerse los días en el entremés de la hora cero, es cruel y hace estragos entre su gente y los míos. Los escucho en una constate letanía de quejas y lamentos, saben que son el problema pero su aparente hermosura los deja ciegos ante las verdades que aún sin ser absolutas los limitan a no ver más allá del horizonte que les predice la constante trasmutación.

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Llegaron la primavera de 1962, según escuché huían como todos ellos de las complicaciones, la idea de la vida tranquila de provincia llenó el vacío de sus frustraciones y emprendieron un largo viaje por tren, los más grandes reprenden a los más pequeños, al igual que yo con mis esquejes más jóvenes. Dos habitaciones, una cocina con fogón amplío, pila de piedra que otros hace más de 100 años trajeron de Valparaíso, comedor para cuatro, eran cinco, uno de los más altos cogía en una de sus ramas a la más pequeña de todos: Lolis, ojitos de capulín que sentada en el pórtico juega con los carretes de hilos que su madre usa en la remienda de la media tarde; con el menor de los ruidos se asusta y su llanto inunda toda la calle empedrada que topa con el palacio de gobierno erguido desde el año 1815 y del que se cuenta que cuando en el año de l984 se hizo una remodelación mayor se encontraron documentos en una botella de vidrio incrustada en uno de sus pilares donde se hacía mención de una remodelación en el año de l937.

Lucecita que es la mayor, fugaz emprende la tarea del campo, regar las hortalizas y recoger los huevos que las gallinas pusieron; el primer huevo cae a la mañana, una hora después del amanecer y los últimos al promediar la tarde, unas dos horas antes del ocaso; además saluda a los cerdos que su padre está engordando para el día de San Martín, siente pena por ellos, morirán para el placer de los hombres siempre insatisfechos. Don Luis el de la luz reajustaba su destino ante el libre albedrío de la mujer de profundos ojos color café que un día por la Zaragoza jondeo su caminar con la carga de sus ilusiones que sostienen esas torneadas piernas, de piel blanca como la espuma del mar, sus cabellos semejantes al oleaje rudo que le da al marinero la experiencia. 

José  trabajaba con su padre en la planta de electricidad que llevó al pueblo la desdicha de perder el anonimato. La energía eléctrica es esencial desde la segunda mitad del siglo XX. El impacto cultural de lo que Marshall McLuhan denominó Edad de la Electricidad, que seguiría a la Edad de la Mecanización; por comparación a cómo la Edad de los Metales siguió a la Edad de Piedra; la electricidad no centraliza, sino que descentraliza; mientras que el ferrocarril requiere un espacio político uniforme, el avión y la radio permiten la mayor discontinuidad y diversidad en la organización espacial, esto se lo escuché al artefacto que tanto usan en casa para disipar el ocio, Don Luis le llama la XHW, es desde donde todos en comunión celebramos los jonrones y las carreras que lo llevan de regreso a la ciudad de dónde salió con la sonrisa fingida y el malestar de alma que lo aquejó hasta el final.

Desde lo alto del cerro colorado, de una zona con mínimos accidentes geográficos, Francisco Llamas veía caer la tarde con ese atardecer de color limón violeta. Trabajaba a sol y sombra en su potrero “Las tierritas”; alto, delgado pero no enjuto de carnes, cabello rizado de caída ligera, sedoso, penetrante olor a olivos y heno de pravia. Botas, cartera y cinturón a juego tono gris plata, cada domingo Jacinto les daba bola en el jardín. Las reses pastan con la mirada perdida, la sentencia de muerte inminente, cuántos más kilos alcancen más pronto es la despedida. El fin es el comienzo: dice Plutarco que en realidad Cleopatra no era una gran belleza. La gente no se paraba en seco a mirarlo por la calle, a cambio rebosaba atractivo, inteligencia y labia. Francisco esperaba que llegase su Marco Antonio y con él fundar la ciudad de los placeres «la capital del sexo y la palabra».

Después de la faena ya en “Las Penas”, su hacienda, disfrutaba del fuerte tabaco y el jerez que de Zacatecas le hacían llegar los mercantes. Francisco deshojaba margaritas y tras un largo aliento, pleno de dudas y el miedo natural sintió tristeza al comprender que no fue un sueño y que era verdad, él se había ido para siempre. En Huéxocan se vive bien y en armonía con todos los vecinos, las calles y su empedrado juegan con los niños que inocentes hacen suyas las realidades de un mundo que están descubriendo; los citadinos que habitan mi hogar ya conocían la luz desde mucho antes y ahora mismo son los mecenas, al pórtico veo llegar huacales de todos tamaños: naranjas, guayabas, zarzamoras, maíz, conejos y codornices que perecieron ante el brutal paso del hombre por la tierra, a mí me parece una tremenda falta de respeto pero los niños vitorean los regalos, será porque es la evidencia de la maldad que no conocen aún.

Continuará…

Mi ociosa existencia:

|| Lectura complementaria || Más allá del jardín || Antonio Gala

MV

Marche Garciroja es hispanista, lectora sin tiempo y espacio, de escritura intertextual y fragmentada. Se licenció en letras hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Coordina el Programa de Desarrollo de Habilidades Lectoras de la Biblioteca Antonio Alatorre dentro del Plan de Fomento, Promoción y Animación de la Lectura.
Correo: garciroja@gmail.com

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