Rosa Eugenia García Gómez
Zapotlán El Grande, Jalisco. 12 de mayo de 2022. (Letra Fría) Rieleras y juanes, deja sabor a centavo de cobre recordar los cinco años acumulados desde la muerte de Javier Valdez Cárdenas el 15 de mayo de 2017, aquel periodista crítico que hablaba del narco, pero también se sumaba de manera solidaria a la lucha de quienes buscaban a sus familiares desaparecidos y con sus palabras calaba hondo en los ostentadores de poderes reales y fácticos. Y es que el metal que se siente en la boca es por las malas cuentas que esta sociedad le daríamos a la memoria de ese periodista, oriundo de Sinaloa, que no fallaba en los encuentros de periodistas en la FIL y cuya generosidad le alcanzó para visitarnos acá en este Sur de Jalisco en 2011.
Con vergüenza social compartida le diríamos que en este México por el que se dejó la vida siguen desapareciendo con impunidad personas. A él que en sus historias de manera solidaria sumaba su tinta a la voz de madres buscadoras de hijos y denunciando cuando en el colmo de la infamia esas mujeres eran asesinadas, como a Sandra Luz Hernández cuyo hijo fue muerto en febrero de 2012 y a ella la mataron en mayo de 2014. A ambos Javier los recordaba en una acción de agenda periodística que no era excepcional, pues a él le gustaba incluir en sus textos esas deudas pendientes de justicia y también nos platicaba de ellas en sus charlas con jóvenes mujeres y hombres periodistas en formación.
Otro de sus temas era precisamente la miel del narco que atrapaba a los niños moscas de esta sociedad empobrecida. Con qué cara le diríamos a Javier que a pesar de los miles de palabras que articularon las historias de “Los morros del narco” como él les puso en su libro, eso continúa sucediendo porque las estructuras sociales siguen dejando fuera a los más pequeños que no encuentran su espacio de desarrollo cuando los recursos más básicos tampoco están disponibles.
Javier hablaba del narco y de la guerra entre los grupos delictivos que se llevaban a inocentes bajo la mirada, distraída a propósito o cegada por la corrupción, de los administradores de la justicia. Él se negó a callar cuando muchos lo hicieron, por miedo, siguiendo su sentido de supervivencia, y a quienes, en el contexto actual, tampoco podemos recriminar.
Su narrativa cruda llegaba hasta las entrañas del lector y seguro indignaba a los vinculados con sus denuncias, por eso nunca se dudó que a él lo mataron por el ejercicio de su trabajo periodístico. Aunque ciertamente no hay manera “suave” ni eufemística de informar cuando se pierden vidas por intereses económicos y rencillas por la ampliación del territorio de grupos criminales.
Como periodistas lo que nos queda es atender la enorme responsabilidad social que tenemos de seguir investigando e informando sobre lo que le afecta a México. Esas historias de realidad dolorosa pero presente, que nos dan miedo, pero no nos pueden paralizar, pues lo que se detiene es la capacidad de conocimiento de un país, de certezas para actuar.
Lo que no podemos permitirnos es seguir expectantes el conteo de periodistas asesinados, que cada 3 de mayo el discurso lacrimoso sea el mismo con la cifra aumentada. El reto es que dentro de 5 años conmemoremos a Javier Valdez con la empatía social hacia la labor periodística, justo como él fue comprensivo, conocedor y solidario del dolor de los que buscan, los que sufren, los que se merecen un mejor país.
MA/MA