Por: Mary Páez
Autlán de Navarro, Jalisco. 05 de mayo de 2022. (Letra Fría) En el año 2021, en nuestro país, murieron más de 700 menores en manos del crimen organizado. En el contexto de esta cifra, tenemos otra que nos dice que de los casi 40 millones de niños que viven en México, más del 51.1 por ciento se encuentran en pobreza. ¿Las cifras son vinculantes? No necesariamente. No por ser pobre se es delincuente, sin embargo, las condiciones de vida de nuestros niños son un nicho potencial para caer en manos del crimen organizado.
La Redim y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos señalan que en México podría haber entre 30 mil y 45 mil infantes en actividades delictivas y alrededor de 250 mil se encuentran en riesgo de ser reclutados por el crimen organizado, estas cifras, no necesariamente conectan con una pérdida de “ valores” ( aunque tampoco se desestiman) sino, más bien, con las realidades tangibles de nuestros niños a los cuales, el Estado no ha sido capaz de garantizar salud, educación y alimentación como un derecho esencial en su vida.
La pobreza, el trabajo infantil, la deserción escolar y la violencia al interior de las familias son el pan de cada día y el caldo de cultivo para pensar otras vidas que en apariencia, consiguen sacarlos de la precariedad pero que en su esencia, sólo los condenan a vivir con miedo y perder su vida a corta edad.
Mary páez
El abandono político a nuestra infancia nos está saliendo caro, los estamos perdiendo en un espiral de responsabilidades que no se asumen ni conectan; la violencia estructural que nos afecta a todos por igual irrumpe en los más desfavorecidos porque detrás de un niño en pobreza, está una familia en pobreza, una madre, un padre que tampoco tienen garantizados sus derechos al trabajo, la salud, la vivienda, educación, ocio y el derecho a la Paz.
Detrás de un niño en manos de la delincuencia, está el abandono político, la ausencia de políticas públicas que garanticen que más allá de su origen y circunstancias de vida, los niños tendrán cubiertos sus derechos a la educación, a la alimentación, al arte, al deporte, la salud, y una vida libre de violencia, porque antes de un entorno de violencia en el seno de los hogares, está la violencia del Estado que prefiere invertir en policías, patrullas y armamentos antes que en escuelas de tiempo completo donde el cuidado, la atención y la generación de programas educativos alternativos para la niñez los conecten a mundos de sensibilidad, lucha y competitividad saludable.
Debemos pensar la niñez, en el cuidado pleno de la responsabilidad social, ético-política que los asuma como la mayor riqueza de un país, donde la infancia sea responsabilidad de Estado pero también de la comunidad, de todos, donde la protección de su desarrollo físico, mental, emocional y espiritual nos implique más allá de los lazos familiares y de las responsabilidades públicas. Ser hoguera y cobijo para nuestros niños en sus primeros años de vida, nos traerá resultados humanizantes de las nuevas generaciones para que su paso por este mundo sea de vida, no de muerte, sea de paz y no de guerra.

MA/MA