Filiberto y Petronila no se llaman así; decidí cambiarles el nombre por unos que nunca han estado en mi salón, ni como compañeros ni como alumnos, pero son personas que sí existen. Filiberto fue mi compañero de aula hace ya varias décadas, abstraído en clase, nunca se juntaba a jugar y prefería reprobar que hacer trabajos en equipo.
Alguien que lo conocía de tiempo atrás explicó el comportamiento: otro compañero del salón acostumbraba pegarle por una sola razón: “Filiberto es joto”. El agresor nos advirtió que si nos juntábamos con él seríamos como él y también nos pegaría. Me he arrepentido de excluirlo por esa amenaza; me consuelo recordando que no participé en las agresiones disfrazadas de bromas.
A Petronila también la conocí en un salón, pero más recientemente. Debe andar a finales de la prepa o empezando la universidad, algo así. Ella nunca les escondió a sus compañeros que prefiere tener novia, y, que yo sepa, nadie la golpeó por eso ni amenazó a los demás por hacer trabajos en equipo. Aun así, una buena parte del grupo prefería no hablarle ni colaborar con ella.
Una vez le pregunté directamente si se había sentido discriminada en el salón; me habló de micromachismos y de compañeras que mantenían una barrera infranqueable: “como si solo por ser lesbiana las quisiera violar”, pero concluyó que no la pasaba tan mal, que hay otros lugares peores en el mundo para ser homosexual.
En estos días, la comunidad LGBT+ conmemora el “Día Internacional del Orgullo LGBT”, en memoria de las primeras movilizaciones que ocurrieron en 1969 en Nueva York en defensa de los derechos civiles de las personas homosexuales, en años en que la ley criminalizaba, la policía violentaba y la sociedad condenaba.
Desde entonces se han ido ganando derechos: la vida escolar de Filiberto y de Petronila se parecen mucho, aunque Petronila la pasa menos peor; aun así, hay camino pendiente.
El año pasado, la UNAM, junto con la organización Yaaj México, realizó una encuesta nacional para conocer la salud mental de jóvenes LGBTQ+ y encontró que la mitad ha considerado el suicidio; 38 % lo intentaron. El mismo estudio identificó que siete de cada diez jóvenes ha sido blanco de discriminación durante el último año, y casi tres de cada diez siguen siendo físicamente agredidos, igual que Filiberto hace 30 años.
América Latina es la zona del mundo donde más asesinatos se registran hacia personas de la comunidad, siendo las personas trans el objetivo más común; además, el fenómeno va en aumento.
Que los conservadores no se pongan nerviosos: no haré una marcha, ni pondré la bandera del arcoíris en mi salón, pero sí haré lo necesario para que sea un espacio seguro, para censurar las expresiones de odio hacia personas como Filiberto o como Petronila, para integrarlos a equipos de trabajo y recordarles a todas y todos que una persona homosexual también puede tener relaciones de amistad, colaboración, trabajo, sin romantizar ni sexualizar los lazos.
Para que nadie más piense que morir es preferible a amar. Para que la escuela no sea un lugar donde el orgullo tenga que defenderse, solo vivirse.
