Rieleras y juanes, con el inicio del ciclo escolar esta Adelita feminista otra vez anda de maestra y el entusiasmo de conocer a mis nuevos estudiantes, tanto de periodismo como de otras carreras que se acercan al periodismo de género, nos lleva a asomarnos a más contenidos para construir un periodismo más sabio y conocedor del estado de inequidad de género que todavía prevalece.
Sí, ya sé, como todos, que tendremos presidenta en México y en una de esas también en Estados Unidos pues ojalá que la ola del reconocimiento de la capacidad de las mujeres para gobernar esta vez fluya de este sur cruzando por el Río Bravo hasta el país más poderoso del mundo.
Pero ¿por qué nos hemos tardado tanto?
La historia es siempre un referente y en la búsqueda de materiales para mis estudiantes encontré el libro La caída del patriarcado. Una historia del machismo y de la resistencia de las mujeres, de Marta Breen y Jenny Jordahl, quienes hacen de manera sencilla y lúdica una exposición del origen del patriarcado, una certeza cultural innegable que enmarca el desarrollo de la humanidad.
La sociedad patriarcal es una en la que se asume la superioridad de los hombres sobre las mujeres y el rastreo de ese pensamiento lleva a la Grecia antigua y particularmente a las opiniones opuestas entre Platón y su alumno Aristóteles acerca de las capacidades vinculadas con el género.
Platón decía que las mujeres y los hombres se parecen mucho y que por lo tanto pueden hacer tareas similares, de tal manera que si una mujer demostraba capacidad para gobernar se le debía permitir y que si un hombre demostraba que sólo podía hacer cualquier otra actividad cotidiana, no se le debía coartar en el ejercicio de ello.
También afirmaba que el estado que sólo educa y prepara a los hombres, era similar a un cuerpo que sólo ejercita un brazo y desaprovecha todo su potencial.
No pensaban lo mismo que Platón
Aristóteles disentía de su maestro y afirmaba que los hombres y las mujeres son muy diferentes y por lo tanto deberían realizar tareas distintas. Además, decía que ser mujer implicaba un defecto “natural” pues las mujeres comparadas con los hombres están “incompletas” y junto con ello nos aderezaba con atributos como ser celosas, quejumbrosas, descaradas, perezosas, engañosas, y claro, débiles.
Para mala suerte de las mujeres, como hemos atestiguado, prevalecieron las ideas aristotélicas en este tenor y muchos filósofos a lo largo de la historia siguieron su línea de pensamiento respecto de nuestro género, como Pitágoras que decía que un principio bueno creó el orden, la luz y el hombre, y un principio malo creó el caos, la oscuridad y la mujer.
O Schopenhauer, que sostenía que las mujeres son aptas para cuidar y educar en la primera infancia, porque ellas mismas son pueriles y limitadas de inteligencia; o Jean-Jacques Rousseau quien afirmó que la mujer está hecha para agradar y ser subyugada al hombre, y muchos otros más como Kant, Hegel, Nietzsche o Freud, por sólo mencionar algunos.
Ojalá Platón hubiera prevalecido con su humanismo abierto e incluyente. Pero bueno, aquí estamos 2 mil 400 años después de sus ideas y discusiones con Aristóteles, deseando que a las mujeres se les permita demostrar con apertura su capacidad en los diferentes ámbitos de desarrollo humano.