Por: Mary Páez
Han pasado dos años de que en Jalisco se anunciara que la pandemia COVID-19 había llegado a nuestro Estado. Fueron momentos de angustia e incertidumbre para todos; el escenario mundial no era alentador, se divulgaba la incapacidad de muchos países por controlar y hacer frente a tan penoso evento mundial.
La atmósfera en nuestro país anticipaba un colapso en el sistema de salud, las pérdidas económicas se previeron millonarias y así fue, lo más triste, las pérdidas humanas cuantitativamente nos rebasaron y cualitativamente fueron devastadoras, nos tocó ver partir a grandes amigos, conocidos y en muchos casos a familiares cercanos. A dos años de este anuncio, con la ciencia de por medio, y las grandes batallas políticas enfrentadas, estamos cerca de tener manejo y control de un problema de salud mundial de escalas no vistas en la historia contemporánea de la humanidad.
Estamos vivos. Lo podemos contar y quizás, hoy más que nunca los deseos por estar lejos del encierro, del enclaustro obligado y del miedo a la vida social nos llevan a valorar con mayor aprecio el libre tránsito; a dos años, y con un periodo vacacional de frente, el tiempo promete, la semana santa y de pascua, se esperan con especial valor y sentido religioso, pero, sobre todo, un sentido de júbilo y gozo por recuperar nuestra vida, los espacios, la tradición de estos días y lo que nos ofrece nuestra tierra.
Para los que tenemos el privilegio de ser costeños, nuestras playas seducen y para la gente que nos visita, la Costa Sur de nuestro estado seduce mucho más; Cuastecomates, Melaque, Barra de Navidad, Pérula, Careyes, Tenacatita, Chamela-Cuixmala y Vallarta, son un paraíso terrenal en nuestro estado; tenemos desde playas vírgenes hasta el espectáculo natural de los arrecifes y para los intrépidos, lugares para surfear. Costa Alegre en su riqueza natural invaluable abraza a los turistas que en su peregrinar, buscan la calidez de nuestra tierra y de nuestra gente.
La Sierra, también tiene su encanto, los grandes silencios de sus pueblos, la vegetación y el turismo religioso que guarda la semana santa con especial respeto, encuentra refugios para el descanso y el disfrute de la magia de los terruños. Villa Purificación, Ejutla, el Limón, Tonaya, Tecolotlán, Unión de Tula, Autlán, El Grullo, Ayutla, Chiquilistlán entre muchos otros esperan con aprecio al hijo ausente o al foráneo para compartir su historia, el patrimonio cultural, gastronómico, natural y arquitectónico que les viste.
Lo bueno de la vida, de nuestra gente y de nuestra tierra nos espera. Gocemos de este tiempo de reflexión, descanso y aprecio por lo que un día perdimos y por lo que hoy tenemos. El COVID-19 se aleja cada día más, nos queda acercarnos al tiempo y el mundo que tenemos con esperanza, gratitud y fe. Estamos vivos.
MA/MA
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