No voy a mentir: usaré la primera parte de esta columna para presumir que me hace sentir muy orgulloso que el equipo de la secundaria Manuel López Cotilla de Autlán ganó la categoría de Valores en el concurso estatal First Lego League, convocado por Lego Education.
La competencia está dividida en dos partes. En la primera, los estudiantes diseñan un robot con piezas de Lego para resolver misiones, esta vez en un ambiente oceánico. En la segunda, deben proponer un proyecto de innovación con responsabilidad social. Para ello, tomamos como referencia cercana el campamento tortuguero La Gloria, y el académico José Antonio Trejo explicó a los estudiantes la problemática que enfrentan las tortugas marinas en nuestra región.
Con todo su talento y visión, los jóvenes crearon el sitio web Poder Tortuga, que incluye información y videojuegos sencillos pero contundentes. La propuesta fue completamente suya. Nosotros, como profes, solo acompañamos el proceso: organizamos, animamos de vez en cuando y orientamos las investigaciones. Pero el motor fue de ellos. Porque cuando se dan las condiciones propicias, los estudiantes asumen el compromiso de hacer algo por su entorno.
La experiencia reafirmó una certeza: los jóvenes están más interesados y preocupados por el mundo y su futuro de lo que aparentan. Son capaces de encabezar procesos valiosos, aunque sus intereses y formas de pensar no siempre coincidan con los de los adultos. Esta vivencia también me hizo reflexionar sobre una condición fundamental de la educación de calidad: la responsabilidad social. Si el concepto parece abstracto, ayuda ver el título de esta columna: yo puedo hacer algo por mi entorno.
La Nueva Escuela Mexicana (NEM), promueve el uso de metodologías didácticas que respondan a necesidades sociales concretas. Se trata de vincular la ciencia y la tecnología con la resolución de problemas comunes. Esta propuesta cobra aún más sentido si consideramos que, según el INEGI (2023), una tercera parte de los adolescentes usa internet exclusivamente para entretenimiento, y poco más del 10 % lo utiliza para crear contenido educativo.
Manuel Castells (1996) sostiene que la tecnología no es ideológicamente neutra: puede ampliar las desigualdades o ser una herramienta de empoderamiento. Por eso, insistir en prohibir los celulares en la escuela es un debate estéril. El verdadero desafío es promover una alfabetización digital crítica, que supere el uso técnico de los dispositivos y asuma sus implicaciones éticas, sociales y políticas.
Yo no les dije a mis estudiantes que diseñaran videojuegos para salvar a las tortugas. Fue su idea, su iniciativa y su mérito. Ellos se convirtieron en parte de ese pequeño porcentaje de adolescentes que usan la tecnología para crear contenido valioso.
Cuando los adolescentes se convierten en creadores, y no solo en consumidores de tecnología, se ensancha el futuro posible. Esta vez, las tortugas marinas fueron el motivo; mañana puede ser cualquier causa que los motive. Y eso, más que un trofeo, es una razón para, aunque sea una vez, ver el futuro con optimismo.
