Por: Rodolfo González Figueroa
La Ciénega, El Limón, Jalisco. 20 de julio de 2018. (Letra Fría).- Antes, en la comunidad, la gente se dedicaba a sembrar, se mantenía feliz de lo que cultivaba, de su maicito, su frijol, su calabacita y se vivía tranquilamente y sobre todo sin moscas, ni plagas, ni tantas enfermedades aspirando únicamente al abastecimiento de alimento. Ahora nos han categorizado como un pueblito marginado. Aunque libre como el viento, este terruño ha donado su futuro a las decisiones de la política agropecuaria neoliberal.
Ahora, obedientes a tal mandato y en la individualidad, la gente se dedica a regalar su mano de obra a la empresa, se sobrevive con un salario precario que alcanza apenas para comprar la despensa de comida procesada por la agroindustria que desnutre a la familia y abona mes tras mes a la deuda impuesta por un sistema económico que depreda la libertad.
El remedio, nos dicen, es entrarle al trabajo que ofertan las nuevas tendencias. Ser empleado en nuestro propio territorio, sacar créditos fáciles de difícil pago en las cajas, en los bancos o con el ricachón del pueblo.
Sacar prestado pues; para comprar el coche, la casa, la sala, el vestido, el alimento. Prestar nuestra vida en pos de la realización humana. Ceder nuestro presente pensando en un futuro que no existe. Comprar ilusiones en abonos, con intereses inalcanzables, para morir sometido agregando deudas a la deuda. Haciéndonos creer que vivir de la tierra, bajo techo de teja, sobre piso de barro, comiendo hierbas y ramajes es atrasado y fracasado.
Pero mucha razón tienen la voces y las palabras de los viejos de aquí, que han se han salvado de modernizar su pensamiento y donar su destino a un sistema de creencias perverso que mercantiliza la vida: nuestro modo de vivir se arraiga en la tierra, no hay ente más sagrado y más sabio que el que nos habla con voz de ave, de roble, de río, de rayo o de grillo previendo la noche. La libertad y la felicidad dependen de nuestro desapego a lo material y al ego. Yo no soy nada más que todo, ni menos más que nada.
Es preciso detenerse a sentir y pensar el ser. Dar una pausa. Respirar este viento que motiva transición. Cualquier tiempo de vida es absurdamente corto si se le compara con la longevidad de la memoria.